“poesía buenos aires”

Vuelve una mítica revista

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Rodolfo Alonso. Foto: Archivo El Litoral

 

Augusto Munaro

La Biblioteca Nacional ha publicado la reedición facsimilar completa, en dos tomos, de los 30 números de la legendaria revista de vanguardia “poesía buenos aires” (1950-1960), que constituyó un cambio fundamental en la poesía argentina y de nuestra lengua. El reconocido poeta, traductor y ensayista Rodolfo Alonso fue, casi desde un comienzo, su miembro más joven.

—¿De qué modo cree que “poesía buenos aires” cambió los modos de escribir y de vivir la poesía en la Argentina?

—Con su ejemplo desinteresado y exigente, para nada magistral. Con su devoción insobornable por la mejor poesía. Por su digna humildad. Por la honestidad que transmitía. Por la sinceridad que compartía. Por la fraternidad que le surgía espontáneamente. Por esa contagiosa empatía donde, en aquellos años y en los años siguientes, hasta el día de hoy, se producía y se produce por su intermedio el milagro del “contacto” de la poesía con tantos jóvenes, del cuerpo o del espíritu. Por su inquebrantable libertad. Porque nunca se traicionó ni traicionó. Y sobre todo, intuyo, “porque no se la creyó”. Porque daba, y daba, y daba, a manos llenas. Y de lo mejor en lo que creía, honestamente.

—¿Cuáles eran las problemáticas cardinales que ustedes denunciaban desde su revista?

—Raúl Gustavo Aguirre, su fundador y director, el hombre que la hizo posible, sin el cual nunca hubiera existido, que se impuso a sí mismo la meta de los treinta números en diez años, y que le transmitió lo mismo que él era: su entrega, su honradez, su eficacia, su desinterés, su generosidad sin límites, que lo llevó (prueba suprema) a dedicarse a los otros incluso olvidándose de sí mismo, quizás lo resumió algunos años después en sus “Cinco Tesis”: La poesía no existe. Los poetas no existen. Existen los poemas. Cada poema implica una estética. Cada poema implica una ética.

—¿De qué modo piensa que la revista haya influido en su poesía?

—Para el adolescente casi niño que yo era cuando me sentí impulsado a acercarme y fui fraternalmente recibido la primera vez, que ya había leído mi Lorca y mi Neruda, y que intuitivamente había descubierto a un entonces casi olvidado Roberto Arlt y a un no demasiado conocido César Vallejo, a un Macedonio Fernández casi inédito y pura leyenda, aquella convivencia por lo general con jóvenes sólo unos cuantos años mayores, fue fundamental para mi formación humana y artística, que allí no se sabía distinguir y que yo nunca pude distinguir. En un clima de amistad alegre y para nada solemne, donde todo (o más bien casi todo) se tomaba a broma, cada uno descubría nuevos tesoros, nuevos nombres, nuevos poemas y los compartía. No hubiera sido quien soy, de no haberlos conocido, de no haber vivido aquello.

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Jorge Souza, Rodolfo Alonso, Néstor Bondoni, Francisco Urondo, Osmar Gondoni, Edgar Bayley y Raúl Gustavo Aguirre (Buenos Aires, 1956).

—¿Qué significó la palabra “invencionismo” en la evolución de la revista?

—El invencionismo poético de Edgar Bayley nació en el único número de la revista “Arturo” (1944), en íntima conexión con los pintores y escultores concretos, como su hermano Tomás Maldonado y Alfredo Hlito. Se proponía dar un paso más allá del creacionismo de Vicente Huidobro, independizando totalmente a la imagen de toda representación y alusión sentimental. Se justificó como una teoría que llevaba, a sus máximas consecuencias, el acentuado predominio de la imagen en la historia de la poesía. En lo formal, se escribía totalmente en minúsculas y sin signo alguno de puntuación. Para poesía buenos aires, el invencionismo era nuestro linaje. Pero ya en su primer número, el mismo Bayley alude al “carácter transitorio” de esa denominación. A lo largo del desarrollo de la revista se fue produciendo una deriva natural, orgánica, de ella y de sus poetas.

—También la revista hizo un trabajo monumental en la faceta de traducción. Se publicaron poemas de Tzara, Desnos, Artaud, Jacob, Eluard, Joyce, E. E. Cummings, Ungaretti, Pasternak... Usted tiene la feliz distinción, a pedido de Aldo Pellegrini, de haber realizado la primera traducción latinoamericana de Fernando Pessoa, donde aparecían también por primera vez en castellano todos los heterónimos. ¿Qué tipo de metodología selectiva utilizaban a la hora de incorporar autores?

