Mirada desde el sur
Mirada desde el sur
Cristina y el final
Raúl Emilio Acosta
En este año, la señora Cristina Elisabet Fernández de Kirchner finaliza un ciclo dinástico que comenzó en el 2003, si de Poder Ejecutivo (trono) se trata.
En cuanto a su participación en la vida política partidaria, no hay modo de constatar su existencia antes de 1976. Los años de plomo, que van desde esa fecha hasta diciembre de 1983, no la cuentan como actora política. No hay registros en debate, hábeas corpus, manifestaciones, ni documento alguno que sostenga se haya puesto en riesgo. Y eran años de riesgo.
El sur, tan poco conocido (suma pocos votos al total del país) la cobijó. Es su esposo, Néstor Kirchner, quien resuelve la militancia y es ella quien acompaña a su pareja.
Su definición por el peronismo se puede decir que le es dada por relación, por historia, por la fuerza inercial de muchos dirigentes. Cristina está inscripta en el peronismo por default. Su marido es quien definió la pertenencia.
Es con esa pertenencia partidaria que accede a cargos desde aquella provincia. Siempre con su esposo. Finalmente, la presidencia. El proceso que conduce a su monarquía de baja intensidad comienza en el quiebre de comienzos de siglo. ¿Es ella una partícipe necesaria del 2001? No caben dudas.
¿Que pasó en 2001? La clase media cuestiona la representación política (“que se vayan todos”). Los grupos radicales, irascibles, comparten la calle con ellos. Los gremios son superados. Las autoridades policiales cuestionadas. El mecanismo de diálogo es mediante el piquete y los medios de comunicación resultan el escribano que da fe. Si no hay medios de comunicación no hay trascendencia. Cambian definitivamente los esquemas de comunicación. Cambian los modos. En cierta forma cambia el sentido, el fondo, la finalidad de las manifestaciones callejeras. Se convierten en un diálogo brutal. Primero la bofetada a las leyes, después el pedido, mejor: la exigencia.
No se ha recuperado la clase política. Hay sobrevivientes de aquella debacle. Aferrados a un leño, con o sin razones que lo justifiquen, la burla les alcanza. La desconfianza, el descrédito. No se han recuperado las instituciones. Los partidos murieron con los cacerolazos. Sus dirigentes quedaron malheridos.
De la Sota, Reutemann, Duhalde, Ruckauf, Alfonsín, De la Rúa, Menem, Felipe Solá , Cavallo, Scioli, Grosso, Rodríguez Saá... la lista es larga. Los que siguen en política deben explicar ese cambio de siglo. No son buenos y/o malos. Son contemporáneos de la caída. Marca indeleble del contrato social hecho trizas.
El siglo XX los dejó endeudados. No se cumplió con la prometida Justicia Social. No se respetó la Democracia Liberal. No levantaron esos dos cheques y se agregó la instalación de la economía narco, el código narco y la sociedad lábil al peor pecado: la corrupción estructural.
Sobre esas ruinas, integrando la última oferta del siglo XX, la viuda de Kirchner cabalga hacia octubre de 2015. Con ella se cierra el ciclo.
Los candidatos para las elecciones provinciales y nacionales ya tienen componentes muy diferenciados, muy visibles. En 2015, aparecen los que no tienen Malvinas como culpa o Che Guevara como revancha. No hay Montoneros, ERP o Triple A. Sólo cuentos o libros que cuentan cuentos. Hijos de las redes sin muro de Berlín.
Los más veteranos actores políticos estamos en falta. No hemos saldado aquellas diferencias. La Argentina sigue atada a un pasado que no cierra. Ahí encaja la señora. No saldó cuentas, asumiendo lo que había. No abrió un proyecto, no apostó al futuro. Tomó como eje de su discurso la debacle de 2001 y la acusación a toda su generación. Es ella una integrante, como su difunto esposo, del problema del país. Es el “grupo K” quien tira vinagre en las llagas del país.
En estas elecciones, está visible que lo suyo es un final. Nadie puede sujetarse a las reyertas del ayer como eje del porvenir.
No asumir que todo debe cerrarse, que es necesario arrancar un proyecto que contemple los problemas del siglo XXI la deja así: afuera del siglo XXI. Es eso lo que pasa.
En su final, la señora abre heridas en lugar de cerrarlas, divide en lugar de apaciguar. Lo que sigue es el resultado de sus definiciones. De sus actos. El vacío trae vértigo. Ella ayuda a esa vertiginosidad. Hasta el final, se niega a contribuir al porvenir. Al menos es fiel a su índole.
La Argentina sigue atada a un pasado que no cierra. Ahí encaja la señora. No saldó cuentas, asumiendo lo que había. No abrió un proyecto, no apostó al futuro.