editorial

  • Las recientes elecciones hacen previsible que Erdogan ratifique la identidad musulmana en la política interna de Turquía.

Victoria de Erdogan en Turquía

El primer ministro turco, Recek Tayyip Erdogan, se impuso en las elecciones nacionales celebradas este domingo en Turquía. Según las últimas informaciones obtuvo el cincuenta y dos por ciento de los votos, por lo que no será necesaria la segunda vuelta prevista para el 24 de agosto. Los seguidores de Erdogan festejan entusiasmados lo que consideran una victoria abrumadora, aunque los opositores señalan -cumpliendo con la hipótesis del vaso medio lleno o medio vacío- que el cincuenta por ciento del electorado turco no lo votó.

En efecto el candidato socialdemócrata Ekemeledin obtuvo el treinta y nueve por ciento de los votos, un porcentaje que no estuvo a la altura de las expectativas de los dirigentes pero que nunca puede ser subestimado. Por su parte, el candidato kurdo Selahatin Demistas arañó el diez por ciento de los votos. En todos los casos, estos guarismos electorales no le alcanzan a la oposición para ser gobierno pero se levantan como una barrera infranqueable a las pretensiones de Erdogan de reformar la Constitución de los años ochenta para ampliar los poderes del Ejecutivo.

Interpretaciones al margen, lo cierto es que Erdogan continuará dirigiendo los destinos de este país durante cinco años más, una escala a sus ambiciones de poder, ya que ha declarado públicamente que pretende continuar en el mando hasta 2023, el tiempo que, según sus especulaciones, necesita para colocar a Turquía en el lugar histórico que se merece.

Las recientes elecciones por otra parte, no han hecho otra cosa que ratificar a un mandatario cuya popularidad, algunos han llegado a parangonar con la de Kemal Ataturk, el fundador de la Turquía moderna. Las críticas de sus empecinados opositores no pueden desconocer que en los últimos años el país creció a un promedio de seis y siete puntos anuales. Las estadísticas en ese sentido no mienten: desde que Erdogan está en el poder, Turquía ha crecido y se ha modernizado económicamente. Los sectores empresarios y conservadores lo respaldan por los beneficios que han obtenido, pero el mismo respaldo recibe de las clases medias y las clases populares que han mejorado sus condiciones de vida.

Erdogan es también el jefe de Estado que mejor ha sostenido en las últimas décadas el equilibrio entre Asia y Europa. Su reciente victoria ha despertado inquietudes en observadores occidentales, ya que se teme un giro hacia posiciones afines al fundamentalismo musulmán, comportamiento que en los últimos años parece ser el dominante.

Las prevenciones de la oposición son opinables, pero atendiendo a la realidad de Turquía, a la consolidación de sus clases propietarias, a su dependencia del mercado mundial, no es razonable suponer un giro hacia posiciones que aislarían al país. Lo más previsible en ese sentido es que Erdogan ratifique sus políticas en el orden externo, pero en el orden interno afirme su identidad musulmana. El futuro dirá hasta dónde esa identidad se transformará en fundamentalismo o en un principio de legitimidad para una sociedad atravesada por tensiones políticas y religiosas intensas, pero que mayoritariamente profesa el culto musulmán.

La victoria ha despertado inquietudes en observadores occidentales, se teme un giro hacia posiciones afines al fundamentalismo musulmán.