El codo

Ya me enfoqué en el cuerpo humano, así que tenemos temas resueltos para varias semanas, mis chiquitos. Ya me referí in oportunamente al prosaico sobaco. Y ahora es el turno del codo. Hay tanto, tanto pero tanto para decir que no me alcanza con un solo codo. Será seguramente un recodo. ¿Ese será el lamentable tono general de esta luctuosa saga?

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

El codo
 

He disfrutado del codo apátrida desde temprana edad en esos potreros de dios, como áspero marcador de punta izquierdo, ante los embates atrevidos del siete. Decir que siempre tuve problemas sería una exageración o una jactancia. No. Pero los siete son por definición ligeritos y encaradores. Y el codo, ya sea para proteger la posición, como para saltar a cabecear, es indispensable aunque su utilización ostensible conlleva carga punitiva. Tomá: te lo dije.

Sin el codo no hubiésemos tenido una de las primeras unidades de medida, sin el codo el pensador de Rodin se nos cae al carajo, sin el codo no hay plomeros, qué sería de un guiso sin fideos codito, las vecinas no podrían hablar hasta el hartazgo, los tacaños no tendrían un ícono identitario valioso; los tenistas no tendrían la temida enfermedad propia que los deja fuera de las canchas y tantas otras cosas. El codo es importante, mecachi.

Empecemos por el principio: el codo fue por años una unidad de longitud y ya había diferencia desde el vamos, porque tenías el codo vulgar y el codo real, según se tomara la distancia entre el codo y el puño abierto o cerrado. Pero después tenés tantos codos como personas. Y codos regionales. No medían igual el codo egipcio, que el mesopotámico, el griego o el romano. Ni te digo el codo de Calcuta. Que te recontra.

Para el tacaño o el que tiene privilegios se usa la expresión codo o codito de oro. Y gestualmente, se aplica el codo derecho contra la palma izquierda para significar que fulanito es un miserable incapaz de pagar un café. Hay quienes ligan la expresión con la cercana “codicia”. Pero ese argumento es de una generosidad insostenible.

Empinar el codo nos lleva al líquido terreno de los bebedores profesionales o vocacionales (yo puedo militar con igual eficacia en ambas -y en cualquiera otra- categorías), que hacen subir la articulación y con ella la mano que contiene el vaso, la bota o la botella hacia la boca. Para ellos, cultores y usuarios habituales del codo, surge también la expresión de acodarse. Los vagos se acodan a la barra; esto es, se instalan, generan puntos extras de apoyo como para perdurar allí por mucho tiempo.

Como contrapartida, todas las normas del protocolo y el machacar continuo de tu vieja en la infancia invita a no acodarse nada, a no apoyar los codos en la mesa, porque eso, se sabe, es muy mala educación. No se puede ni apoyar los codos ni abrirlos. El comportamiento esperable en una mesa, atenta contra la movilidad articular.

Hablar hasta por los codos, como ya lo ha captado el perspicaz Dlugwnnnñññeski ese (el señor que hace los dibujos, mi amigo) grafica a aquella persona que no sólo habla por la boca sino que su verba inflamada derrama por otras partes de su humana naturaleza. Como un significado conexo, estar hasta los codos (y extendido luego con el “hasta las manos”) es aludir a que estamos hartos o enredados o enterrados.

Andar por la vida o la calle codo a codo (ahí somos muchos más de dos...) remite a un modo de marchar cerca del otro. La versión edulcorada y romántica alude a las parejas que son muy unidas, la argenta, a los piqueteros que avanzan compactos, tocándose los codos con los de al lado.

Y nos vamos yendo temprano, doblando la nota por este sitio. podríamos seguir insistiendo con esto y aquello, ser frívolos o sesudos, avanzar o retroceder, girar e incluso desdecirnos. Pero francamente no queremos borrar con el codo lo que escribimos con la mano.