Del Parque Cívico del Sud al Parque de la Constitución Nacional

CONTRAEDITORIAL-IMG544.jpg

Geometría al palo. Boceto del proyecto elaborado en 1939 por Ángel Guido.

Foto: Archivo General de la Provincia de Santa Fe

 

Por Gustavo José Vittori

Los caminos de la historia suelen ser sorprendentes. Llama la atención el tiempo que puede tomar una idea hasta lograr su punto de maduración y convertirse en hecho. Es el caso del Parque de la Constitución Nacional, que ingresa ahora a su segunda fase con la construcción del museo, momento en el que vale la pena recordar un proyecto de 1939 que opera como antecedente.

Allá lejos

Promediaba el mandato gubernamental de Manuel María de Iriondo (1937-1941) cuando el arquitecto, ingeniero y urbanista Ángel Guido, uno de los autores del Monumento a la Bandera en la ciudad de Rosario, le propuso al mandatario santafesino un proyecto que llevaba el nombre de “Gran Parque y Centro Cívico e Histórico Monumental” y que se desplegaría en el contrafrente de la Casa de Gobierno, a la que completaba y giraba 180º con un nuevo ingreso sobre el espacio proyectado; lugar que comprendía unas veinte hectáreas del viejo Parque del Sud, escrito así, a la francesa, como entonces se estilaba. Y que desde entonces y hasta 1944 tomaría el nombre de Parque Cívico del Sud.

La propuesta, inspirada en algunos altares patrióticos de los Estados Unidos de Norteamérica y Europa, emanaba un fuerte aroma historicista que el proponente se encargaba de enfatizar con su plan de “Reargentinización edilicia por el urbanismo”.

En una traza de exaltada geometría, Guido centraba un gran monumento a los Constituyentes del 53 sobre una espina que comunicaba visualmente con el nuevo portal de la Casa Gris, mientras que en los flancos del referido eje y a manera de contrabalance de los edificios de la iglesia, convento y escuela de San Francisco, se erigía sobre el lado oeste un Museo Histórico de gran porte. De modo que los cuatro cuerpos edilicios quedaban ubicados con simétrico rigor en los extremos de una cruz imaginaria, en tanto que el parque sobre el que quedaban implantados, con diseños de jardinería francesa, era visualmente dominado por una imagen longitudinal asociable con estadios romanos del tipo del de Domiciano (actual plaza Navona). El conjunto estaba bordeado por una gran avenida costanera y el toque argentino estaba dado por el complejo franciscano de fines del siglo XVII, el edificio neocolonial del propuesto Museo Histórico y la lista de árboles a implantar en el parque: jacarandáes, palos borrachos, ceibos, tipas, ombúes, aguaribayes, lapachos, talas, timbúes, sombras de toro, brachichitos (árbol botella), sauces, cedros, naranjos, tunas y cardones. Lo curioso es que, en busca obsesiva de la simetría, arrasaba la casa de Diez de Andino, la más antigua de la ciudad, algunos de cuyos muros fueron levantados en 1662.

En verdad, era un proyecto monumental, un tanto brutalista, para la capital de una provincia pujante en una Argentina todavía rica. Pero por suerte no se hizo. Hoy su hedor rancio sería insoportable y su inexorable envejecimiento lo hubiera convertido en una caricatura patriótica. Basta ver el boceto para entender lo que digo. Sin embargo, por temática y ubicación, es un antecedente próximo del Parque de la Constitución que hoy se ejecuta con otros criterios en una zona aledaña y sobre una superficie de parecida extensión aunque distinto formato, obra que, de paso, salda una vieja deuda histórico-institucional.

También retoma la idea de aquel Parque del Sud, asentado sobre terrenos comunales “situados en el bajo del antiguo Hospital de Caridad”, que por Ordenanza Nº 1091 del 31 de octubre de 1910 el Concejo Deliberante Municipal había destinado para la creación de un espacio verde. Aquella superficie, que en su origen fue de unas tres hectáreas, a las que hubo que rellenar y terraplenar, se expandirían con el tiempo y recibirían el nombre de Parque Cívico del Sud hasta 1944, en que se lo cambiaría por el del general Manuel Belgrano e incluiría un busto del prócer “como permanente y justiciero recuerdo de la importante misión cumplida en nuestra historia por el vencedor de Salta y Tucumán”, según expresa el decreto Nº 1949, emitido por el interventor federal en 1944.

