STAN LAUREL

El flaco

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Stan Laurel. Aunque obtuvo la fama y el reconocimiento gracias al trabajo que realizó junto con Oliver Hardy, figura entre los más grandes cómicos de la historia del cine. Foto: Archivo El Litoral

 

Juan Ignacio Novak

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Las “buddy movies” o “películas de compañeros” generaron parejas mitológicas: Martin y Lewis, Abbot y Costello, Lemmon y Matthau. Pero el dúo cinematográfico por excelencia fue el que integraron Oliver Hardy y Stan Laurel, para la eternidad, “el Gordo y el Flaco”. Los cortometrajes cómicos que protagonizaron, sobre todo aquellos en los que prevalecen los gags, son un legado irrepetible.

En sintonía construyeron un sólido andamiaje. Ninguno, en solitario, logró ese nivel. Pero hoy se cumplen cincuenta años del fallecimiento, en Los Ángeles, de Laurel, el “Flaco”, uno de los cómicos más talentosos de la historia del cine. Nacido en Inglaterra en 1890, desarrolló el tramo más exitoso de su larga trayectoria entre los ‘20 y los ‘40.

Junto con “Ollie” interpretaron a polícias, ladrones, empresarios de mudanzas, detectives, toreros, matones, barrenderos, estudiantes, soldados, vendedores, marineros, electricistas, obreros, deshollinadores, náufragos, boxeadores, artistas de circo, vagabundos, cobradores, porteros, constructores, músicos, golfistas, pícaros en la Italia del siglo XVII y hasta hombres de la Prehistoria que compiten por una mujer. En 1933 rodaron la que se considera su mejor película, “Sons of the Desert”, y en 1951 su último trabajo juntos: “Robinsones atómicos”.

Tributo

Los reconocimientos suelen ser tardíos y expiatorios. Al “Flaco” por lo menos le llegaron en vida: en 1961 le otorgaron un Oscar Honorífico “por ser uno de los pioneros en el género de la comedia”. Aunque uno de los homenajes más bellos que se le rindieron jamás proviene de un argentino, marplatense, el entrañable Osvaldo Soriano.

En su novela, “Triste, solitario y final”, el escritor incorpora a un envejecido Laurel como personaje secundario, en tiempos de decadencia, cuando se ve obligado a aceptar trabajos menores para sobrevivir en los confines de una industria despiadada.

En cierto modo, Soriano plantea una ironía: Laurel, quien hizo reír a varias generaciones, tuvo sin embargo un final triste y solitario. Pero si, como sostienen algunos, la risa es un bálsamo, justo es decir que a Laurel, al eterno “Flaco”, le cabe el mérito de haber hecho al mundo un poco más feliz.