editorial

  • Centenares de miles de personas marcharon en el país, unidas por el dolor y el deseo de una Argentina distinta.

El mensaje del silencio

En una Argentina donde las consignas no suelen ser respetadas, centenares de miles de personas se reunieron ayer en los más recónditos lugares del país y en el más absoluto silencio. No hubo insultos, voces de condena, ni recriminaciones. No hubo cacerolas, ni rabia.

Es que, en este caso, lo que movilizó fue el dolor y la conmoción por lo ocurrido con un fiscal muerto. Fue una marcha distinta. Y aun así, por momentos el silencio resultó atronador y emocionante. Es que, de alguna manera, no fue necesario expresar palabra alguna para que se produjera una conexión íntima y, a la vez, multitudinaria entre quienes marcharon. Es que, a su modo, todos los que participaron en estos actos se movilizaron por la misma sensación de angustia por la muerte, cansancio por la impunidad y hartazgo por un modo de ejercer el poder sobre la base de la división permanente.

Lo hicieron para recordar al fallecido fiscal Alberto Nisman y para expresar su solidaridad hacia la familia de la víctima. Lo hicieron, también, para manifestar su más profundo deseo de cambio en un país en el que la violencia recuperó espacios que parecían ganados por quienes, simplemente, desean vivir en paz y bajo el respeto de las normas esenciales que deberían regir los destinos de la República.

Santa Fe no fue la excepción. Como pocas veces, la gente se convocó de manera multitudinaria y respetuosa frente a la Legislatura provincial. Con inusual puntualidad, la marcha se inició en el momento previsto y llegó hasta la Plaza 25 de Mayo, donde simplemente se escucharon aplausos, algunos pedidos de justicia por la muerte de Nisman y, posteriormente, se entonaron las estrofas del Himno Nacional.

Ni siquiera fue necesaria la presencia de fuerzas policiales para garantizar la paz en un acto en el que apenas si se observaron algunas banderas argentinas y un puñado de carteles recordando al fiscal que murió por las investigaciones que estaba realizando.

Algunos políticos estuvieron presentes, entremezclados entre la gente. Ninguno intentó acaparar la atención o tener un protagonismo que, en este caso, no les correspondía.

Lamentablemente, durante los días previos a estas marchas, la presidente de la Nación y sus más cercanos colaboradores dieron claras muestras de que las cosas no cambiarán demasiado durante los próximos meses en la Argentina. Por enésima vez, apelaron a esa particular y asfixiante capacidad para diferenciar entre “ellos” y “nosotros”.

Como si la muerte de un fiscal, que desde hacía tantos años venía investigando el mayor atentado terrorista cometido en suelo argentino, no fuese motivo suficiente como para unir a un país en un hermanado reclamo de justicia.

A pocos meses del final del actual gobierno, sería ingenuo suponer que se puedan producir verdaderos y profundos cambios de actitud. Todo lo contrario. Es probable que el estilo autocrático de ejercer el poder y ciertas pulsiones ególatras y despóticas se profundicen.

A la clase política en general y a cada argentino en particular les cabe una responsabilidad crucial por el futuro del país. Demasiados errores se han cometido. Lo de ayer fue apenas un síntoma. Sin embargo, para que los cambios efectivamente se produzcan, se requerirá de esfuerzo, responsabilidad y compromiso. Valores deseables en la Argentina actual.

A la clase política en general y a cada argentino en particular les cabe una responsabilidad crucial sobre el futuro.