editorial

  • El reconocimiento de los logros no impide observar las dificultades que presenta el proceso de apertura.

Cuba y el mundo

Si el Papa Juan Pablo II lanzó la consigna “que Cuba se abra para el mundo y que el mundo se abra para Cuba”, Francisco está contribuyendo ahora a hacer de esa consigna una realidad histórica. La reciente reunión con el dictador cubano Raúl Castro así parece confirmarlo. Que el dirigente comunista, responsable con su hermano de haber protagonizado un duro y prolongado conflicto con la Iglesia Católica, admita -con algo de sentido de humor- que con el actual Papa está dispuesto a ir a misa, es una prueba evidente de los avances que se están logrando.

En realidad, la Iglesia Católica en Cuba hace rato que viene obteniendo reivindicaciones que se suponían imposibles: cese de persecuciones, libertad de los cubanos para practicar su religión, reconocimiento de las celebraciones cristianas, incluida la Navidad; reapertura de seminarios, autorización de procesiones.

El papel del cardenal Ortega ha sido muy importante, pero no hay duda que la intervención de Juan Pablo II, en su momento, y las posteriores gestiones de Ratzinger y Bergoglio han contribuido a crear el actual clima de libertad religiosa, que por cierto es perfectible pero marca una tendencia bien delineada en un país en el que durante décadas la religión estuvo prohibida y fue perseguida.

El reconocimiento a los logros, entre los que se incluyen las recientes gestiones con el presidente Obama, no impide observar las dificultades que presenta el proceso de apertura. Cuba sigue siendo una dictadura y sobre este punto no es conveniente llamarse a engaño. Las libertades religiosas son un punto importante pero no decisivo a la hora de pensar en un proceso de democratización que merezca ese nombre.

Los aportes y las contribuciones de la Iglesia Católica en esta dirección también tienen un límite. El objetivo de la Iglesia es recuperar las libertades religiosas perdidas y participar en el debate moral de la sociedad. Ello puede incluir un proceso de apertura política, pero convengamos que esa tarea le corresponde a la sociedad civil, incluidos los dos millones de cubanos que hoy viven en el exilio.

Hay un amplio consenso en admitir que la salida política “realista” pasaría por una progresiva liberación de los candados de la economía, manteniendo los lineamientos maestros de la dictadura política. De manera velada pero precisa, algunos dirigentes de la Iglesia Católica manifestaron su acuerdo con este tipo de solución, aunque más no sea como un punto de partida para la obtención de nuevas libertades.

Sin embargo, esta propuesta no es compartida por sectores de la oposición política a la dictadura castrista. ¿Por qué resignarse a una dictadura como la de China o Vietnam si las tradiciones históricas cubanas, las mismas que en 1957 reivindicara Fidel Castro para luego traicionarlas, apuntan en dirección a un sistema político pluralista y con libertades públicas? Para estos disidentes, la alternativa a la “solución China” bien podrían ser algunas de las democracias del este europeo, que superaron al comunismo no con dictadura sino con Estados de derecho en clave liberal democrática.

Entre tanto, el proceso de apertura en Cuba se ha iniciado, con lentitud, pero de manera firme. El rol del Papa ha sido y es muy importante, pero está claro que es a los cubanos a quienes les corresponde en definitiva decidir por qué caminos y en qué tiempos Cuba avanza hacia la democracia y la integración con el mundo.

Serán los cubanos quienes en definitiva decidirán por qué caminos y en qué tiempos Cuba avanza hacia la democracia y la integración con el mundo.