De domingo a domingo

Mientras el Gobierno quiere creer que libra una guerra santa

Mientras el Gobierno quiere creer que libra una guerra santa

Quizás por los nervios que puedan generarle las investigaciones judiciales sobre su patrimonio y el de su familia, la presidente de la Nación ha vuelto a insistir durante la última semana (especialmente en la Unión Industrial) en el juego de opuestos que caracteriza su gestión. Foto: DyN

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

En medio de las batallas, los excesos suelen pasar inadvertidos y el vale todo está a la orden del día.

El problema es que no sólo las refriegas destruyen, sino que dejan para más adelante las cosas más importantes, ya que las energías se consumen en epopeyas que, cuando son gestas nacionales, involucran el “sangre, sudor y lágrimas” de las sociedades, pero que cuando se trata de impulsos de una facción se tornan endebles, casi de cartón.

Quizás por su estado de salud física o por los nervios que le pueden generar las investigaciones judiciales sobre su patrimonio y el de su familia, la presidenta de la Nación ha vuelto a insistir durante la última semana en el juego de opuestos que caracteriza su gestión, con alusiones y lenguaje volcados a una épica tan utópica como demodé y en defensa del frágil modelo en el que ella dice creer a rajatabla.

Así, se la vio dos veces públicamente más interesada en batirse en combates singulares con medio mundo, antes que dedicada a “promover el bienestar general”.

La Señora de las Batallas

En lo local, la Justicia, los empresarios y los sindicalistas cayeron bajo su lengua filosa o la de sus mandaderos y en materia internacional, planteó a modo de exageración en Ciudad Mitad del Mundo (Ecuador), “esta segunda batalla que estamos dando en este siglo XXI, que es la de la independencia económica y la reconstrucción cultural de nuestras naciones”. Lo hizo frente a sus pares de la Unasur, quienes, en un mundo que interactúa y en el que los flujos comerciales se multiplican entre empresas radicadas en todos lados y complementarias entre sí, si bien no se codeaban o sonreían y pese a los aplausos, muchos de ellos siguen políticas totalmente diferentes al populismo aislacionista argentino.

Y no sólo hay que marcar los casos de Chile, Colombia o Perú, sino observar que el segundo gobierno de Dilma Rousseff armó un gabinete para el ajuste, mientras que Tabaré Vázquez seguirá en Uruguay con Danilo Astori al frente de la economía. Los presidentes de todos esos países saben separar pragmáticamente sus gustos ideológicos de lo que debe ser una buena administración.

En tanto, aquí, en lo local, existen por estas horas media docena de preocupaciones sociales, todas realidades de la coyuntura económica que el Gobierno parece no atender (inflación, recesión, desempleo, presión tributaria, etc.) y otras más críticas que involucran la seguridad ciudadana, con planteos que suelen diluirse en discursos altisonantes que, visto los hechos criminales que se multiplican día a día, no resultan ser para nada efectivos.

En medio de aplausos más bien tímidos, salvo alguna claque colada a último momento en el salón, la presidente pareció llegar en su discurso a la misma conclusión sobre la dualidad Estado-mercado (“ponerse a discutir sobre eso, es como ponerse discutir sobre el sexo de los ángeles, es perder el tiempo”), pero lo que hizo con eso fue comenzar a clavar el puñal bien a fondo. En este punto, su tajante opinión se ubicó bien en línea con el propósito de subordinación que ella cree (como lo creía Néstor Kirchner) tienen que tener todos, incluidos los economistas, hacia quienes dictan las políticas, ya que “la realidad se modifica por la política, día a día”, dijo. Y unos minutos después pronunció la adaptación de la famosa frase: “Es la política, pavotes”, decretó Cristina y así buscó cerrar el debate con su opinión, como si fuera palabra santa.

¿Control o burocracia, corrupción y obstáculos?

