Un 12% de argentinos sufre síntomas de pánico

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En la actualidad, miles de personas se ven afectadas por síntomas o trastornos de ansiedad severos. El pánico es uno de ellos y con mucha frecuencia oímos hablar de él. Se estima que tres de cada diez personas en el mundo sufren Trastornos de Ansiedad (OMS) y en la Argentina se estipula que un 12% de la población sufre síntomas de pánico.

TEXTOS. GONZALO PEREYRA SAEZ, LICENCIADO EN PSICOLOGÍA ([email protected]).

 

En general, las personas que padecen síntomas de pánico demuestran un elevado grado de ansiedad en relación a muchas áreas de su vida (el trabajo, el desempleo, la familia, el estudio, etc.). Los ataques de pánico o “crisis de angustia” son el equivalente a la máxima expresión de la ansiedad y son generados, en primera instancia, por una interpretación exagerada que realiza el sujeto que los padece.

La ansiedad, que es una emoción experimentada por todos (y hasta podría considerársele equiparable al miedo), desencadena una serie de expresiones fisiológicas tales como taquicardia, sensación de ahogo, sudoración, mareos, entre otras. Ahora bien, cuando esas expresiones son pensadas como una catástrofe (por ejemplo: “Me voy a morir porque me late fuerte el corazón”) surge el pánico. La ansiedad se eleva hasta su máximo nivel ante la creencia inminente de que la taquicardia, signo normal de la ansiedad, causará la muerte. Es así que los pensamientos o las interpretaciones desempeñan un papel fundamental en el desarrollo del pánico, encargándose de aumentar la ansiedad al máximo.

Cuando esto sucede, lógicamente también aumentan las sensaciones físicas mencionadas, que a su vez refuerzan aún más la idea de que esto podría ocasionar la muerte. De esta manera se instala el reconocido “circuito del pánico”. Si profundizamos un poco más es importante considerar que tras estos síntomas encontraremos otras causantes del problema, que van más allá de una simple interpretación exagerada.

Para ello será necesario preguntarnos por nuestra historia y nuestro estilo de vida ¿Qué es lo que está diciendo este síntoma en relación a lo que nos está pasando en este momento de la vida?

EL CONTEXTO Y LA CULTURA

Es notoria la influencia que ejerce nuestra cultura en las configuraciones del malestar. Hay muchas variantes que pueden considerarse en el caso particular del pánico y la angustia. Por empezar, existe un mandato del mercado que nos insta a ser productivos, rápidos y eficientes. Tenemos que asegurarnos de ir muy rápido en lo que hacemos porque si no corremos el peligro de quedar excluidos del sistema (desempleados).

A esto se le suma la exigencia de acumular capital para así poder comprar todo lo que el mercado impone como moda, de lo contrario también quedaríamos excluidos o por fuera de lo “culturalmente aceptable”.

Se hace difícil llegar a fin de mes y para los que no tienen trabajo es todo aun más complicado. Convengamos en que hay muchos que ni siquiera tienen dónde vivir. También podemos sumar la importancia que otorgamos a los medios masivos de comunicación cuando nos alertan sobre la inseguridad; el temor que inducen nos deja sin ganas de salir a la calle, y a veces con poco entusiasmo para establecer nuevos vínculos.

Competencia, desconfianza, híper-exigencias, inmediatez, desigualdad, exclusión y consumo, parecen ser las claves de una cultura que produce sus propios malestares. A todo esto habrá que sumarle los factores singulares de cada historia en particular. Pero es indudable que las condiciones sociales están dadas para desarrollar algunos síntomas.

Es importante que si hablamos del contexto también tengamos en cuenta unidades sociales más pequeñas de análisis, como las familias, las escuelas, los empleos y otras instituciones que nos atraviesan en nuestra cotidianeidad, que no se encuentran exentas de la cultura en la que vivimos y, muy por el contrario, suelen reproducir las mismas lógicas.

¿QUÉ HACER?

Si padecemos estos síntomas deberíamos comenzar a preguntarnos por las dificultades que estamos atravesando. Sería el primer paso considerando que, en la cultura de la inmediatez, la exigencia de correr todo el tiempo no nos provee de un momento y un espacio para detenernos a pensar.

A veces simplemente no queremos escuchar lo que nos dicen nuestras emociones, y las tapamos porque consideramos que es lo más conveniente para seguir adelante. En otras ocasiones, más graves, ni siquiera disponemos de la oportunidad para acceder a un espacio de introspección, diálogo o ayuda profesional.

Es fundamental tener la posibilidad de verbalizar, de hablar, de poner en palabras y exteriorizar aquello que nos aqueja y que, quizás, no imaginábamos que constituía un serio problema.

Una de las maneras habituales para tapar los conflictos y las causas que subyacen a la sintomatología panicosa es la utilización de psicofármacos. Si bien es cierto que su consumo puede ser beneficioso en algunas instancias del tratamiento y en algunos casos en particular, también es cierto que las benzodiazepinas (clonazepam, lorazepam, diazepam, etc.) generan dependencia y -en muchas ocasiones- bloquean la posibilidad de sentir y razonar respecto de lo que nos está pasando.

El abuso y la dependencia de estas sustancias pueden convertirse en un nuevo problema, por lo cual es primordial que sean indicadas y controladas convenientemente por un profesional idóneo. Es evidente que las personas -en ciertas ocasiones- optan por esta modalidad de “solucionar sus problemas” debido a su efecto inmediato. Sin embargo, aunque la medicación logre disminuir la sintomatología temporalmente no permite abordar y trabajar sobre las verdaderas causas que se encubren tras los síntomas.

Es importante reconocer que -a veces- los ataques de pánico se presentan por única vez, por lo que quizás no sea necesario realizar ningún tipo de tratamiento. No obstante, disponer de información adecuada disminuye la incertidumbre y posibilita un afrontamiento diferente para esta problemática, por lo que se sugiere acudir a un profesional especializado.