ANÉCDOTAS DE VIAJE XV

por Enrique Cruz (h)

(Enviado Especial a Viña del Mar, Chile)

Los tipos armaron el viaje, designaron al que debía poner el auto y arrancaron para Viña, previa escala en Mendoza. A 80 kilómetros se les ocurrió llamar —era ya el atardecer— para que les alquile un departamento, ¿qué tal?. Programaron el viaje hace tres o cuatro meses, pero se vinieron sin reserva de nada. Y además, iban a llegar casi de noche. Y como si todo esto fuera poco, me tiraron la responsabilidad de que les consiga departamento.

Tenía, en ese momento, la absoluta convicción de que dormían en un hotel o en la playa, rodeado de esa enorme cantidad de perros de la calle que se ven en esta ciudad. Sin embargo, tiré una fichita y me salió un pleno. Les conseguí un departamento al lado, son vecinos y por un módico precio: mucho más barato que en el hotel. El tipo de la guardia tenía el dato. Se movió más rápidamente que Caniggia ante los brasileños hace 25 años y al toque, cuando cayeron estos “monos”, tenían el departamento listo.

En fin, no me puedo quejar. Hasta ahora viene todo bien y espero que siga bien. Si esta noche ganamos, nos queda el viaje a Concepción, la segunda ciudad en cantidad de habitantes de Chile. Y si seguimos, la final en la bellísima Santiago, punto final de la excursión. Pero no hagamos futurología y hay que centrarse en el partido de hoy.

Anoche, parrillada bien argentina en un comedor cerquita del casino y de la playa. Precio módico, unos 220 pesos nuestros por cabeza, sin postre pero con un (uno no, está claro) buen vinito chileno. Linda charla con tres amigos. Imagínese, cuatro hombres en la mesa, ¿de qué se habló?, de fútbol y de mujeres, no hubo otro tema de conversación ni tampoco fue necesario. En lo mejor de la charla, cuando hablábamos de mujeres, se armó una buena discusión. Todo venía en serio, con posturas encontradas pero firmes entre dos del “grupete” y con la mirada atenta de los dos restantes, hasta que uno de ellos, metió una metáfora que descalibró la conversación por completo. Siguió luego, pero no hubo forma de encarrilarla. Se hizo muy cuesta arriba.

En la parte medular y más eufórica de la charla, metió el bocadillo que paralizó los pensamientos. “Esto es así, y si no, atendé al juego de la oca...”, dijo en el medio del calor de la discusión. “Sí, el juego de la oca... ¿Por qué me miran todos con esas caras?”, la completó. ¿Cómo va a clavar como argumento el juego de la oca?, ¿qué se le pasó por la cabeza a esa altura, con unos buenos vasos de vino ya tomados, para meter semejante frase?... “Venía bien la charla hasta que a éste se le ocurre meter el juego de la oca en el medio, estamos todos locos... O borrachos”, atiné a decir. Quisieron retomarla, pero ya no hubo caso.