editorial

El “motochorro” mediático

  • El límite entre una verdadera tragedia o un simple intento de robo es demasiado delgado.

Mientras Cristina Fernández hablaba en las Naciones Unidas y ponía en duda la veracidad de los espeluznantes videos que muestran a terroristas del Estado Islámico decapitando a ciudadanos occidentales; en la Argentina, Luis D'Elía planteaba que “el episodio del motochorro que fue filmado mientras asaltaba a un turista es un armado de ciertos medios”.

El ex piquetero, devenido funcionario K, se refería a las imágenes que registró el turista canadiense Alexander Hennessy -que dieron vuelta al mundo a través de redes sociales-, cuando el ladrón Gastón Aguirre lo perseguía en su moto por las calles de La Boca, apuntándole con un revólver y exigiéndole que le entregara su mochila.

Como el robo no llegó a producirse, el “motochorro” fue liberado y, en las últimas horas, protagonizó un raid por distintos canales de televisión.

Puede que no exista punto alguno de contacto entre las decapitaciones producidas en Medio Oriente y los asaltos registrados en Buenos Aires. Sin embargo, los dichos de Cristina Fernández y Luis D'Elía reflejan un aspecto coincidente: la llamativa tendencia de personas allegadas al gobierno nacional a incurrir permanentemente en teorías conspirativas que, en definitiva, sólo contribuyen a negar la realidad cuando ésta resulta incómoda.

“Los medios nos llevan (de las) narices... Arman historias que ese pequeño grupo de la clase media cree sin dudar. El show del motochorro es un armado de los medios para no hablar de @CFKArgentina en la ONU, y de los enormes apoyos recibidos en la visita”, insistió D'Elía a través de Twitter, sin reparar en el hecho de que la difusión del episodio y su impacto público fueron anteriores al viaje de la presidente.

Más allá de la insensatez planteada por el ex piquetero, lo cierto es que durante un par de días Gastón Aguirre se convirtió en un tristemente célebre personaje mediático. Para algunos, nunca debió ser entrevistado. Sin embargo, su presencia en la televisión sirvió para poner en el tapete la discusión sobre cómo enfrentar los crecientes niveles de inseguridad y, además, para entender cuál es el pensamiento de un hombre que decide salir a la calle con un arma de fuego para asaltar a la primera víctima que se le cruza en su camino.

Gran parte de las críticas recayeron sobre la Justicia. Sin embargo, habrá que decir que el juez que ordenó la liberación del “motochorro” cumplió estrictamente con lo que dice la ley. El robo no llegó a consumarse y, en estos casos, los procesos judiciales se desarrollan con el imputado en libertad.

Lo que sí se observó claramente es la falta de arrepentimiento de Aguirre. Tanto fue así que, incluso, intentó colocarse en el lugar de víctima, argumentando que delinquió porque buscaba el dinero necesario para comprarle un regalo de cumpleaños a su hijo. También terminó con las dudas sobre una hipotética arma de juguete. Él mismo dijo que la pistola era de verdad y cargada con balas que matan, para agregar que la “descartó” en las aguas del río. Afortunadamente, los 10 millones de pobres que viven en la Argentina no piensan como él.

La situación amerita un debate serio sobre qué medidas tomar con aquéllos que delinquen utilizando armas de fuego. El límite entre una verdadera tragedia o un simple intento de robo es demasiado delgado: ¿qué hubiese ocurrido si los nervios se apoderaban del ladrón o si la víctima se hubiera resistido de otra manera?

Indefectiblemente, este episodio dejó instalada la sensación de que este ladrón volvería a delinquir en caso de considerarlo necesario y que, el ciudadano honesto, se encuentra indefenso y a merced de la inseguridad.

¿Qué hubiese ocurrido si los nervios se apoderaban del ladrón o si la víctima se hubiera resistido de otra manera?