Piccarda Donati, inmortalizada por Dante

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Ilustración de Salvador Dalí para "La Divina Comedia".

 

Por Nidya Mondino de Forni

Aún hoy, si paseamos por los barrios más antiguos de la ciudad de Florencia y dejamos volar la imaginación, podemos hacernos una idea del aspecto que debió tener la Florencia de Dante. Su barrio de Puerta San Pedro, donde se levantaba su casa, rodeada por las casas, torres y palacios de muchas familias amigas o enemigas, cuyos nombres —los Portinari, los Cavalcanti, los Cerchi, los Donati— se hicieron famosos gracias a La Divina Comedia.

Sabemos que la situación política de la Florencia de esa época no era precisamente poética. Durante esos años la política interior se caracterizaba por las luchas entre dos familias y sus seguidores, los Cerchi, venidos del campo a la ciudad, comerciantes y banqueros, partidarios de los güelfos (adeptos a la Iglesia) y los Donati, miembros de la nobleza de la ciudad, vecinos de larga data, personajes orgullosos y carentes de escrúpulos, partidarios de los gibelinos (adeptos al emperador). Dante, a pesar de estar emparentado con los artistocráticos y empobrecidos Donati, se alineó de manera clara al partido de los Cerchi, uniendo así a su condición de literato, una marcada personalidad de hombre público. Llegó a ocupar cargos públicos, navegando de allí en más entre la poesía y la política, en una Florencia azotada por el odio y la violencia. Con el tiempo, caído en desgracia, fue degradado públicamente y empujado a un doloroso y eterno exilio, del cual -según Dante- su principal responsable fue Corso Donati.

Corso Donati era uno de los hijos de Simeone, y hermano de Forese y Piccarda, que parece haber sido monja de Santa Clara, pero los hermanos, por razones políticas, la raptaron de los claustros y la entregaron a un hombre poderoso. En La Divina Comedia, llegado en su viaje al Purgatorio, y en el sitio donde purgan sus pecados los golosos, encuentra allí a Forese, su antiguo amigo, quien la pregunta:“Ma dimmi, se tu sai, dov’é Piccarda.../ La mia sorella, che tra bella e bona/ non so qual fosse piú, triunfa y lieta/ nell’alto Olimpo giá di sua corona” (“Pero dime, si acaso lo sabes, dónde está Piccarda.../ Mi hermana, que no sé lo que fue más, si hermosa o buena,/ ostenta ya su triunfal corona en el alto Olimpo”. (Purgatorio XXIV 10-15).

Un poco más adelante no olvida imaginar a Corso -para Dante el principal causante de los males de Florencia- “ya estoy viendo al que tiene la mayor culpa de esa ruina, arrastrado, ligado a la cola de un animal hacia el valle donde nadie se excusa de sus faltas (el Infierno). El animal a cada paso va más rápido hasta que lo arroja y abandona el cuerpo vilmente destrozado”. Clara venganza la de Dante.

Llegado al Paraíso Celestial, premio y destino supremo de las almas que han logrado la gracia del amor y la luz de la redención, acompañado por Beatriz, en el Primer Cielo, el de la Luna, descubre de pronto a un grupo de almas que parecen como figuras esfumadas. Beatriz le informa que son los que en la tierra quebraron sus votos religiosos. Una de ellas es Piccarda quien le refiere su historia: “I’ fui nel mondo vergine sorella,/ e se la mente tua ben sé riguarda,/ non mi ti celerá l’esser piú bella,/ mi riconocscerai ch’i’ son Piccarda,/ che, posta qui con questi beati,/ beata sono in la spera piú tarda” (“Yo fui en el mundo una virgen religiosa,/ y si tu mente me contempla bien,/ no me ocultarás a tus recuerdos/ el ser hoy la más bella, sino que reconocerás que soy Piccarda/ colocada aquí con estos otros bienaventurados,/ soy como ellos bienaventurada en la esfera más lenta”. (Paraíso III 46-51).

Lamentando no poder cumplir con su vocación monástica, agrega: “Dal mondo, per seguirla, giovinetta/ fuggí’mi, e nel suo abito mi chiusi/ e promisi la via de la sua setta,/ uomini poi, a mal piú ch’ a bene usi,/ fuor mi rapiron de la dolce chiostra:/ Iddio si sa qual poi mia vita fusi”. (“Por seguirla, huí del mundo jovencita/ aún, me encerré en su hábito y prometí observar la regla de su orden./ Luego, algunos hombres más habituados al mal que al bien/ me arrebataron de la dulce clausura./ Dio sabe cuál fue después mi vida”. (Paradiso III 103-108).

Su figura se disipa en la atmósfera cantando “Ave María”, envuelta en la sublime armonía de la música de los eternos giros.