Mesa de café

Ni una menos

Por Remo Erdosain

Lindas mañanitas. No son las de la célebre canción mexicana, pero tal vez se parezcan. Fui el último en llegar a la mesa, porque tan bueno como compartir un café con los amigos es caminar por la peatonal a la mañana, sobre todo en estos días previos a la campaña electoral cuando la comedia humana, con sus luces y sombras, se despliega por la calle. Los muchachos como siempre están discutiendo. Los pocillos a un costado, los diarios del día desparramados en la mesa y Quito parado a un costado siguiendo con atención las palabras de sus clientes. Tema exclusivo de la jornada: la movilización a favor de las mujeres. Extraño en la mesa: en principio parecería que estamos todos de acuerdo. Como dice Abel:

—¿Quién va a estar a favor de golpear a las mujeres o matarlas? Nadie, ni siquiera los golpeadores y asesinos.

—Estas unanimidades a mí me despiertan sospechas -comenta Marcial.

—A mí me pasa todo lo contrario -digo, después de hacerle señas a Quito para que me sirva un cortado “mitad y mitad”- no me miren con cara de marcianos; yo creo que no está mal que la sociedad en la calle ratifique algunos valores más o menos importantes.

—Estamos todos de acuerdo -dice José.

—Más o menos de acuerdo -replica Marcial- lo estamos de la boca para afuera, porque si el acuerdo fuera tan universal como dicen, no habría mujeres golpeadas y asesinadas y tampoco se justificaría la marcha. ¿Para qué manifestar contra una despreciable minoría?

—Convengamos que siempre va a haber una minoría de inadaptados -observa Abel.

—Serán minorías -reflexiona Marcial- pero son minorías bastante amplias y además operan en cierta clandestinidad. A mí, no me extrañaría que entre los manifestantes de ayer hayan participado varias golpeadores.

—Ser golpeador no es lo mismo que ser asesino -señala José.

—Puede ser la antesala. Un golpeador puede concluir matando a la mujer en la primera de cambio, y si realmente se quiere poner límites a los femicidios habría que empezar por sancionar severamente a los golpeadores.

—Entonces los problemas no se resuelven saliendo a la calle, sino modificando las leyes y sobre todo modificando las pautas culturales del machismo -considera Abel.

—Se resuelven por diferentes caminos, si es que alguna vez se resuelve.

—Por lo pronto, me conformo con que disminuya la violencia y los crímenes -digo.

—Por lo pronto, a mí me parece bárbaro que la gente ocupe el espacio público para defender valores dignos -señala Abel-; era hora que la calle sea ganada por una causa noble, yo ya estaba podrido con que siempre fuera ocupada por piqueteros mafiosos o barras bravas. Ayer, fue copada por la gente, por la buena gente.

—Vos sos demasiado optimista -chicanea Marcial- al mundo no se lo cambia con una algarada callejera.

—No alcanza pero ayuda -dice José-, en estos temas hay que desarrollar varias batallas. Una es la callejera, pero después está la educación y sobre todo el combate contra policías complacientes con los golpeadores y jueces que apliquen la ley como corresponde.

—A mí, lo que me parece más valioso -reconoce Marcial- es que la gente se movilizó voluntariamente. Esto prueba que cuando una consigna es sentida no hacen falta los colectivos, los camiones y los choripanes para movilizar a la gente. En definitiva, la marcha prueba que hay movilizaciones justas y hay movilizaciones manipuladas.

—No creo que sea el momento para hablar de estas cosas.

—Porque no te conviene. Porque la movilización de ayer demuestra la inutilidad de las movilizaciones que arman ustedes gastado millones de mangos.

—Volvamos al tema de hoy -suspira Abel- ya habrá tiempo de discutir lo de siempre.

—Como dijo la compañera presidente -digo en broma- todo tiene que ver con todo. Pero bueno, admitamos que el problema de la mujer es real y debe ser encarado.

—Hay que encararlo -admite Marcial- y uno de los campos de operaciones es la educación, la educación para todos, para los tipos y las mujeres, porque los tipos también son enfermos y de alguna manera, víctimas.

—Los tipos son los verdugos en estos casos.

—¿Y las mujeres?

—Educación, para ellas educación para que aprendan a elegir los hombres que las acompañan.

—Cualquiera puede equivocarse.

—Puede ser, pero si se equivocan sería bueno que dispongan de la educación necesaria para abrirse de una pareja

—A veces no es tan sencillo.

—Por supuesto que no es fácil, pero si la mujer no cambia va a ser muy difícil lograr el cambio del hombre.

—Con tu razonamiento -señala José-, llegaremos a la conclusión que la culpa la tienen las mujeres.

—Yo no dije eso, digo que para terminar con la violencia contra las mujeres, es necesario que desaparezca la mujer sometida. Sin mujeres sometidas no habría violencia machista.

—Te repito, Marcial -digo- el tema es complicado, pero admitiendo incluso tu hipótesis de que la mujer tiene que aportar lo suyo, marchas como éstas contribuyen al cambio de la mentalidad de la mujer y, además, le demuestran que no están solas.

—Yo la pregunta que hago es la siguiente: ¿qué hacemos con la mujer que por un motivo u otro, por temor o debilidad, se somete al hombre y padece sus malos tratos, ¿Qué hacemos, intervenimos o la condenamos a muerte?

—Todo muy lindo -insiste Marcial- pero admitamos que un golpeador, un asesino potencial es un tipo que no controla sus reacciones, es de alguna manera un enfermo.

—No jodamos Marcial. Si los tipos no se controlan o están enfermos que vayan en cana -replica José- de eso se trata, que no vengan con excusas, yo estoy harto de las excusas de los asesinos.

—Todo bien -consiente Marcial-; bien las movilizaciones, bien que se mejore la Justicia, que la policía responda, que los jueces hagan su trabajo, pero repito, la que tiene que cambiar es la mujer, es ella la que no debe permitir que le pase eso.

—Ella es una víctima.

—Una víctima particular. Esto no es Arabia Saudita, la mujer dispone de derechos que no existen en esas teocracias feudales. Además, una cosa es que un tipo te asalte o te mate, sería el caso de un acto de violencia desde su inicio, pero otro muy diferente es el que ocurre entre un hombre y una mujer.

—No entiendo adónde querés llegar.

—A que a ninguna de esas pobres mujeres le pusieron un revólver en el pecho para irse a vivir con ese tipo o para casarse. Ellas, de alguna manera, permitieron que eso ocurra.

—Lo que decís es muy injusto. Los procesos de una pareja suelen ser complicados. Hay parejas que se iniciaron con los mejores auspicios y después se fueron enfermando; hay parejas en las que el sometimiento a la mujer fue producto de un proceso gradual, pero incluso, admitiendo que una mujer se equivocó, ¿la vamos a dejar que la maten?

—Yo no digo eso; lo que digo, ya que hablamos que la educación es importante, es que si la mujer supiera ejercer la libertad un gran porcentaje de las mujeres que hoy lloramos como víctimas estarían vivas.

—Yo lo que creo -digo- que el tipo que golpea a una mujer, buena o mala, linda o fea, tonta o pícara, es un reverendo hijo de puta.

—Yo lo que creo -dice Abel- es que hay mucha violencia en la calle y la violencia de género es una manifestación más de esa violencia.

—Yo creo que gracias a este gobierno nacional y popular todos estos temas hoy pueden debatirse en las calles

—Yo lo que creo -dice Marcial- que esa violencia que está en la calle se alienta, se estimula desde el poder, es la violencia de la Señora insultando a los opositores o usando la cadena nacional todos los días.

—No comparto -concluye José.

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