editorial

  • A cada acto patriótico, la presidente le imprime la impronta partidaria y lo engarza con la pretendida gesta del kirchnerismo.

La historia y el relato

Considerando la frecuencia con que la presidente de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, irrumpe en los televisores de los argentinos mediante el abuso del recurso de la cadena nacional, resulta destacable que se las arregle para concitar la atención sobre los actos públicos que se desarrollan con motivo de las fechas patrias.

Si en el primer caso los motivos que “justifican” las apariciones televisivas son variables, aunque se repiten los formatos -entusiasta introducción de la presentadora de rigor, cuidada puesta en escena, discurso afectado pero cargado de recursos histriónicos y comentarios punzantes por parte de la mandataria-, en el caso de las rememoraciones cívicas aparece más claramente la obsesión por establecer puentes propios entre el pasado y el presente, y así llegar al punto de reescribir la historia conforme a los términos del “relato”.

En la megacelebración del 25 de Mayo, el gobierno puso el despliegue tecnológico y artístico al servicio del carácter masivo que se buscó imprimir a la convocatoria, y la presidente desplegó su oratoria para reconvertir la efeméride y ceñirla al aniversario de la asunción de Néstor Kirchner. El 20 de Junio, una vez más en Rosario ante el monumento a la Bandera, Cristina jugó con el suspenso sobre una eventual candidatura política suya -a horas del cierre de listas- y exhibió a los postulantes presidenciales de su partido, a la vez que eligió ese escenario, copado por la militancia camporista, para desplegar su artillería contra los medios de comunicación críticos.

Las principales constantes de esta estrategia se verificaron en el acto por el Día de la Independencia, en Tucumán. Y a la vez que establecía un paralelo entre el significado del pronunciamiento del 9 de Julio de 1816 con el proceso político inaugurado con el advenimiento del kirchnerismo, no vaciló en sostener que, recién a partir de entonces, “podemos hablar de independencia en serio”.

A la vez, la jornada estuvo atravesada por otro elemento característico de la actual etapa política, cuando el arzobispo de Tucumán, en el Tedeum al que la mandataria prefirió no asistir, puso en duda la cualidad democrática de una gestión en la “se convierte en enemigo a quien con todo derecho discrepa”.

Horas después, Cristina prefirió esta vez no entrar en polémica directa con un referente de la Iglesia, y se limitó a una velada alusión al comentario, para luego concentrarse en su prédica en favor de la preservación de la independencia nacional conseguida mediante el apoyo al “proyecto”, y asistido por el ejemplo de los próceres entre los que milita su difunto esposo.

Se ha dicho con razón que la versión de la historia que se enarbola en cada época dice más del presente que del pasado. Consecuente con esa pauta, el gobierno alentó revisionismos a medida, elaboró discursos plagados de omisiones flagrantes -como en la cuestión del juicio a las juntas militares y las luchas populares-, alteró documentos -como el informe de la Conadep- y construyó monumentos físicos a las gestas virtuales que se atribuye, como el Centro Cultural Kirchner y la diseminación del nombre de Néstor en obras públicas por todo el territorio.

A las puertas de concluir su mandato, y con ambiciones de proyección que no necesariamente se traducirán en la realidad, Cristina aseguró estar lista para afrontar el juicio de la historia. Que, probablemente, se tomará lapsos más prudentes para definir su veredicto.

En el caso de las rememoraciones cívicas aparece más claramente la obsesión por establecer puentes propios entre el pasado y el presente.