Preludio

Testigo de algunos de los peores cataclismos políticos del siglo XX, contra los cuales luchó (en la Guerra Civil española y en la Resistencia francesa; en su militancia comunista que lo llevó sin embargo después a denunciar a las lacras dictatoriales -fue por eso expulsado del partido y pasó a engrosar la lista negra de los “enemigos del pueblo”-), Jorge Semprún (Madrid, 1923 - París, 2011) fue un escritor y disertante incansable. Tusquets acaba de editar una serie de conferencias y una extensa entrevista que Semprún ofreció en los últimos años de su vida. Se incluye también el emotivo discurso que pronunció a los 65 años de la liberación del campo de concentración de Buchenwald. Reproducimos aquí un breve texto que a modo de manifiesto, Semprún escribió como presentación de algunas de estas intervenciones.

Preludio

Pastel de Luis de Luna.

 

Por Jorge Semprún

Si hubiera que escoger un título para estas largas conversaciones, recurriría gustoso a mi antigua fórmula “La escritura o la vida”, pero en este caso sin contraposición: “La escritura y la vida”.

Para resumir su contenido, lo único que me viene a la mente son dos hermosísimas frases, una de Scott Fitzgerald y la otra de Kafka.

La de Kafka es compleja: “En el combate entre tú y el Mundo, secunda al Mundo”. Viene a ser lo que sucedió. El Mundo ha invadido mi infancia, mi juventud, pero hubiera podido perfectamente dejarlo a un lado, terminar lo khagne (*) o presentarme a la cátedra de filosofía. No habría sido vergonzoso. Al fin y al cabo, quería ser “filósofo”.

La otra frase, de Fitzgerald, es más significativa, y al mismo tiempo mucho más fácil de entender y de explicar. A mi juicio, es la más hermosa definición de la dialéctica. Desde ese punto de vista, Mao no es nada comparado con Fitzgerald.

Este dice en sustancia que lo propio de una auténtica inteligencia es que es capaz de funcionar con ideas contradictorias: “Así, habría que comprender que las cosas no tienen remedio y sin embargo estar decidido a cambiarlas”.

Esa es para mí la definición absoluta de mi punto de vista actual. Saber que las cosas no tienen solución, pero que no obstante hay que tomar la determinación de cambiarlas. No es en absoluto una moral de masas. La solución es individual. Pero, como dice Kafka, hay que secundar lo que sucede, hay que ponerse del lado del mundo, del movimiento, de los cambios. Puede hacerse una u otra cosa, incluso también no hacer nada.

Si tuviera que limitarme a una sola cita -con el evidente riesgo de esquematismo que conlleva siempre semejante elección- para resumir mi moral personal, elegiría la de Francis Scott Fitzgerald, americano, célebre, decadente, apasionado por la literatura... Por supuesto, podría parecer extraño privilegiar tal epitafio, porque puede contradecir lo que puede saberse de mis lecturas, de mis pasiones políticas y de mi filosofía. Y sin embargo, esa frase encarna lo que deseo afirmar realmente porque es muy dialéctica, para retomar ese concepto desacreditado e incluso malogrado, por el uso que de él han hecho los estalinistas.

Es una frase hermosísima. Desde luego, no permite movilizar a las masas. No se puede movilizar a nadie por tal o cual causa, aunque sea justa, proclamando: “Las cosas carecen de esperanza, pero aun así hay que luchar”. Pero suena como una moral individual de la resistencia. Resistencias a la ocupación, al fascismo, a las dictaduras, cualesquiera que sean los colores políticos, pero también a la vida cotidiana, a su vulgaridad, y a todas las derivas restrictivas de la vida democrática. “Habría que comprender que las cosas carecen de esperanza y sin embargo estar decidido a cambiarlas”. Vieja moral de la lucha: aunque no se logre la victoria, hay que mantenerse vigilante y poner en juego todo su peso de hombre comprometido por la justicia y la paz. Luchar, escribir, ésa es mi vida.

(*) Curso preparatorio en el instituto para ingresar en la Ócole Normale Supérieure , sección Letras”.

(De “Vivir es resistir”. Tusquets. Buenos Aires, 2014)