editorial

  • Los dichos de Nisman ayudan a comprender el insólito giro presidencial en la causa Amia y el apuro por llegar a un arreglo con Irán.

Trastienda de una Argentina impresentable

No podía ser de otra manera: fieles a su costumbre, en lugar de responder con claridad a las imputaciones del fiscal Alberto Nisman, distintos voceros del gobierno nacional se las ingeniaron para instaurar nuevas teorías conspirativas provenientes de los ámbitos más diversos.

La explicación más disparatada, sin lugar a dudas y una vez más, provino del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich: “Quiero afirmar enfáticamente que desde 1993 a la fecha, Mar del Plata está con récord de turistas. No es casualidad la estrategia de imponer agenda mediática para contrarrestar buenas noticias, como este récord de consumo, las acreencias de las reservas. Instalan temas que no tienen asidero para interferir en una agenda positiva”.

Pero como la cantidad de turistas en las costas marplatenses no parece ser motivo suficiente como para que a un fiscal se le ocurra montar semejante actuación, Capitanich abrió el abanico y mencionó a otros posibles conspiradores: “Algunos miembros del Poder Judicial”, “grupos de medios concentrados”, “corporaciones económicas”, “sectores de inteligencia” y “otros grupos internacionales”, que buscan “desestabilizar al gobierno permanentemente con actitud golpista..., en una alianza clara y evidente”.

Capitanich sorprende. Lo único evidente es la estupidez de un hombre que parecía tener otra proyección. Su capacidad para esgrimir argumentaciones ridículas parece perfeccionarse cada mañana desde que le confirieron la responsabilidad de ser la voz del gobierno.

El canciller Héctor Timerman, uno de los imputados por Nisman, prefirió atacar la figura y el desempeño del fiscal que, vale la pena recordarlo, fue designado por Néstor Kirchner para que investigara con exclusividad la causa Amia.

Timerman tampoco respondió de manera directa las sospechas que sobre él pesan. En cambio, le recriminó a Nisman que aún no se hubiera hecho justicia en esta causa a pesar de los años transcurridos y lo acusó de trabajar junto a Jaime Stiuso, uno de los agentes recientemente desplazados de la Side, luego de que Cristina Fernández designara a Oscar Parrilli para conducir ese organismo.

El ministro de Defensa, Agustín Rossi, uno de los más férreos impulsores de la aprobación en el Congreso de aquel sospechoso memorándum de entendimiento con Irán -declarado luego inconstitucional por la Justicia- también se esforzó públicamente por desacreditar la postura del fiscal.

Incluso, advirtió que de las conversaciones telefónicas mantenidas con un posible agente iraní en la Argentina no participó de manera directa ningún funcionario del gobierno. De esta manera, hizo recaer la supuesta responsabilidad por posibles delitos sobre Luis D’Elía y Fernando Esteche, líder de Quebracho, organización supuestamente “antisistema” -sus integrantes suelen actuar con el rostro cubierto- que, al parecer, colabora con el gobierno argentino en materia de política internacional.

Tal como suele suceder en la Argentina, no resulta fácil determinar quién miente y quién actúa de buena fe. Tanto es así, que la dirigencia de la Daia decidió postergar una definición oficial sobre lo sucedido, a la espera de mayores datos. “Hay cautela porque se está ante fuego cruzado”, reconocen desde la colectividad judía.

Es verdad que las imputaciones de Nisman sólo revisten por el momento grados de sospecha que difícilmente puedan probarse de modo fehaciente ante los tribunales de la Justicia. Pero lo que dijo ayuda a comprender el insólito giro presidencial en la causa Amia y el apuro por llegar a un arreglo con Irán.

Una vez más, y tristemente, el requerimiento fiscal pone sobre el tapete flagrantes contradicciones, intereses espurios, mentiras y miserias, que día a día consumen a la Argentina.

“Hay cautela porque se está ante fuego cruzado”, reconocen desde la comunidad judía.