De domingo a domingo

La presidente busca retomar el control político de la ex Side

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El gobierno querría “normalizar” los cepos y los servicios. Pero de “normalizar” la inseguridad, la inflación, la pobreza, el parate productivo que amenaza el empleo, la falta de inversión o el avance de la droga nadie parece ocuparse. Foto: DyN

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Sólo se “normaliza” aquello que es anormal y habitualmente al gobierno le sucede siempre cuando está contra las cuerdas, quiere cambiar sobre la marcha e imagina un bolo punch salvador. El verbo normalizar es hoy referencia ineludible no sólo para hablar de los cepos instituidos en el mercado cambiario, que acaba de reconocer como distorsivos el recién ratificado titular del Banco Central, Alejandro Vanoli, sino también para analizar la purga encarada por la presidente Cristina Fernández en la Secretaría de Inteligencia (ex Side, hoy SI), una dependencia que, recién once años después, cuando las papas queman, el gobierno descubrió que se había vuelto ingobernable.

¿Qué significa la “normalización paulatina” del mercado cambiario? En verdad, lo que reconoció la incontinente verba de Vanoli no es demasiado relevante en términos prácticos, sino una monumental expresión de deseos a la que le agregó el fallido de la “lenta normalización” del acceso a las divisas, ya que su investidura es más que decorativa, debido a que las decisiones de política cambiaria se toman en el Palacio de Hacienda.

Pese a tal sumisión, que cristaliza la dependencia funcional del BCRA, el Senado acaba de darle su venia. Sin embargo, lo dicho por el funcionario resulta ser de una factura notable en cuanto a que, quien se supone que es un defensor a ultranza del modelo, ha dejado en claro que el sistema de cepos estatistas le ha traído al país más problemas que beneficios. Sistema que, por otra parte, fue minimizado otrora, en cuanto al grado de perturbación de la economía, por la mismísima presidente.

Cepos y controles y más controles y cepos

Y si no es “normal” el sistema de racionamiento de divisas que usa el kirchnerismo para impedir que particulares e importadores accedan a los dólares que quieren tener para cubrirse de la inflación o que necesitan para comprar insumos o mercaderías en el exterior, en democracia tampoco lo es que los servicios de inteligencia se rebelen y que se nieguen a cumplir órdenes o que lo hagan a medias, en esta disputa abierta que protagonizan gobierno y Justicia.

Todo lo que se observa que está saltando por el aire en estos tiempos de extremas turbulencias es parte de la historia chapucera del kirchnerismo que, por trabas ideológicas que lo impulsan a ir siempre a contramano del mundo o por verticalismo extremo o por ineptitud manifiesta, o por todo a la vez, suele mostrar poca vocación por la gestión y se enreda en controles sobre controles que le terminan complicando cualquier asunto.

Como no cree en los mercados, lo mismo que ahora Vanoli pretende que se arregle le ha pasado al gobierno con los diferentes cepos burocráticos que impuso en estos años sobre los precios, el trigo, la carne, los autos, la energía y otros más, temas que le han traído más distorsiones que beneficios y que le ha quitado las ganas de invertir a muchísima gente de aquí y del exterior.

“Ni siquiera supieron gestionar sus propias matufias”, opina un politólogo que analizaba las pifiadas de forma que se descubren a diario en cada una de las causas donde hay olor a corrupción. “O se creían muy vivos o impunes de por vida”, añadió mientras ponía al vicepresidente Amado Boudou como el paradigma más irresponsable del modus operandi. “Siempre fue un tiro al aire, desde joven”, dijo y lo definió como “poco hombre”, si es verdad que buscó timar a su ex esposa para no dividir el valor de un automóvil en su divorcio. Pero, no sólo este costado de amateurismo y chiquitaje le aportó Boudou al gobierno, sino que en materia política le dio importantes dolores de cabeza, el primero con “el engaño” político que le hizo a la propia presidente. Nadie admitirá en el gobierno que ella fue cándida, pero a la luz de los acontecimientos es al menos lo que parece haber sido cuando hoy se recuerda que ella sola, basada en la “dedocracia”, lo nombró su vicepresidente.

