De domingo a domingo

Cristina, sin modelo ni relato pero con Kicillof y Boudou

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Con desaguisados en el seno familiar, aparte de los que le procuran Boudou y Kicillof, la presidente mira a su alrededor y se encuentra sola.

Foto: DyN

 

A un año del recambio institucional, el gobierno mantiene aún con cierta firmeza sólo una pata del trípode crucial de la estructura que supo crear: un modelo para cambiar el fondo institucional de la Argentina, un relato para convencer y una presidente para ejecutar.

Está muy claro además que, aún en la notoria soledad que eligió para gobernar, pese a todo su desgaste político y sin tener demasiadas precisiones sobre si su salud la acompaña, es Cristina Fernández hoy quien, de los tres pilares, la que mejor se sustenta, ya que mantiene un caudal de apoyo muy alto para estas épocas de un mandato presidencial.

¿Cómo puede ser que alguien que lleva siete años de gobierno y carga con cuatro y medio anteriores del mismo signo que pilotó su propio marido pueda quedar aún bien parada, cuando dos de los tres fundamentos de su esqueleto político se derrumban?

Para algunos analistas es porque la ha ayudado bastante el “efecto Francisco” e interpretan que, por hartazgo, buena parte de la sociedad, la más moderada, tiene paciencia gandhiana y espera cruzada de brazos a que su período termine “en paz”.

“Vamos por todo” y aumentó la pobreza

En uno de los extremos, para el kirchnerismo más fanático, esa misma fortaleza de imagen que muestran las encuestas es la que la habilita para ser la garantía de la continuidad y es la que estaría impulsando a todo el arco opositor (y allí meten a los partidos, a los jueces, sindicalistas y empresarios, a los medios, etcétera) a socavar su prestigio. Y también están los ultra anti-K que construyen desde el otro lado poco y nada.

Por lo que se observa, y es parte del mérito, por un lado o por el otro, la política sigue girando alrededor de la presidente y de su agenda cada vez más autorreferencial y sectaria, pero apoyada en la mayoría legislativa que aprueba todo lo que le ponen por delante.

Igualmente, queda todo un año por delante para ver cómo ella procesa el estrés, que es mucho, por diversos motivos, familiares, políticos y económicos. De las otras dos columnas, la primera que se desgajó fue la del “modelo”, planeado desde lo político en la búsqueda de la hegemonía institucional propia del populismo, en el garantismo judicial, en ganar la calle y copar el Estado, con una amalgama económica basada en la industria nacional, la sustitución de importaciones, el vivir con lo nuestro, la distribución de subsidios para impulsar la inclusión social y el apuntalamiento de la ciencia y la tecnología.

A esta altura, se hace muy difícil por los kirchneristas de a pie bancar la pobreza, la inflación, la droga y la inseguridad, sobre todo, sin contar los desaguisados energéticos, agropecuarios y educativos del período. En verdad, aquello que le dejó Néstor Kirchner a la presidente (superávits fiscal y comercial y el llamado “desendeudamiento”) ya no existe más, debido esencialmente a sus propios problemas de timing, cuando ordenó el “vamos por todo” en lo político sin cuidar los fundamentos económicos, pero también por su flagrantes errores en cuanto a la elección de algunas personas que actualmente la acompañan.

Encandilada en ambos casos, Cristina se compró un grave problema institucional con la oportunidad que le dio a Amado Boudou, ya que el vice llegó al gobierno no sólo con su guitarra y su sonrisa seductora, sino que aterrizó con las mañas de su pasado a cuestas, quizás exacerbado su accionar por lo que creyó eran las luces de la impunidad. También le pasó algo similar con el cheque en blanco que le extendió al ministro de Economía, Axel Kicillof, otro obstáculo de carácter técnico que la llevó a esta crisis, ya que puso a un economista preparado académicamente para manejar un Airbus a pilotar un Jumbo. “Le queda grande el cargo”, acaba de decir el titular de la UIA, Héctor Méndez.

