ANÉCDOTAS DE VIAJE X

Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Viña del Mar, Chile)

“¿Vos te fijaste lo caro que está para comer?”, me dijo Luis Alberto Yorlano, el colega rosarino a quien uno cruza asiduamente en estos acontecimientos futboleros. Asentí con la cabeza, porque en realidad hay lugares que son un poco más caros de lo normal, como los que se ubican en la zona del casino de Viña del Mar, a metros de una de las playas, pero nunca me imaginé que iba a salir con que había gastado 1.240 pesos nuestros en una mesa para dos.

Lo primero que atiné a pensar es qué habrá pedido. Y claro, me encontré con la novedad que al vinito le sumaron un pisco luego, que comieron pescado con postre y que lo hicieron, seguramente, en uno de esos lugares que no son precisamente accesibles para un bolsillo medianamente normal.

En fin, se gasta un poco más pero si es a razón de 600 pesos por cabeza parece una cosa medio alejada de los límites de razonabilidad, ¿no?

Ya el año pasado, en Belo Horizonte, gastamos en una parrillada 100 reales por cabeza —500 pesos nuestros— y hubo que aguantar a uno de los integrantes del grupo con la cara por el piso porque le peló los bolsillos esa salida. Pero nos dimos el gusto de comer una buena parrillada en Brasil y nadie nos quita lo bailado. En este caso, lo comido.

Anteanoche nos dieron una lección de cómo hay que hacer con la propina. Acá en Chile la cobran de prepo, pero nos informaron que no debe ser así, que se debe preguntar antes si el deseo es el de pagar la propina, pues está la alternativa de dejarla sobre la mesa como ocurre en Argentina. La mayoría clava el diez por ciento de propina en la adición y los mismos chilenos dicen que no está bien. En todo caso, se pregunta. Nos enteramos anteanoche, cuando ya llevábamos nueve días en este país pagando religiosamente las propinas porque entendíamos que era “ley”. Y después dicen que los de las avivadas somos los argentinos.