En ese sentido, dijo también que “tiene razón la ministra de Industria cuando dijo que los mercados perfectos existen en los libros. Hoy, ni siquiera existen en los libros. Los principales economistas del mundo abogan porque el mercado es muy imperfecto y que necesita la intervención estatal para su regulación y para su control”.

En vez de apaciguar las aguas, lo que generó Cristina con su ofensiva fue abrir las puertas para el reproche empresario y para que la polémica siga, porque ellos sostienen que hoy Estado argentino no plantea regulaciones y controles, sino “prohibiciones y burocracia” y que ése es “un gran lastre para la inversión”.

Y señalan también que la Ley de Abastecimiento, que empujó el Gobierno en el Congreso, busca amedrentarlos con sanciones. Visiblemente molesta porque las grandes cámaras empresarias proyectaban llevar el tema a la Justicia, la presidente les planteó dos cosas sobre ese tema: que la presentación iba a ser “un negocio para los abogados” y que “la demanda de inconstitucionalidad tiene que ser sobre casos concretos” y no “en abstracto”, mientras les recordó que “ésta es una Ley que ni siquiera está reglamentada”.

Igualmente, el jueves el Grupo de los Seis presentó la demanda. Es que Cristina los había puesto incómodos presentando una serie de cuadros sobre las ganancias y la facturación de las empresas que cotizan en Bolsa desde 2003 a la fecha, en algunos casos hasta con 12 veces de incremento en su facturación, “para poder decirles a todos los argentinos, que estemos tranquilos, que nuestras empresas han aumentado las ventas y han aumentado los resultados netos, de acuerdo a sus balances, presentados en la Comisión Nacional de Valores”.

Al día siguiente de la reunión, uno de los empresarios presentes confesó que estuvo a punto de interrumpir la exposición con un grito “para avisarle a la presidente que no siguiera, que sus asesores la habían engañado, ya que la progresión de ventas era nominal y que no descontaba ningún tipo de inflación en la década”. En verdad, fue desesperanzador ver a la presidente gastar tanta energía en comparar peras con manzanas y nunca se sabrá si lo hizo sólo para convencer a la militancia de la mala fe de los empresarios que se quejan del Gobierno porque son opositores o si realmente Axel Kicillof y Alejandro Vanoli la tiraron a los leones.

El conflicto más duro de estos días se dio en el fuego cruzado que se precipitó en materia de copamiento del Poder Judicial, a partir de la incursión del juez federal Claudio Bonadio en el caso de la empresa Hotesur, de propiedad de la primera familia. Tras los allanamientos, al juez le llovieron durísimas críticas oficialistas, hasta que el miércoles el Consejo de la Magistratura se reunió de improviso y lo sancionó con un descuento de 30 por ciento de su salario, como consecuencia de las demoras en que incurrió en dos expedientes relacionados con la privatización de Tandanor y con créditos incobrables de las Curtiembres Yoma.

En tanto, la Justicia Federal, como nunca antes, indaga y procesa a miembros y a ex funcionarios del Gobierno u otros jueces se sacan de encima la débil causa de la Afip por las cuentas en Suiza y hasta en la volteada cayó durante la última semana el mismísimo ministro de Justicia, Julio Alak por una vieja denuncia de su paso en el Directorio de Aerolíneas Argentinas.

Guerras, batallas, militantes, lides y epopeyas, todo muy lindo para la tribuna política. Y mientras tanto, el Gobierno se mira el ombligo y la oposición se hace la desentendida, a la hora de contar los tantos, a la gente le importa más saber que va a pasar con su empleo, si el sueldo le alcanzará hasta fin de mes o si por la noche podrá regresar a su casa sano y salvo. Así, mantener el relato legendario supone un gran divorcio con la realidad.

 

Y no sólo hay que marcar los casos de Chile, Colombia o Perú, sino observar a Dilma Rousseff y a Tabaré Vázquez. Los presidentes de esos países saben separar pragmáticamente sus gustos ideológicos de una buena administración.