El incidente literario

La ficción de la autobiografía

E4 - 13-04-2015_HAMBURGO_ALEMANIA_FOTOGRAFA_DE_ARCHIVO.jpg

El escritor alemán, premio Nobel, Günter Grass, que falleció este año, escribió una novela autobiográfica, “El tambor de hojalata” y una autobiografía novelada, “Pelando la cebolla”. Foto: ARCHIVO EL LITORAL

 

Santiago De Luca

¿Se puede escribir una autobiografía? En un sentido estricto no existen las autobiografías. Cada vez que leemos una autobiografía de un escritor tenemos la sensación de que asistimos a una novela cuyo héroe y narrador eligió la primera persona para producir un efecto de verosimilitud. ¿Quién cuenta todo? ¿Quién cuenta lo esencial? Aún contando con la buena fe y con la intención de contar las cosas tal como fueron, cada escritor selecciona, organiza y, sobre todo, olvida.

Sin embargo, si está bien escrita, una autobiografía puede deparar momentos de lecturas luminosos, siempre que no se pierda la percepción que estamos frente a un género literario convencional como cualquier otro y que se caracteriza por mostrarse a sí mismo como la expresión más cercana a cómo fueron los hechos en la realidad. Pero seguimos estando frente al efecto de las palabras. Expresiones como “Nací en...” o “en 1934 me casé por primera vez” son tan convencionales como “érase una vez” que nos preanuncia un cuento infantil. Pero hay un placer en leer autobiografías, en sentir cómo el narrador quisiera que su vida hubiera respondido a líneas geométricas.

Varios sucesos históricos, culturales y filológicos fueron preparando el surgimiento de la autobiografía, es decir, que una persona considere su vida digna de ser contada, explicada y analizada, intentando desentrañar un sentido. El protestantismo con el impulso de la lectura directa de la Biblia y la personal interpretación de las Escrituras favoreció un hábito que antes se dejaba a un tercero en la confesión: la autointerpretación de los hechos escritos. Este método, derivado de la lectura de la Biblia y de un esfuerzo interpretativo, en el siglo XIX, será desplazado en las autobiografías al análisis escrito de la propia vida. De alguna manera es una evolución de la confesión donde también se busca un sentido. El liberalismo y el romanticismo terminaron de despejar el camino. La individualidad se considera con derecho a manifestarse, se hace hincapié en el individuo y la autobiografía comienza diciendo “Yo”. A su vez, el narrador considera su vida suficientemente interesante para ser contada y en un relato retrospectivo intenta desentrañar su núcleo.

EL TAMBOR DE HOJALATA O PELANDO LA CEBOLLA

El escritor alemán, premio Nobel, Günter Grass, que falleció este año, escribió una novela autobiográfica, “El tambor de hojalata” y una autobiografía novelada, “Pelando la cebolla”. O, podríamos arriesgar, en los dos textos tenemos dos novelas que se relatan en primera persona y que cuentan lo que el personaje quiere salvar a través de la escritura.

En el comienzo de la novela clásica de Günter Grass se lee: “Comienzo mucho antes de mí, porque nadie debería escribir su vida sin haber tenido la paciencia, antes de fechar su propia existencia, de recordar por lo menos a la mitad de su abuelos”.

El niño que dejó de crecer a los tres años y se hizo mayor tocando su tambor de hojalata, está en un hospital en el cual recuerda su vida y para traer los hechos a la memoria toca una y otra vez el tambor de hojalata. La novela que consagró a Günter Grass es una ficción de la memoria, de la autoreconstrucción de la propia vida por medio de la palabra.

Sin embargo, el lector tiene la sospecha de que está frente a fortalezas que cubren el centro de un silencio que no se quiere decir. No fue su vida sino el capítulo “El Bodegón de las cebollas”, escrito en 1959, el hecho que preparó la autobiografía “Pelando la cebolla”, escrita en 2007. En el capítulo “El Bodegón de las cebollas” se cuenta que las cebollas, que tenían siete pieles, se iban pelando hasta que se hacían vítreas, verdes, blancuzcas, húmedas, acuosas y pegajosas. Entonces, corrían las lágrimas y lo lavaban todo. ¿Lo lavan todo? En sus memorias “Pelando la cebolla” retoma esta metáfora y cuenta por qué quiere escribir su vida. “Porque alguien, en algún momento, se cayó del guindo: mis agujeros sólo después tapados, mi crecimiento irrefrenable, mi manipulación verbal de objetos perdidos. Y hay que mencionar otra razón: quiero tener la última palabra”. A su vez, muestra el mecanismo de imaginación que tiene la autobiografía. Quien recuerda con inexactitud se aproxima a veces, sin embargo, a la verdad un poco más, aunque sea por senderos torcidos.

Hay una confesión que se acerca al silencio que protegen las palabras, que está cerca de quitarle el velo al horror. Fue un chico que no preguntó por qué y al pelar la cebolla el silencio atruena los oídos. La memoria, cuenta, le ofrece una página en blanco cuando lo llamaron a filas y se pregunta al no poder evocar una sola imagen: “O soy yo quien no quiere descifrar lo que está escrito en la piel de la cebolla.” Si la cebolla, con cada piel que cae, deja al descubierto lo olvidado, cortada piel a piel, provoca lágrimas que nublan la vista. Günter Grass murió y entre golpe y golpe quedó el silencio del tambor de hojalata.