El acento diacrítico

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Enrique José Milani

También conocido como “ocasional”, es decir, que se lo emplea en circunstancias excepcionales. Llama la atención lo de diacrítico, aunque seguramente se lo ha estudiado en la escuela. El término proviene del griego: diacriticós, es decir, que distingue. Significa que servirá para establecer alguna distinción, en este caso, con respecto a la ortografía de las palabras.

Pero antes aclaremos el significado de “acento”. En este caso, nos importa como sinónimo de tilde, es decir, la raya oblicua que se traza de derecha a izquierda sobre una vocal e indica, en la mayoría de los casos, la mayor fuerza aspiradora de la sílaba cuya vocal lo lleva: ángel, aritmética, papá, confín, lúgubre, etc. Luego se completa la definición con lo que nos interesa, en este caso: para distinguir una palabra o forma de otra escrita con iguales letras, y precisamente éste es el fin con que se emplea el acento diacrítico.

Se aplica este adjetivo a los signos ortográficos que sirven para dar a una letras algún valor especial. Son, por ejemplo, “puntos diacríticos” los que lleva la letra “u” de la palabra “vergüenza”-conocidos también como crema o diéresis-, en este caso para que suene la “u” porque, generalmente, no lo hace cuando se encuentra entre “g” y “e” o “i”: guerra, guiso, guitarra, manguera. Repetimos: la misión del acento diacrítico es establecer distinción, desigualar, particularizar.

Veamos, pues, los casos en que se requiere de la tilde ocasional para evitar ambigüedades. Empecemos por los monosílabos: tú, él, mí, sí :pronombres personales; sí, adverbio de afirmación -¡atención!: ti, nunca se tilda pues desempeña un solo oficio (Ahora te toca a ti)-; más, adverbio de cantidad; sé: del verbo saber; qué, cuál, cuáles, quién, quiénes: pronombres exclamativos o interrogativos (¿Qué quieres? ¡Qué barbaridad! ¿Quiénes acudirán? ¿Cuáles prefieres?); igualmente el qué del interrogativo ¿por qué? (¿Por qué te vas?); té: sustantivo (Gusta del buen té); ó, entre números, o entre número y palabras, porque podría confundirse con el cero (20 ó 30 libros; 200 ó más candidatos).

Polisílabos: éste, ése, aquél con sus femeninos y plurales. En éstos se podrá prescindir de la tilde cuando no resulte ambigüedad u oscuridad: Este no es como ese ni aquel. Sólo = solamente; cúyo, con su femenino y plural; cómo, cuándo, cuánto: con sus variantes de género y número; dónde, adónde: en casos de pregunta o admiración (¿Cúyo es este libro? ¿Cómo, cuándo y dónde se conocieron?).

El eminente gramático Rodolfo Ragucci advierte que hay otras voces que pueden desempeñar un doble oficio y gozan del mismo derecho a diferenciarse por el acento ocasional: otro (a), alguno (a), varios, todos, muchos, pocos, entre, sobre, para, don, nos, sus, la, ha, he, a, e, o, u, etc. Con todo, la Academia, que reconoce este derecho, aconseja prudencia a fin de que no se multipliquen innecesariamente las tildes, tanto que, en el caso de los pronombres este, ese, aquel, con sus femeninos y plurales, “será lícito prescindir de la tilde cuando no exista riesgo de anfibología”, aunque en caso de anfibología u oscuridad, la coma, mejor que la tilde, evitará el error (Exigían estos, sus derechos; Aquellos, sus reiterados reclamos).

Sin duda que la tilde precisa la pronunciación y el significado. Veamos. No es lo mismo: nutria (animal) que nutría (v. nutrir); sandia (tonta) que sandía (fruta); sumaria (breve) que sumaría (v. sumar); tenía (v. tener) que tenia (gusano platelminto); media (mitad) que medía (v. medir); arteria (vaso sanguíneo) que artería (amaño, astucia).

Sin duda, hemos comprendido la importancia de la tilde para discernir cuándo se trata de una cosa u otra. Ojalá que el apuro al escribir no sea motivo para olvidar la rayita acentual.