Crónicas de la historia /// El asalto al Policlínico Bancario (II)

Marcados por la violencia

19-policlinico0001.jpg
 

por Rogelio Alaniz

[email protected]

Los flamantes Tacuaras Revolucionarios” -los que supuestamente giraban a la izquierda porque manteniendo intactas sus creencias fascistas fundacionales decidieron sumarse al peronismo- se proponían asaltar el Policlínico Bancario para financiar la futura actividad revolucionaria. Previo a la decisión militar, los caballeros tenían más diferencias que acuerdos: unos suspiraban por el foco revolucionario, otros hablaban de sumarse al peronismo; algunos mencionaban, como al pasar, trabajar con los obreros. La discusión, por supuesto, no se saldó, pero los sedicentes revolucionarios se pusieron de acuerdo en lo fundamental: asaltar el Policlínico.

El operativo iría sin firma. Se especulaba con que la policía se lo atribuyera a delincuentes comunes. Fue lo que pasó, pero por partida doble: efectivamente, el comisario Meneses creyó que era la banda de Miloro. Pero asimismo cabe preguntarse sobre la identidad de los asaltantes: ¿Jóvenes idealistas o delincuentes? Pregunta difícil de responder por sí o por no, porque en lo que se considera el primer operativo de la guerrilla urbana en la Argentina, las identidades estuvieron mezcladas: algo de ideales políticos en clave fascista, con algún maquillaje de “izquierda”; mucho de cultura de la violencia, y un toque manifiesto de hampa y lumpenismo.

Como los personajes de Roberto Arlt, los muchachos no estaban dispuestos perder el tiempo en debates teóricos, “esa jactancia de los intelectuales”, cuando había cosas más importantes que hacer. Para objetivo político alcanzaba con decir que estaba previsto un foco guerrillero en Formosa y, anticipándose a Galtieri, ocupar las islas Malvinas para armar una base militar que se le ofrecería a Perón a fin de iniciar desde allí el Operativo Retorno. Ambiciones no les faltaban. Habría que preguntarse qué habrá pensado Perón en su intimidad acerca de las intenciones de sus flamantes seguidores. Por lo pronto, lo que resulta evidente es que comparados con los flamantes guerrilleros Tacuara, los “locos” de Arlt era sensatos políticos weberianos.

El dato sobre la oportunidad de asaltar al Policlínico se lo dio el señor Posse a su amigo Ricardo Viera. Posse es el mismo que después de cobrar su tajada se dedicó con su hermano a recorrer los cabarets de Europa. Viera, en el futuro, peregrinará por diversas organizaciones armadas hasta dar con sus huesos en el PRT. Sus mudanzas ideológicas nunca alteraron su pulsión principal: empuñar una pistola.

En 1983, recuperó la libertad. Quienes compartieron la cárcel con él, recuerdan que siempre decía que al salir resolvería su situación económica secuestrando a algún judío de Once. Todos pensaban que era una broma, hasta que al recuperar la libertad lo primero que hizo fue secuestrar a un judío de Once. Hombre de palabra. Lo más interesante es que su libertad condicional estaba garantizada por la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos. Fue una buena oportunidad para aprender que los presos de la dictadura no siempre eran muchachos idealistas.

Volvamos a aquella lluviosa mañana de agosto de 1963. El operativo se realizó con una ambulancia y un auto Valiant. A la ambulancia la alquilaron; al Valiant, lo robaron. A la hora señalada, la ambulancia ingresó a la playa de estacionamiento. Pasaron el control sin inconvenientes y estacionaron frente al pabellón de la sala de internados. Allí iban Carlos Arbelos, Horacio Rossi y José Luis Nell. El Valiant esperaba estacionado cerca del portón. Y en él estaban Luis Alfredo Zarattini, Jorge Cataldo y Rubén Rodríguez. Jorge Caffatti entró al playón caminando.

Poco después, una camioneta IKA llegó al lugar. Llevaba unos catorce millones de pesos destinados a pagar los sueldos. La camioneta estacionó cerca de la ambulancia, y el sargento Alfredo Martínez le entregó las bolsas de dinero a los empleados Víctor Gogo y Alejandro Morel. Viajaban en la camioneta, la cajera Nelly Cullazo y Vicente Bovolo. Los acontecimientos en estos casos se precipitan. José Luis Nell y Arbelos apuntaron con las armas a los empleados. Nell dio la voz de alto. Era joven, de baja estatura, rubio, carilindo, según uno de los testigos. Su formación militar provenía de los campamentos de Tacuara y de los recientes asaltos a policías. Además, estaba haciendo la “colimba” en la Aeronáutica, y se destacaba por su pasión por las armas de fuego, su temple militar y su buena puntería.

