EL CUBISMO

Juan Gris, desde la emoción a la geometría

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“La chanteuse” (1926). Colección Telefónica de España

Foto: Archivo

 

María del Carmen Caputto

“Juan Gris ha ido siempre hasta los últimas consecuencias de su pensamiento, con un rigor inexorable. No es que fuera un racionalista de plano, herido por la fría lógica. Era un español, con un temperamento fanático, apasionado. Pero la pureza de su espíritu, que no conocía otra ley que la verdad, gobernaba su expresión. (Daniel-Henry Kahnweiler).

Había nacido muy cerca de la Gran Vía, en la Calle del Carmen, en 1885, cuando Madrid aún conservaba un señorío muy castizo. Su nombre era José Victoriano González, aunque se hacía llamar Juan Gris, el mismo seudónimo con que firmó sus primeros dibujos satíricos en un diario de Barcelona.

Todavía no había estallado la Primera Guerra Mundial, transcurría 1906 y el cubismo comenzaba a germinar en París. Se intuían grandes cambios. El postimpresionismo había llegado a su fin, mientras un grupo de artistas en sus telas coloridas intentaba una nueva manera de representar el mundo exterior, sin imitarlo.

Se vivía un momento clave de la historia del arte contemporáneo, cuando Juan Gris llegó a París. Ahí conoció a Bracque, Pablo Picasso y Ferdinad Léger, se unió a ellos para intentar en su atelier de Bateau Lavoir -símbolo de la boheme vanguardista de esos tiempos- buscar un nuevo orden geométrico en sus obras, esa arquitectura pictórica que les permitiera resolver un problema técnico: representar la simultaneidad de perspectivas.

“No puedo colocarme ante un ramo de flores y copiarlo”, le dijo un día Juan Gris a Picasso, para advertirle sobre ciertas reglas de composición. Desde el Renacimiento los artistas se habían guiado por los principios de la perspectiva matemática, según los cuales el artista miraba a su modelo desde un punto de vista fijo e inmóvil. Ahora, estos artistas audaces intentarán un objetivo deseado: fusión de diversos puntos de vista en un objeto representado.

Entre él y Picasso

Por ese entonces, nadie intuyó que se hallaba frente al movimiento estético más importante y de mayor influencia en el arte del siglo XX. Ni tan siquiera Picasso con sus “Señoritas de Avignon” (1909), cuadro que simboliza el inicio de una nueva estética, había llegado a tanto. En oposición al cubismo de Picasso que es expresión de una energía impetuosa y desordenada, Juan Gris siguió el camino de la pulcritud. Hace varios años, en el Museo Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, se expusieron once obras pertenecientes a la colección de Telefónica de España, que constituyen una parte muy significativa del legado de Juan Gris a la historia del arte contemporáneo.

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“Verre, tasse et journal”. Colección privada.

Foto: Archivo

Respetando el orden cronológico que marcan los caminos del intento del artista, la muestra se iniciaba con una obra de 1913 y concluía con un óleo sobre lienzo magnífico de 1927 (“Guitarra y compotera”) en donde Gris sustentó sus ideas sobre una nueva manera de representación, en la que creyó con fidelidad. En el recorrido, estaban sus naturalezas muertas, bodegones “impregnados de humanidad”, como decía de ellos el poeta Apollinaire. El público podía ver los fragmentos de un cielo íntimo y el collage texturas de las cosas cotidianas, típicos en su obra. “Le jardín” (1926), un paisaje de tonos fríos más cercanos a la abstracción y que supo inspirar un artista de una generación posterior como Malevitch. Sus pipas, sus guitarras españolas, las botellas de cognac, el diario del día, lo íntimo ubicado frente a una ventana abierta al paisaje infinito.

Pintura y soledad

Juan Gris murió a los cuarenta años cuando aún podía esperarse mucho de su indagación estética. En contraste con la ambición perfeccionista de su pintura, fue un hombre que conoció la desventura de ser olvidado. No tuvo el éxito de Picasso, ni el reconocimiento público del que gozaron Bracque y Leger, aunque este último no fue un cubista puro ni en sus comienzos.

La Guerra Mundial que se inició en 1914 desunió a estos cuatro artistas del Bateau Lavoir. Cada uno de ellos tuvo su gloria individualizada.

Para Juan Gris, el reconocimiento fue póstumo. Daniel Henry Kahnweiler, el marchand de los pintores cubistas, amigo y único biógrafo de Juan Gris cuenta que al ver el éxito de que gozaban los demás solía decirle: “A mí nadie me hace caso”.

Esa misma sensación de soledad fue la que transmitió en unas cartas dirigidas a su amigo, el poeta chileno Vicente Huidobro. Juan Gris muestra en esas cartas su espíritu austero y su desasosiego: “Tú sabes, mi gran regret es que España no se ocupó nunca de mí”, le dice a su amigo Huidobro sugiriéndole que hiciese algo por él.

Después de un período dedicado a pintar arlequines y pierrots y donde se reiteran sus constantes: una paleta de colores austeros, terracotas, azules grisados, verdes amarronados y sus imitaciones a las texturas -más cercano al misticismo barroco de Zurbarán, que a la búsqueda de los colores puros de Léger-, Gris continúa con su gran postulado: hacer de un cuadro una arquitectura plana coloreada.

El último canto

En esa búsqueda, lo encontró la muerte en Boulogne Sur Seine, Francia, en 1927. Cerca del final, sus pinturas adquirían una vitalidad sorprendente. “Me gusta la regla que corrige la emoción”, le dijo un día Bracque, y Juan Gris le contestó: “Me gusta la emoción que corrige la regla”. Esa emoción es lo que nos transmite “La chanteuse” (1926), quizá la obra más apreciada por los visitantes en aquella ocasión en Buenos Aires.

Quedan en el recuerdo esas palabras que, como un conjuro solía decir: “Yo jamás acaricio a un perro si no es con la mano izquierda, porque si me mordiera, tendría siempre la derecha para pintar”. Nunca se conocieron palabras tan sublimes acerca del acto imperioso que lleva a un artista a ejercer su oficio.

 
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Boceto de Juan Gris.

Foto: Archivo