Poemas de la Gran Guerra

Traducciones de Rolando Costa Picazo

La mañana antes de la batalla

Edmund Blunden

Hoy, la pelea: mi fin está muy cerca,

y sellado el decreto que limita mis horas:

ayer al mediodía lo supe, mientras caminaba

por un desierto jardín lleno de flores.

... Cantando indiferente; prendí rosas en mi pecho,

y corté un racimo de cerezas... y entonces, entonces, la Muerte

sopló a través del jardín de norte a este,

y marchitó toda belleza con su gélido aliento.

Miré, y ¡ay! frente a mí vi a mi espectro,

con la cabeza aplastada por violentos golpes:

la fruta entre mis labios en sangre coagulada

se transubstanció; y la pálida rosa

olió a putrefacción, hasta que a través de un súbito llanto de sangre

me pareció que en el jardín cerrado hombres muertos florecían.

Apología pro Poemate Meo

Wilfred Owen

Yo, también vi a Dios en el fango

el fango que se agrietaba en las mejillas cuando los desdichados sonreían

La guerra trajo más gloria a sus ojos que la sangre,

y dio a su risa más alegría que la que sacude a un niño.

Feliz era reír allí,

donde la muerte se vuelve absurda, y la vida más absurda.

Porque el poder era nuestro cuando descarnábamos los huesos

para no sentir la enfermedad ni el remordimiento del asesinato.

Yo, también, he descartado el miedo,

detrás de la barrera de fuego, muerto como mi pelotón,

y he enviado mi espíritu a navegar en el oleaje, ligero y claro

más allá de la alambrada, donde las esperanzas yacían, esparcidas.

Y presenciado el júbilo:

he visto rostros que solían maldecirme, con los que

intercambiábamos amenazas,

los he visto resplandecer e iluminarse con la pasión de la oblación,

seráficos por una hora, aunque fueran execrables.

He hecho camaradería,

ignorada por los amantes felices de antiguas canciones.

Porque el amor no es la unión de bellos labios

con la suave seda de ojos que miran y anhelan.

Por la Alegría, cuyos galones se escurren,

pero que hiere con el duro alambre de la guerra cuyas estacas son duras;

cosida con la venda del brazo que gotea;

tejida en la tela de la correa del fusil.

He percibido mucha belleza

en los roncos juramentos que mantenían puro nuestro coraje;

he oído música en la quietud del deber;

hallado paz cuando el asalto con bombas vomitaba el torrente más rojo.

Sin embargo, a menos que compartas

con ellos la oscuridad dolorosa del infierno,

cuyo mundo no es más que el temblor de una bengala,

y el cielo no más que la carretera para una bomba,

No has de oír su regocijo:

no pensarás que están contentos

por ninguna broma mía. Estos hombres valen

tus lágrimas. Tú no vales su alegría.

Los inmortales

Isaac Rosenberg

Los maté, pero no se morían

¡Sí! Todo el día y la noche

por su causa no podía descansar ni dormir,

ni resguardarme de ellos ni esconderme huyendo.

Entonces, en mi agonía regresé

y me enrojecí las manos con su sangre.

En vano, pues cuanto más rápido los mataba

más crueles que antes se levantaban.

Maté y maté con loco ensañamiento;

maté hasta quedarme sin fuerzas.

Pero aún se levantaban y me torturaban,

porque los Diablos sólo mueren en broma.

Solía pensar que el Diablo se escondía

tras la sonrisa de las mujeres y la parranda del vino.

Lo llamaba Satanás, Belcebú.

Pero ahora lo llamo piojo roñoso.

No muerto

Robert Graves

Caminando entre los árboles para quitarme el calor y el dolor,

sé que David vuelve a estar aquí conmigo otra vez.

Todo lo que es simple, alegre, fuerte, eso es él.

Con suavidad, acaricio

la dura corteza del amigable roble.

Pasa un arroyo burbujeante: la voz es la de él.

El pasto arde con un humo agradable;

me sonrío al ver un pinzón y unas prímulas.

Todo lo que es simple, alegre, fuerte, eso es él.

En todo el bosque, al poco tiempo,

irrumpe su lenta sonrisa.

A la victoria

Siegfried Sassoon

Regresad a mí, colores que eran mi alegría,

no con el lastimero carmesí de los hombres asesinados,

sino radiantes como un jardín; venid con los ondeantes

estandartes del alba y el ocaso después de la lluvia.

Quiero llenarme los ojos de azul y de plata,

del brillo de las rosas vivas, de las verdes briznas

que surgen de las jóvenes ramas de tu seto y de tu bello bosque

donde el descolorido viento pasa y llora inadvertido.

No estoy triste: sólo anhelo el esplendor.

Estoy cansado de los grises y pardos y del fresno sin hojas.

Desearía tener horas que se muevan como un rutilar de bailarines,

lejos de las airadas armas que retumban y echan chispas.

Regresad, días musicales, jubilosos de agilidad y flores,

en que mi vista sea clara y mi corazón se regocije;

venid desde el mar con la amplitud de luminosidad que se aproxima

cuando el risueño viento ríe en las colinas con exaltada voz.