El actual proyecto

El actual proyecto en proceso de ejecución comparte el propósito de honrar a la Constitución, pero parte de una concepción muy diferente, a tono con la evolución de la sociedad, el surgimiento de nuevos valores y visiones, de otra forma de vida, una distinta relación con la naturaleza, otros modos de pensar y hacer la ciudad, y una progresiva revaloración de los activos históricos para convertirlos en capital cultural.

En primer lugar, el eje temático de este parque en construcción es la Constitución Nacional, que incluye pero a la vez excede la importancia de los constituyentes. Aquí, lo más valioso es la Ley Fundamental que rige la vida de los argentinos, que los guarece de la intemperie de los instintos, fija cauces para las conductas, establece derechos y deberes, consagra garantías y protecciones, promueve la convivencia fecunda dentro de la casa común de la Nación constituida. Esta obra formidable, alumbrada en 1853, muchas veces vulnerada, y menos conocida de lo que sería deseable, que va a cumplir 162 años de existencia y que fue modificada en 1860, 1866, 1898, 1949, 1957 y 1994 mediante sucesivas convenciones reformadoras con sus respectivos convencionales constituyentes, ocupa el centro de la escena en el parque temático que crece a la vera del río Santa Fe.

La primera etapa fue la construcción de la plaza ceremonial próxima al río. Allí se levantan tres pilares enchapados con acero, que se encienden con la luz del sol y representan a los tres poderes instituidos por la Constitución republicana, estructuras que hunden sus cimientos en la Explanada de la Soberanía Popular, su fuente de energía y legitimidad. Por eso se inclinan levemente, en gesto de respeto ante el playón que metaforiza la voluntad ciudadana, mientras se anclan en el suelo patrio que les da sustento y del que absorben los jugos nutricios de la teoría que les da fundamento.

Esa isleta ceremonial sobreelevada en medio de los bajíos ribereños, forma parte de una superficie de diecisiete hectáreas que conjuga naturaleza y cultura en un espacio de fuerte simbolismo que invita a todos al relax y el disfrute, pero también a la práctica de ejercicios de abstracción inteligente. Es, por lo tanto, un lugar recreativo y un instrumento educativo. Comprende lo material y lo intangible, lo sensorial y lo intelectual, lo real y lo simbólico, lo físico y lo espiritual, con el propósito de sembrar ciudadanía y hacer conocer los costos históricos que se han pagado para erigir el edificio constitucional, y los beneficios -pasados y presentes- que supone vivir al amparo cierto de sus principios, instituciones y normativas.

Un parque que les habla a los ciudadanos

La delicada manera en que los edificios del complejo se posan sobre el terreno agreste, dice más que discursos y memorias descriptivas sobre la filosofía que alienta esta iniciativa. No hay forzamientos, defensas, barreras ni bordes duros en el terreno anegadizo. Se respetan la geografía ribereña y los ciclos del río, con sus crecidas y bajantes que fluirán y refluirán en el parque según su régimen natural. La arquitectura lo dejará hacer, y su resguardo, su recaudo, será montar el cuerpo del museo sobre una estructura palafítica (de hormigón) alta, pero hincada a importante profundidad.

Por otra parte, en su acompañamiento de la línea del horizonte, el gran Museo de la Constitución Nacional alegoriza la horizontalidad de una sociedad en la que todos -al menos en el propósito enunciado y normado- tienen los mismos derechos. De modo que el diseño geométrico honra el Preámbulo y expresa en sus formas físicas los contenidos cívicos del texto constitucional. Tanto como la verticalidad de los poderes, que en la isleta ceremonial emblematizan su jerarquía, pero con una leve inclinación gestual ante la fuente popular de su legitimidad.

Todo el parque habla, desde la flora y el río por el que navegaron muchos constituyentes, hasta los contenidos de un libreto museológico tan ecuménico como el texto actual de la Constitución, que incluye cuatro generaciones de derechos. Habla el lugar, que convoca al encuentro; hablan los gestos, símbolos y alegorías presentes en cada intervención realizada en el espacio. Y en algunos meses más hablarán los contenidos del museo, desarrollados con criterios amplios y participativos, y una permanente actitud receptiva.