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El valor de lo simple en el pesebre

ANTONIO ASENCIO

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“Un pesebre para cada hogar”. Creo que empezando por el nuestro y ayudando a los demás a lograrlo, nos traerá un mensaje imperdible. Con razón se ha llamado “cátedra” al Pesebre de Belén: el amor de Dios al hombre, el valor de la limpia pobreza, del trabajo, de la familia, de la pureza y de la humildad, son algunas de las lecciones que en él aprendemos.

En todos los hogares cristianos, abuelos y padres, tíos, hijos y nietos, comparten en estas fechas algo muy profundo (no nos extrañe que entre los pastores y ovejitas hasta pueda aparecer un robot o un autito de juguete).

Para los que no profesan la fe cristiana, el pesebre puede ser un símbolo cultural de paz, fraternidad, sencillez, unión familiar, y de otros valores tan preciados y necesitados como siempre por los hombres de buena voluntad.

Creo que la inmemorial costumbre (iniciada o realzada por San Francisco de Asís) de “armar el pesebre”, por muchas razones no debe ser abandonada. Tradicionalmente, desde el 8 de diciembre lo armamos con los más pequeños, en un lugar destacado de nuestros hogares.

Los gestos e imágenes valen y enseñan mucho más que la abundancia de palabras, especialmente en los inocentes corazones de los niños.