Tribuna política

Scioli, Zannini y el GPS ideológico

Por Damián Toschi (*)

Históricamente, los binomios presidenciales reflejaron la síntesis de un proyecto político. También fueron el mecanismo en el cual las líneas internas lograron zanjar diferencias y articular relaciones entre los sectores enfrentados. Al mismo tiempo, los dúos patentizaron el equilibrio geopolítico entre Buenos Aires y el interior del país. La anunciada fórmula Scioli-Zannini, sin embargo, escapa a estas variables. En consecuencia, la ingeniería electoral oficialista tiene en la praxis, el funcionamiento institucional y el pasado reciente su marco explicativo.

En primer lugar, la candidatura del actual secretario Legal y Técnico de la presidencia constituye un reaseguro del kirchnerismo ortodoxo. En una lógica de esperable verticalismo, no faltan dirigentes, funcionarios, intelectuales y militantes que encuentran en Zannini la continuidad de Cristina Fernández. Esto les permite apoyar, sin culpa y al unísono, a un candidato a la presidencia que no les pertenece y del que desconfiaron siempre. Ahora, sabiendo que la alternativa Randazzo no tuvo el visto bueno de la dueña del peronismo gobernante, se enciende el GPS ideológico del Frente para la Victoria: Scioli ya no será “la derecha”; ya no se le recordará su pertenencia al menemismo. Entonces, pensando en las urnas, el oficialismo reescribe la historia a gusto: decidió que Daniel Scioli nació políticamente el 25 de Mayo de 2003, como vicepresidente de Néstor Kirchner. En esta nueva construcción simbólica, el pasado no existe. De este modo, se repite el uso maniqueo de los acontecimientos y las experiencias personales. A este paso, además, el PJ en variable sureña vuelve a dar una auténtica muestra del pragmatismo que lo caracteriza.

En el plano institucional se cristaliza un cambio inocultable. Tras la inorgánica experiencia de Julio Cobos y la deslucida y frívola conducción de Amado Boudou, la presidente de la Nación eligió a un incondicional, ya desde los tiempos de Santa Cruz. La apuesta es simple: garantizar el manejo político del Senado nacional y monitorear desde el stalinismo de gestión al eventual presidente. Pero además, a contramano del presidencialismo imperante, el nuevo escenario ubica a la jefa de Estado en la cima del poder real. Parafraseando a Luis XIV ante el parlamento de París en 1655, cobra forma y vigencia el kirchnerismo unipersonal que representa Cristina Fernández.

Por estas horas, es imposible razonar el presente sin hacer un anclaje con el pasado. Analizando a Hegel, en 18 de Brumario Marx afirma que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. En 1973, aún con el justicialismo proscripto, Juan Domingo Perón designó a Héctor Cámpora, un dócil y disciplinado delegado, como candidato a la presidencia de la Nación. El desconocido odontólogo estuvo acompañado por Vicente Solano Lima, dirigente del Partido Conservador Popular, en la vicepresidencia. Tras el triunfo y la asunción, se inició lo que Rodolfo Terragno llama “setentismo”, en referencia al período de 49 días que duró el gobierno camporista.

Fue entonces, con la victoria y el interregno del Frejuli, que el poder se ejerció desde la residencia de Gaspar Campos y no desde la Casa Rosada. Por primera vez, la sociedad tomó conciencia (y aceptó) que ser presidente no implica sólo ejercer la primera magistratura. Al compás de un axioma que diferenciaba gobierno de poder, los ciudadanos supieron que el jefe del Estado no siempre es quien decide los destinos del país.

Hoy, a más de 40 años de aquella desafortunada experiencia bifronte, la historia, al menos en clave marxista, se vuelve farsa. El armado de la formula Scioli Zannini remite a prácticas del pasado. Por fortuna, la violencia política y la muerte son cosas superadas.

(*) Lic. Comunicación Social (UNLP). Miembro del Club Político Argentino.

En el plano institucional se cristaliza un cambio inocultable. Tras la inorgánica experiencia de Julio Cobos y la deslucida y frívola conducción de Amado Boudou, la presidente de la Nación eligió a un incondicional, ya desde los tiempos de Santa Cruz.