editorial

Rousseff asumió su segundo mandato

  • Dilma dijo que el ajuste se hará porque así lo exige la realidad económica y financiera de la Nación, pero advirtió que no pondrá en peligro las conquistas sociales.

Dilma Rousseff asumió por segunda vez el cargo de presidente de Brasil. La ceremonia se desarrolló con absoluta normalidad y con la presencia de jefes de Estado de los principales países del mundo. La Argentina fue representada por el vicepresidente Amado Boudou, decisión muy criticada en nuestro país por los antecedentes del funcionario, pero más allá de las protestas, las órdenes de Cristina Fernández de Kirchner se cumplieron al pie de la letra.

La presidente de Brasil asume este nuevo período en condiciones sociales y políticas incómodas. Como es de público conocimiento, las denuncias por los resonantes episodios de corrupción en Petrobras comprometen a importantes funcionarios de su partido y, de alguna manera, la alcanzan a ella. En este sentido, Petrobras es un símbolo de la corrupción de un partido que desde hace rato está salpicado por denuncias contra sus funcionarios, la mayoría de ellas probadas ante la Justicia. El Partido de los Trabajadores gobierna en Brasil desde hace doce años. Sus logros económicos y sociales -tanto en el mandato de Lula como en el de Dilma- le permitieron obtener la adhesión de amplios sectores sociales, tanto en el mundo de la pobreza como entre las capas medias urbanas y rurales. Así se explican las sucesivas victorias electorales, incluso la reciente, en la que Rousseff se impuso por escasa diferencia al candidato socialdemócrata Aecio Neves en el balotaje celebrado en octubre.

Sin embargo, los logros en materia de integración social no impidieron el desarrollo de prácticas corruptas, particularmente en la gestión de Lula. Como se recordará, algunos de sus principales ministros fueron echados de sus cargos y otros están detenidos, todos ellos imputados por actividades ilícitas. Se suponía que durante la gestión de Rousseff se pondría punto final a esta tendencia, incluso algunas de sus decisiones permitieron alentar esta esperanza, pero más allá de las buenas intenciones y de algunas decisiones correctas, está visto que se hace muy difícil ponerle límites a un aparato de poder en el que la corrupción se ha incorporado como hábito y, también, como un recurso para financiar el conjunto de la actividad política.

La presidente ha prometido a la opinión pública brasileña iniciar un mandato más transparente y menos corrupto. Sus palabras fueron claras, pero habrá que ver si se corresponden con los hechos. Para los observadores hay motivos para el escepticismo porque la corrupción del PT es estructural, al punto de que se ha llegado a decir que, sin esos recursos, sería imposible asegurar el funcionamiento de la maquinaria partidaria.

El otro problema que afrontó Dilma en su discurso inicial fue el del ajuste, palabra maldita en el código populista que trajina el PT. Según la presidente, el ajuste se hará porque así lo exige la realidad económica y financiera de la Nación, pero enseguida advirtió que el mismo no pondrá en peligro las conquistas sociales de los últimos doce años.

También en este caso habrá que ver si las promesas coinciden con los hechos. Mientras tanto, los principales dirigentes de la oposición se comprometieron a cumplir con el mandato que le dieron los votantes: controlar y ponerle límites a un gobierno sospechado desde hace rato de despilfarrador y corrupto.

La oposición se comprometió a cumplir con el mandato que le dieron los votantes: ponerle límites a un gobierno sospechado de despilfarrador y corrupto.