—No había una estructura más o menos fija, y tampoco ningún proceso predeterminado. Básicamente se compartían con alborozo y en un clima de humor y camaradería los descubrimientos de cada uno. Lo que incluía textos propios y ajenos. La revista nunca hubiera sido realidad sin la extrema generosidad, don de gentes y eficacia de Aguirre. Quien, como bien dijo Móbili, “fue quien llevaba nuestros sueños a la imprenta”. Y no sólo eso: muchas veces, a lo largo de esos años, compartió su dirección con otros aunque, insisto, sin él nada hubiera sido posible.

—Aquel número 13-14 de la revista fue la publicación “bisagra” de la colección. ¿Por qué?

—Es una opinión personal, debo aclarar. En ese número de 1953 los entonces directores, Raúl Gustavo Aguirre y Nicolás Espiro, decidieron ofrecer una “imagen de la nueva poesía” en aquel momento. Un intento de mostrar el panorama de la poesía argentina moderna de entonces. Para ello no sólo se la dividió en cuatro tendencias, cada una con su apartado, donde los de poesía buenos aires figuraban como “poetas del espíritu nuevo” (dejando de lado ya toda alusión al invencionismo), seguidos por los “poetas madí”, los “surrealistas” y un singular “poetas del espíritu nuevo, 2”, donde se agrupaban voces no siempre concordantes. Había sí una selección de poemas de cada uno, pero también una pequeña historia y una concienzuda y nada complaciente evaluación de cada caso, incluyendo los propios. Un ejemplo hoy absolutamente difícil de imaginar.

—Más de cuarenta poetas argentinos escribieron en “poesía buenos aires”. Pero Edgar Bayley era un poeta que lo marcó muy particularmente. Escribe usted en el prólogo de la edición facsimilar: “Era un astro a la vez próximo y lejano, pero con órbita propia”. ¿Por qué esa “lejanía” a la que alude?

—Esa cifra es fruto de una confusión. Una cosa es haber formado parte del grupo reunido alrededor de poesía buenos aires, y otra distinta haber sido simplemente publicado en ella. Como expliqué con respecto al Nº 13-14, en él figuraban no sólo los poetas de la revista sino también los madí, los surrealistas y los de otras tendencias. Cuando Aguirre publica en 1979 su gran antología El movimiento poesía buenos aires (1950-1960), ya había concluido hace rato toda animosidad con los surrealistas, por ejemplo, a una de cuyas figuras principales, Aldo Pellegrini, con quien se había polemizado en ocasión de aquel número, se le dedica dicho libro. La gran generosidad de Aguirre hizo que, en esa antología que él parece dedicar al movimiento, incluye a prácticamente todos los poetas que llegaron a ser publicados en la revista. Por eso la cifra asciende a más de cuarenta cuando, en realidad, difícilmente fueran más de diez los miembros habituales del grupo. En cuanto a la personalidad de Edgar Bayley, un niño grande y un intelectual refinadísimo, un bohemio de ley y un gran poeta, un gran ensayista, un jefe de escuela, no es fácil tarea intentar describirla. Digamos que no se atenía casi a ninguna convención, y que su comportamiento era por lo general fuera, muy fuera de lo corriente. Enorme de tamaño, y enorme de bondad e inteligencia, rezongón e insobornable. Podría pasarme horas hablando de él, de Raúl, de los otros...

—Rodolfo, usted ha sido el último poeta sobreviviente del grupo. Han pasado 54 años desde el último número, el 30, aparecido en la primavera de 1960. Haciendo un balance cualitativo, ¿La revista dejó alguna asignatura pendiente?

—Es difícil intentar hacer el balance de un milagro. Sólo al sostenido tesón de Raúl Gustavo Aguirre se debe a que la revista haya cumplido su apuesta consigo mismo, de llegar a treinta números en diez años. ¿Si todavía hoy continúa sorprendiendo, contagiando, encendiendo, si aún está viva, qué asignatura podríamos reclamarle?

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Ramiro de Casasbellas, Jorge Carrol, Raúl Gustavo Aguirre, Rodolfo Alonso y Nicolás Espiro. (Buenos Aires, 1952).