¿Qué puede y debe hacer un autor realista cuando se revela que la mayoría de las personas no se interesan por la realidad?

Cineasta de primer orden (en su haber catorce largometrajes y unos treinta cortometrajes), el alemán Alexander Kluge es también un escritor que no ha dejado de intervenir en la esfera pública y en los debates sociales y estéticos de las últimas décadas. La editorial Caja Negra acaba de publicar “El contexto de un jardín”, que reúne intervenciones de Kluge entre 1989 y 2012, sobre temas variados (el cine, la ópera, las artes visuales) y con referencias precisas a su clara herencia intelectual (Kant, Adorno, Habermas, Schiller...). Del capítulo de este libro en el que Kluge habla de “El autor como domador o como jardinero” (discurso al recibir el Premio Heinrich Böll), transcribimos un apartado.

1_KLUGE_B_N.JPG

Alexander Kluge.

 

Por Alexander Kluge

Es sabido que (a diferencia de lo que ocurría en el siglo XIX) las novelas no las escriben los autores sino las condiciones reales. ¿Qué es la ficción frente a los giros sobrecogedores que anticiparon la reunificación de Alemania, que llevaron a la caída del bloque soviético? ¿Qué es una novela épica frente al curso que tomó el desarrollo de la región del Ruhr a lo largo de generaciones, frente al ascenso y la caída de industrias enteras, frente a los derroteros de la ciudad de Bitterfeld en el Este alemán?

Por todo esto es entendible que en la actualidad un autor prefiera dedicarse a la historia contemporánea y no a multiplicar entramados novelescos del siglo XIX. Un autor interesado por la realidad, no obstante, advierte con rapidez que la mayoría de las personas más bien rehúyen la realidad, en cierta medida la destituyen, la conducen periódicamente hacia la inflación primero y a la bancarrota después. Los síntomas son ruptura de la realidad, pérdida de la historia, devaluación de la moneda realista. Es ésta una observación que debe encontrar voz en los textos, es una circunstancia ineludible porque a la larga ni en los medios, ni en la música, ni en los libros se puede trabajar sin el consenso de los lectores, espectadores, oyentes. Dicho de otro modo: es un síntoma del siglo XX que una amplia corriente inconsciente permanezca excluida de la representación pública. Este siglo ostenta una escritura cifrada, una marca inconfundible como una huella digital. La marca de la exclusión.

Las imágenes de la batalla de Verdún, la guerra química de 1916, advierten lo que el siglo XX se trae entre manos respecto de los hombres. Se ve a los hombres en el matadero, expuestos al procesamiento industrial por parte del rival, que les tira con toda su artillería, y al mismo tiempo al bombardeo de prejuicios y órdenes de los propios superiores. Asistimos a una rendición y un desgarramiento de lo humano. Se trata de un principio que se repite durante el genocidio de la Segunda Guerra Mundial y que subyace a la división del globo terráqueo en zonas desarrolladas y zonas abandonadas. En lugar de ser absorbidas en una comunidad, amplias partes de lo humano y lo real son desrealizadas con los recursos del canibalismo, y también de acuerdo al principio del vómito (principio vomipurgativo), o bien el principio vomitivo-canibalesco. Una forma de trato entre los hombres que repele los sentimientos y deseos humanos. Es que una de las grandes características del hombre es la negación de realidades de este tipo y la repetición de este principio de exclusión desde lo subjetivo, pues es cruel e impasible confirmar la dura realidad por medio de la mirada humana, es en efecto tan cruel e impasible como no percibirla. Se inflama así la corriente inconsciente que arroja las novelas realistas y los fantasmas de la realidad. Nos adentramos en el siglo XXI, donde vivirán nuestros hijos, arrastrando veleidosas corrientes de fondo sobre las cuales no existen textos conscientes. Es tarea irrenunciable de los autores ocuparse de esas escrituras en la pared sobre las que reposa nuestro siglo. Creo que, si existe un interés de las personas por la realidad, éste sólo atiende al orden tónico: a la autenticidad del tono.

¿Qué hace un autor literario? Un autor literario es alguien que en la infancia escuchaba historias que le contaban. La narración inmediata, la escucha atenta, el ímpetu del discurso vívido del adulto: eso es la modulación, el set a la luz del cual internamente decidimos entre importante y no importante, corto o largo, aceptación o resistencia. Y esa corriente narrativa de la lengua hablada durante la niñez, es decir, de la experiencia inmediata (sin importar si el niño comprende o no el contenido de las conversaciones) a su vez sienta las bases del entendimiento entre autor y lector, que también es un autor, sólo que no hace de su autoría un oficio o profesión. Los medios y grandes aparatos de comunicación proceden a la inversa: engendran un esperanto del sentido común que resulte universalmente comprensible. El único criterio es que valga para todos, el tono ha desaparecido como instancia evaluadora. Ahora bien, en el momento en que un tono auténtico, espontáneo, contradice esta lengua universal, los hombres se pasan en masa (al menos, en su interior) al amor a la realidad. Esto no es una esperanza, es una observación. En un mundo en el que los hombres prefieren destituir la realidad, un autor realista debe ponerse del lado de la realidad. Y no se admiten conciliaciones ni términos medios: En peligro y máximo apuro el compromiso lleva a la muerte.

Pestalozzi nos cuenta una experiencia con niños. Cuenta que les leyó textos originales en francés, de Diderot, a chicos del este de Suiza que no hablaban francés. Acto seguido, los de doce años les contaron a los de ocho años de qué iba la cuestión: una comunicación a través del tono de voz y una relación de confianza por sobre cualquier malentendido. En un mundo en el que, por inevitable, la confusión de Babel exige nuestra tolerancia, podemos decir que el error y el malentendido podrían incluso cultivarse en aras del amor a la realidad.