Narrar el pago chico

16_1_DSC05590.jpg

Federico Falco, autor de “222 patitos”.

Foto: Archivo El Litoral

 

Al cumplirse una década de su primera publicación, Eterna Cadencia ha reeditado recientemente el libro inaugural de una de las más destacadas voces de la joven literatura argentina: Federico Falco (1977). Reedición que resulta oportuna, puesto que 222 patitos fue publicado en 2004 por la editorial cordobesa La Creciente y tuvo una distribución más bien acotada, lo cual implicó, sobre todo en los últimos años, una cierta restricción a la lectura de las narraciones que integran el libro. Ahora, tras un proceso de selección y corrección, vuelve a aparecer con la adición de otros cuentos que habían sido publicados posteriormente.

Los cuentos de Falco transcurren, en líneas generales, en un pequeño pueblo del interior, General Cabrera (localidad de Córdoba en el que nació el autor). Allí tienen lugar historias de vidas cotidianas e intrascendentes, protagonizadas por personajes tristes y mediocres. Historias mínimas, del pago chico, en las cuales la narración es circundada por lo fatídico, la crueldad, lo perverso y el desaliento existencial que parece signar la composición de los personajes. Falco, además, demuestra su destreza al detenerse en algunas escenas que rinden cuenta de la impronta que subyace en las narraciones. Por ejemplo, en “222 patitos” una mujer (que, de todas formas, hacia el final del cuento no puede escapar a un destino fatal) recuerda junto a su familia la ocasión en que siendo adolescente intentó suicidarse ingiriendo las cabezas de un conjunto de fósforos; o en “Muerte de Beba” (que, por cierto, constituye una de las primeras incursiones del autor en la literatura y que fuera distinguido en un concurso literario organizado por El Litoral) la contundente imagen final del jazmín secándose por influjo del féretro en el que yace la perrita muerta, enterrado al pie de la planta.

Retomando las palabras de Raúl Fedele aparecidas en las páginas de este diario, las historias cotidianas de personajes desgraciados demuestran que Falco es cultor de ese minimalismo que cuenta, entre sus principales referentes, a autores como J. D. Salinger: siempre hay algo que parece acechar en la apacible y monótona existencia.

Es de destacar una efectiva economía narrativa; el carácter sintético permite que cuentos como “Un hombre feliz” o “Ada” resuman en no muchas páginas el devenir de toda una vida. A su vez, al momento de intentar establecer una suerte de “genealogía literaria” en la prosa de Falco, podría mencionarse también a Flannery O'Connor, con sus historias ancladas en ambientes pueblerinos (el sur profundo, cuyo equivalente en el contexto de la literatura argentina actual es el “interior profundo”, no menos salvaje, supersticioso y perdido a la buena de Dios como el Deep South o, por lo menos, así aparece en las representaciones que trazan algunos autores-) y, especialmente, con la ineludible presencia de la fatalidad.

Con este bagaje de lecturas que se manifiesta sobre la superficie textual y con las particularidades de su narrativa, se puede establecer un paralelo entre Falco y su 222 patitos y otros autores con características en común. En el caso entrerriano, Una chica de provincia de Selva Almada. En el caso santafesino, Luces de navidad de Francisco Bitar. Con esta especie de asociación se trata simplemente de recalcar temáticas, estilos y formaciones que parecen singularizar a una generación de escritores.

La reedición de 222 patitos es una oportunidad para apreciar los orígenes de una prosa relevante en la literatura producida por los autores nacidos en la década del setenta y primera mitad del ochenta; de hecho, el cuento de Falco “En Utah también hay montañas” es seguramente el mejor de los que integran la antología que lanzó la revista Granta en 2010 para presentar a los más destacados narradores en lengua española menores de treinta y cinco años.

por Agustina Steinberg