En Familia

Aborto a domicilio

Rubén Panotto (*)

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En una marcha con miles de personas en La Plata, se entregó al ministro de Salud Alejandro Collia y al gobernador Daniel Scioli un petitorio, para dejar sin efecto supuestos proyectos de hospitales móviles para realizar abortos en lugares donde médicos se oponen a practicarlos por objeción de conciencia. La expresión más contundente cierra el reclamo diciendo que “lo único seguro en un aborto es la muerte de un inocente y el sufrimiento de la mujer por una maternidad frustrada”.

Aborto significa la muerte del feto por expulsión natural o provocada, en cualquier momento de su vida intrauterina. El aborto existió desde siempre, por pérdida natural cuando existen serias anomalías en el feto o bien por un problema en el organismo de la madre. Las leyes y modalidades que se han establecido atienden básicamente al “derecho” de la mujer de aceptar o no su embarazo, según declaren que proviene de una violación o relación no consentida. Es legal en la Argentina que la mujer desde los 14 años pueda solicitar la expulsión quirúrgica del feto, presentando una simple solicitud manuscrita. Es dable recordar que una adolescente de 14 años está comprendida en la Ley Nacional 25.673, respecto del Programa Nacional de Educación Sexual y Procreación Responsable. ¡Cuánta confusión, cuánta contradicción! Una ley aboga por una procreación responsable para evitar la morbimortalidad materno-infantil, mientras que otra ley permite el acceso a la práctica del aborto haciendo uso del derecho a decidir sin más sobre su cuerpo. ¿Dónde funciona, entonces, este Programa para la Procreación Responsable?

El Creador ha diseñado que sea la mujer el vaso contenedor de una nueva vida, por lo que éticamente no tiene derecho a cegar esa nueva vida, aunque esté formándose en su propio cuerpo.

Todo aborto por el uso de un “derecho” mal entendido es un crimen con todas las letras. Nadie advierte sobre las consecuencias físicas y psíquicas post aborto en la mujer. Algunas cifras: un 40% mostró trastornos de estrés, como consecuencia de la intensa emoción de haber participado en la muerte violenta de un hijo. La mayoría de las víctimas viven en permanente alerta frente a amenazas de peligro y reviven en forma involuntaria la experiencia abortiva, padeciendo pesadillas o reacciones de intenso pesar, estados depresivos, etc. Hasta un 50% de quienes han abortado declaran sufrir variadas disfunciones sexuales. Mujeres que abortan desarrollan mayor dificultad para establecer lazos duraderos con su compañero. Hasta aquí, nos ocupamos de la mujer-madre, pues es la persona que está en condiciones de decidir, o al menos a consentir, sobre la expulsión de su embarazo. Pero qué decir de una incipiente vida que trae en sus genes innumerables posibilidades de aportar con su existencia principios, valores y habilidades para el bien común, que trae talentos y dones, que ha sido destinado por su Creador a disfrutar de la vida, el amor de Dios y la mutua convivencia. Pareciera que la razón por la que las leyes abortistas se aprueban con tanta facilidad, se debe a que las víctimas son indefensas, no hablan, no gritan, ni siquiera susurran, porque están en el lugar más seguro del mundo: el útero materno. ¡Qué difícil se hace argumentar una defensa, al menos una explicación para la aceptación de la vida como se presenta! ¿Qué pasó en la mente, en el corazón del ser humano que maltrata y desprecia la vida como el milagro más inexplicable e inmerecido regalo que nos ha sido dado? Ya que nadie ha participado en la decisión de su propia existencia, nos debemos al menos el respeto, el derecho y el asombro por el otro.

El libro de los libros, la Biblia, dice: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas...”. Por eso, desde nuestro lugar, desde esta columna, proponemos: NO al aborto, SÍ a la vida.

(*) Orientador Familiar

Aborto significa la muerte del feto por expulsión natural o provocada, en cualquier momento de su vida intrauterina. El aborto existió desde siempre, por pérdida natural cuando existen serias anomalías en el feto o bien por un problema en el organismo de la madre.