Coacción a la Justicia argentina

Mientras tanto, siguen saliendo a la luz no sólo datos del caso Ciccone, sino que ahora se enlaza el “asesoramiento” que la dueña visible de la imprenta, The Old Fund, una empresa ligada al socio de Boudou, José María Núñez Carmona, cuyo presidente era Alejandro Vanderbroele, hizo sobre un canje de deuda de la provincia de Formosa por el que cobró casi 8 millones de pesos del gobierno del kirchnerista Gildo Insfrán.

El episodio Hotesur, derivado casi de una falta administrativa menor (la ausencia de balances ante la IGJ) que motivó un allanamiento muy publicitado del juez Claudio Bonadio en una oficina vacía en Buenos Aires, parece haber sido la gota que colmó el vaso de la presidente y que blanqueó las hostilidades contra la Justicia. Ya no era el dinero “físico” que iba y volvía de Santa Cruz en valijas repletas de billetes de 500 euros que se pesaban, ni estaba en la mira el valijero Leonardo Fariña o el primer dueño de la seudofinanciera La Rosadita, Federico Elaskar. Tampoco eran las cuentas bancarias en paraísos como Panamá o Seychelles o aún las 130 que parecen estar radicadas en Nevada, que los buitres dicen que son de Báez y Cristóbal López.

Para Cristina, ahora se puso en juego otra cosa: Hotesur es propiedad de la primera familia y allí Báez y otros empresarios de Santa Cruz pagaron habitaciones que nunca nadie usó, uno de los ejemplos de libro más notorios del lavado de dinero. Vale la pena repasar el manifiesto que ella misma expuso el martes en su blog, destinado a desactivar que el dueño de un helicóptero que cayó en el Sur era propiedad de alguien que había sido su jardinero.

Ésta fue la razón de fondo por la cual la presidente se obsesionó con los jueces federales a quienes buscó parar con la asistencia de la SI. Para sus estándares, esa dependencia le negó su apoyo o no supo cómo hacerlo y de allí que se decidiera “normalizarla”.

La historia hay que remontarla a los tiempos en que el ex presidente Kirchner colocó al frente de la ex Side a dos pingüinos de Santa Cruz, a Héctor Icazuriaga en la cúpula y a Francisco Larcher como subsecretario de Inteligencia. Ambos pasaron estos años siendo más que leales al gobierno, aunque fueron “perforados” por la estructura, especialmente debido a la pelea que más abajo existía entre el director general de Operaciones, Antonio Stiusso, y el director del área de Reunión Interior, Fernando Pocino, hoy cercano al jefe del Ejército, César Milani, un hombre que está formado en la inteligencia militar.

La necesidad de volver a tener el control político pleno del área y un reportaje que dio Stiusso la semana pasada empujaron a la presidente a colocar como número 1 (o “señor 5”) a un hombre de su extrema confianza, Oscar Parrilli, para que lo echara por “extorsionador”. En lugar de Larcher, Cristina nombró a Juan Martín Mena, un camporista joven, operador del gobierno en los Tribunales, quien era jefe de Gabinete del ministro de Justicia, Julio Alak.

Por el lado del gobierno, los avances para ganar territorio se dieron en el Consejo de la Magistratura, ya que se logró instalar como juez electoral en la provincia de Buenos Aires, con el voto definitorio, una vez más a favor del kirchnerismo, de su nueva presidente, Gabriela Vázquez, a Laureano Durán quien es secretario de la Cámara Federal de la Plata y no juez. Inmediatamente, la oposición hizo el gesto más fuerte de la semana, al aparecer unida en el Congreso para oponerse a la designación, en lo que llamó “un plan sistemático de coacción de la justicia argentina”, situación que amenazó con denunciar penalmente.

Sin embargo, todo el episodio de la ex Side, que tiene elementos parecidos y nunca desmentidos por el oficialismo o la cercanía de Milani, quien tiene prohibido por ley hacer inteligencia interior, parecieron quedarles ajenos a los opositores. Eso sí, de “normalizar” la inseguridad, la inflación, la pobreza, el parate productivo que amenaza el empleo, la falta de inversión o el avance de la droga nadie parece ocuparse.