Y también en casa todo va mal

Ante ambos personajes, hay que apuntar que quienes más reparos tienen frente a tantos desaguisados son los propios precandidatos del kirchnerismo, Daniel Scioli en primer lugar, ya que calculan que serán dos lastres difíciles de llevar a la cola si se lanzan de lleno a la campaña electoral.

Ni qué decir de algunos gobernadores peronistas que, por ahora, están como en los viejos cines cuando se cortaba la proyección: zapatean despacito debajo del asiento.

Un tercer elemento que, sumado a su crecimiento patrimonial, terminó de desestabilizar emocionalmente a la presidente, fue comprobar que las empresas familiares hacen agua por los cuatro costados y que los socios o amigos o eventuales testaferros de su marido hicieron todo mal aquí y en el exterior y que, ahora, los coletazos involucran hasta a su propio hijo.

Pero, hay más para apuntar sobre la degradación kirchnerista porque, a juzgar por algunos sucesos verificados durante la última semana, no sólo sucumbió la columna intelectual del “modelo”, sino que quedó en claro cómo los argumentos para apuntalar tamaño edificio se debilitan cada vez más.

Con el síndrome del pastorcito mentiroso a cuestas, es bien notorio que ya hace unos meses el “relato” kirchnerista, el segundo punto fuerte de estos años, se ha vuelto repetitivo y que está a punto del hervor. La señal más clara es que como nunca antes los dichos K se basan en la subestimación.

Una cosa es la militancia -y esto vale también para la prensa más cercana al gobierno- y otra menospreciar la inteligencia de los demás. La deuda no canjeada, bancar el caso judicial de cuño doméstico del vicepresidente (surgen 10 anomalías graves en la transferencia de un automóvil que no quiso reconocer como bien ganancial en un divorcio) que muchas mujeres dicen que lo pinta de cuerpo entero, la defensa del “curro” de los derechos humanos, el apuro por sacar leyes antes de fin de año y meter camporistas en el Estado, la guerra abierta contra los jueces federales por los temas de corrupción o las diatribas contra el “Índice Congreso” y el sindicalismo opositor por la inflación son frentes a los que, por desesperación o por ineptitud, nunca se les encuentra la vuelta en las explicaciones.

Para justificar lo injustificable

Para rebatir todas esas críticas, en estos días se le han opuesto como nunca antes justificaciones (echarle la culpa a los demás es un clásico), deslices sospechosos, desviación de los temas, exageraciones y frases hechas.

Nunca un argumento para refutar, casi siempre una chicana.

Es más que evidente también que esto tampoco le da ya rédito al gobierno, porque queda a la vista que a la comunicación oficial le entran las balas por los cuatro costados, tanto cuando le hacen mostrar en público a la presidente cifras no homogéneas, como cuando el ministro Kicillof quiere transformar los defectos en virtudes.

Ni qué decir cuando, para justificar lo justificable, pero también lo injustificable, Jorge Capitanich utiliza todos los días el mismo sonsonete referido a la responsabilidad que tienen en todos los males que aquejan al gobierno “los intereses económicos y mediáticos concentrados”.

A los periodistas que cubren sus conferencias, aún a los amigos, parece que les cuesta cada vez más contener la risa.

No obstante, está casi cantado que en la próxima ocasión en que el jefe de Gabinete enfrente a la prensa (todo un mérito que él mismo se encargó de dinamitar con sus alambiques verbales y recurrentes tics) va a explicar que el papelón que protagonizó el viernes último Kicillof con el canje de la deuda es culpa de los titulares de los diarios, porque seguramente dirá que han tenido la mala fe de instalar “una agenda comunicacional” que afirma que el ministro fracasó en su intento de tomar deuda, para mostrarle a los fondos buitre capacidad de endeudamiento.

por Hugo E. Grimaldi

(DyN)

A esta altura se hace muy difícil para los kirchneristas de a pie bancar la pobreza, la inflación, la droga y la inseguridad, sobre todo, sin contar los desaguisados energéticos, agropecuarios y educativos del período.