la vuelta al mundo

Radicales en la encrucijada

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Cobos, Sanz y Leandro Alem

por Rogelio Alaniz

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Los radicales decidirán en estas horas sus candidaturas nacionales y sus políticas de alianzas. Se estima que alrededor de 350 convencionales estarán presentes en la ciudad de Gualeguaychú para debatir, ponerse de acuerdo y disentir acerca de lo que el partido fundado hace más de un siglo por Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen le conviene o debe hacer .

En una convención pasan muchas cosas, pero básicamente el debate girará alrededor de las candidaturas y las alianzas. Hasta hace unos días se hablaba de tres posiciones: un acuerdo con Macri, una alianza con Macri y Massa o un frente de centro izquierda alrededor de los principios básicos fundados por la Unen. Al momento de escribir esta nota las posiciones se redujeron a dos: el entendimiento con Macri o una convocatoria más amplia que incluya a Massa y el espacio de centroizquierda.

Las dos posiciones admiten matices y aperturas a acuerdos locales, pero los ejes centrales están planteados con bastante claridad. La posición que parece ganadora, aunque por estrecho margen, es la que lidera Ernesto Sanz, el actual presidente del partido. Importa aclarar que de imponerse esta estrategia el radicalismo no resolverá en su convención votar por Macri sino competir con él en las Paso.

Los críticos a este tipo de acuerdo observan que competir con Macri con candidatos propios en las Paso es una formalidad, porque a nadie se le escapa que en ese espacio el liderazgo del actual jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires es indiscutible, motivo por el cual -dicen- detrás de la retórica del candidato propio lo que se hace es poner al la UCR como furgón de cola del macrismo.

A esa consideración, los radicales progresistas añaden luego el carácter conservador y derechista del macrismo, sus prácticas políticas que resucitan los peores hábitos faranduleros del menemismo y sus inclinaciones cada vez más visibles hacia una suerte de neoperonismo en sus variantes más detestables.

Los seguidores de Sanz no comparten este punto de vista o consideran que se detiene en las anécdotas y pierde de vista realidades políticas mucho más consistentes. En principio, el acuerdo de la UCR con el macrismo está instalado en la sociedad a través de dos variantes: los acuerdos políticos que en las provincias se han hecho y se están haciendo; el otro cauce que tributa con Macri son los propios votos de las clases medias, la base social histórica del radicalismo.

Al respecto, bien podría decirse que más allá de lo que decida la convención, un alto porcentaje de los votos radicales y de los votos que influyen los radicales ya han decidido votar por Macri, por lo que el acuerdo con el PRO no es una elucubración teórica sino el reconocimiento a un dato consistente de la realidad que puede gustar o no, pero no se lo puede desconocer. Es más -dicen los seguidores de Sanz-, si esta decisión se hubiera tomado antes, las posibilidades del radicalismo de influir en esta coalición habrían sido más grandes, por lo que -agregan- cuanto más demoremos, en acordar menos posibilidades de influir tendremos.

La otra posición que estará presente en la convención es la que sostiene Cobos, Massa y de alguna manera Alfonsín. Es un acuerdo que se terminó de hilvanar a último momento y que actúa como una reacción a la ofensiva de Sanz. Cobos -el candidato con más votos de la UCR pero sin ninguna posibilidad presidencial- propuso en un primer momento un acuerdo alrededor de los principios de la Unen, algo así como un frente de centroizquierda liderado por el radicalismo con el apoyo de fuerzas políticas como el GEN de Stolbizer, Libres del Sur y socialistas.

Como esta estrategia para un partido con vocación mayoritaria como la UCR resultaba demasiada estrecha, es que se acordó con el otro actor de la convención que es Gerardo Morales, el caudillo radical de Jujuy, famoso por sus enfrentamientos con los piqueteros y su acuerdo político provincial con Sergio Massa. Morales hasta el momento es más el titular de una estrategia local con algún alcance hacia las provincias vecinas, que un proyecto nacional de poder.

De esta suma de necesidades y frustraciones nació el acuerdo entre Cobos, Morales y Alfonsín, un acuerdo cuyo eje central es más el rechazo al entendimiento con Macri que la certeza de una estrategia política clara. En caso de imponerse la posición de Cobos, lo más probable es que el radicalismo apueste a lo que se llama el espacio socialdemócrata, ya que el supuesto acuerdo con Massa tiene muy pocas probabilidades de consolidarse a nivel nacional.

El llamado espacio socialdemócrata no es una postura extravagante en la UCR. Importantes dirigentes políticos y contingentes juveniles apoyan esta alternativa que en su momento legitimara con toda su autoridad Raúl Alfonsín. La objeción que le hacen sus rivales internos es que se trata de una variable más ideológica que política, en tanto carece en la actualidad de posibilidades reales de poder.

El poder. De eso se trata. El radicalismo como tal, y más allá de cierto folclore partidario, siempre se definió como un partido de masas con aspiraciones reales de poder. Sin esa condición mayoritaria y esa voluntad de poder no hay UCR o lo que hay es más una peña folclórica que un partido. La UCR históricamente defendió su individualidad partidaria y a juzgar por los resultados lo hizo bastante bien, ya que después de más de un siglo de existencia sigue siendo el partido político por excelencia, el partido con extensión política territorial y compromisos reales con los valores democráticos y republicanos. Ése es su aporte valiosísimo a la política nacional y esto es lo que hace del radicalismo una institución que merece ser preservada como merecen ser preservadas aquellas tradiciones sin las cuales la Argentina perdería uno de sus atributos más virtuosos.

Todo partido de masas posee sus principios, pero básicamente se define por su capacidad por entender los nuevos tiempos históricos. Ciento veinticinco años de existencia de la UCR no se explican solamente por la defensa de algunos valores hoy compartidos por toda la sociedad, sino por esa capacidad por adaptarse con realismo a las nuevas exigencias.

Está claro que si el radicalismo hoy contara con un dirigente con capacidad de competir seriamente por la presidencia, todas estas combinaciones de alianzas no se estarían discutiendo. Porque por diferentes motivos carece de ese liderazgo, pero al mismo tiempo se resiste a quedar anclado en la soledad del partido testimonial, es que dirigentes como Sanz apuestan a un acuerdo republicano con el PRO como garantía para impedir la continuidad del peronismo en el poder e iniciar una experiencia política republicana y democrática.

Todo acuerdo por definición tiene ventajas e inconvenientes. Las ventajas son visibles. Un radicalismo aliado al PRO es la alternativa política más seria para impedir la continuidad del kirchnerismo a través de cualquiera de sus variantes en juego. El acuerdo le permitiría además atender sus necesidades provinciales y municipales y fortalecer su estructura interna con diputados, senadores y gobernadores. Los inconvenientes giran alrededor de la pérdida de la identidad partidaria, de transformar al histórico partido en un comodín en el juego de fuerzas políticas conservadoras. Objetivamente, los riesgos existen, pero nadie ha dicho que en política se pueden tomar decisiones sin correr riesgos. Un radicalismo testimonial salvaría la identidad partidaria pero reduciendo al partido a su mínima expresión y haría muy poco para derrotar al peronismo. Es más, un radicalismo apartado de la disputa real del poder es funcional a la continuidad del kirchnerismo. Por el contrario, un radicalismo aliado con Macri participaría en las disputas reales del poder, pero ya se sabe que en estos juegos el poder más de una vez exige venderle el alma al diablo, lo cual es un riesgo que siempre hay que tener en cuenta.