La voz de alto no intimidó a los empleados; los puso nerviosos. Muchos años después, Arbelos admitirá que el asalto a un banco no se hace con voces de mando. Esta verdad está en el manual de los delincuentes, pero el modelo de Nell era Primo de Rivera y no los asaltantes de bancos. Conclusión: los empleados se asustaron y Nell decidió ametrallarlos. Vicente Gogo y Alejandro Morel murieron en el acto; los otros tres empleados quedaron heridos.

Los asaltantes no perdieron la sangre fría. Después de todo “en la larga guerra por la liberación algún otario queda en el camino”. Los otarios, en este caso, eran dos modestos empleados públicos. El mismo Arbelos admitirá -muchos años después- que todo fue un error, y que en su momento esas muertes pesaron tanto que decidieron no hacer más operativos. ¿Verdad? Más o menos. El MNRT se disolvió porque sus conductores decidieron pasar al peronismo y porque las disidencias internas eran cada vez más agudas.

Nell fue detenido meses más tarde. La consigna policial de dar con el “loco de la ametralladora” se cumplió. Detenido, hizo su propia defensa. Lo condenaron a largos años de prisión, pero logrará fugarse. Viajará a Uruguay donde se conectará con Tupamaros. Puede que haya estado en Medio Oriente. A principios de los años setenta regresó a la Argentina. Allí fue otra vez detenido, pero recuperará la libertad con la amnistía camporista de marzo de 1973. En esos meses, se casó con Lucía Cullen, un dato menor si el sacerdote a cargo de la ceremonia no hubiera sido Carlos Mujica.

Responsable de la columna sur de Montoneros, participó de la jornada en la que los peronistas decidieron empezar a matarse entre ellos. A Nell no le fue bien. Un disparo y una posterior golpiza lo dejaron cuadripléjico. En esas condiciones, un año después decidirá suicidarse. Algunos de sus compañeros lo acompañarán hasta una vieja estación de trenes donde se disparará un tiro en la boca.

Carlos Arbelos, el hombre que estuvo al lado de Nell aquella mañana de agosto de 1963, tiene una biografía menos trágica pero no menos violenta. Él fue otro de los liberados por la amnistía de 1973. Amigo de Envar el Kadri se sumó a las FAP y, en 1974, se exilió en España. Allí fue vendedor ambulante, dueño de un bar y fotógrafo. En 1977, el pasado ingresó a España con Horacio Rossi y Jorge Caffatti, dos de los asaltantes del Policlínico. En la primera reunión, le propusieron secuestrar al director de Fiat en Francia, el empresario Luchino Revelli Beaumont.

Rossi y Caffatti le explicaron que era un operativo destinado a recaudar fondos para continuar la lucha revolucionaria en la Argentina. Según sus palabras, el mentor ideológico del operativo fue Héctor Villalón, una mezcla de político, empresario, hampón y aventurero, muy al tono de los personajes con los que a Perón le encantaba rodearse. A Arbelos, la propuesta le olió a delito puro, pero él mismo admite que la tentación de disponer de un dinero fue muy fuerte y, fiel a su destino, finalmente cedió a los cantos de sirena.

Lo interesante de todo esto es que Revelli Beaumont era un típico empresario peronista. Es más, fue uno de los integrantes del famoso chárter que trajo a Perón en noviembre de 1972. Revelli Beumont vivió en la Argentina de 1973 a 1976, y fue un aliado incondicional del peronismo gobernante. Ninguna de esas virtudes le alcanzó para eludir la voracidad recaudatoria de los guerrilleros nacionales y populares. Conclusión: el operativo se hizo pero salió como la mona. Arbelos fue detenido, pero invocando la condición de “preso político” eludió la extradición. Pronto recuperó la libertad y en sus últimos años se dedicó a ejercer el rol de fotógrafo y crítico de arte. Fue lo que mejor hizo en una vida que, a la hora del balance, no ofrecía demasiados motivos para enorgullecerse. Murió a mediados de 2010.

(Continuará)

Responsable de la columna sur de Montoneros, Nell participó de la jornada en la que los peronistas decidieron empezar a matarse entre ellos.