De domingo a domingo

Los problemas de Francisco con el gobierno son los índices de pobreza

19-1-DYN35.jpg

En Tucumán, la presidente dijo que “no hay que enojarse” con quien piensa distinto y repetir argumentos hasta convencerlo. Quizás los índices de pobreza que se conocerán esta semana puedan convencerla a ella de otra cosa.

Foto: DyN

 

El gobierno está obsesionado por todo lo que el Papa Francisco dice y escribe y se siente permanentemente aludido. Todo lo pasa debajo de una lupa, ya que algunos en el entorno presidencial suponen que Jorge Bergoglio ha vuelto por sus fueros, que les está disputando el poder y saben que pueden hacer poco, debido a que el personaje, por su dimensión, les resulta inasible.

Durante la última semana, el oficialismo se persiguió mucho más porque en medio de la gira latinoamericana de Francisco se sucedieron discursos, homilías, telegramas y gestos y entonces más que tomar nota de los “qué” papales, no pararon de preguntarse “por qué” dijo tal cosa, “por qué” el avión sobrevoló territorio argentino o “por qué” la Iglesia local hizo tal otra cosa.

Paranoia pura, propia de los tiempos electorales. En este juego de inseguridades, desde Olivos se festejó cuando el Papa dijo lo que se interpretó como profesión de fe populista, a la hora de criticar el sistema económico global. En este aspecto, a la cabeza kirchnerista (y aún mucho más a la del cristicamporismo) le cuesta entender el significado de la Doctrina Social de la Iglesia, algo que al justicialismo clásico le suena más cercano a la tercera posición de Juan Perón y a su alineamiento social-cristiano, justamente en línea con las bases de Guardia de Hierro, aquéllas con la que simpatizaba el actual Papa en los años 70.

Si hay más pobres es porque esto no va

Pero, más allá de algunas loas interesadas, desde Olivos también se lo anatematiza a diario a Francisco, ya que el gobierno ha vuelto a pensar que cada vez que él habla trata de condicionar al gobierno de su país con mensajes cifrados y también cuando cree que ha mandado a sus curas a atacarlo.

Estos reparos surgieron claramente tras el discurso del arzobispo de Tucumán el 9 de julio, en el que el prelado derrumbó la tesis kirchnerista de la validez del voto como fundamento único de la democracia, aquel famoso 54% que sustentaba el “vamos por todo” como escala final del hacer y el deshacer de modo hegemónico. “¿De qué pluralismo y democracia se habla? ¿De la de un discurso único y excluyente que convierte automáticamente en enemigo al que con todo derecho discrepa?”, dijo monseñor Alfredo Zecca.

Las broncas ahora seguramente se van a potenciar, tras la publicación de un aviso que no resalta demasiado en el diario del sábado, pese a algunos toques de color celeste, en el que se anuncia que, el próximo miércoles, la Universidad Católica Argentina (UCA) difundirá los índices de pobreza e indigencia que surgen del Barómetro de la Deuda Social Argentina.

El texto de la publicidad llama mucho más la atención, ya que con palabras cuidadosamente elegidas, al mejor estilo Bergoglio podría decirse, la UCA anticipa que la presentación se referirá a las desigualdades “persistentes” y a las “desilusiones” registradas en términos de desarrollo humano e integración social. Es evidente que el trabajo va a marcar indubitablemente que el deterioro de la sociedad perdura y que es eso lo que decepciona.

Así no hay relato que aguante

Visibilizar la pobreza es, nada menos ni nada más, que uno de los cucos que más encrespa al gobierno a dos puntas, porque desnuda sus mentiras estadísticas y además hace trizas su épica de la inclusión. Cuando el Papa dijo en Santa Cruz de la Sierra “¡Basta de descartes!”, clamaba por los pobres excluidos y, en ese sentido, no es que el Papa ataca de nuevo con este Informe, sino que es la Iglesia argentina la que toca la misma música: la UCA está comandada por monseñor Víctor Manuel Fernández, uno de los teólogos de consulta habitual de Francisco.

Otro tanto ocurrió con lo que dijo Zecca quien, cuando solicitaba diálogo para darle mayor plenitud a la democracia, también se estaba quejando por el “descarte” del otro 46%.

El gobierno ya se había cruzado con la UCA en mayo, cuando su Observatorio dio a conocer un estudio que informaba que la venta de drogas en los barrios se incrementó 50% entre 2010 y 2014, sobre todo en aquéllos con situaciones de vulnerabilidad social, otra de las obsesiones de Francisco que la Argentina desatiende. El mismo Papa había alertado sobre el riesgo de “mexicanización” del país y sobre la necesidad de tomar medidas para prevenir mayores avances, sobre todo donde impera la marginalidad y se suman otros “descartados” a docenas: en los asentamientos. En ese tema, también se hace sentir fuerte la prédica papal, ya que sólo la Iglesia y la acción de los curas villeros, con los riesgos que conlleva actuar en el terreno, se muestran efectivos en la contención del poder narco, en medio de graves situaciones sociales.

La de la exposición pública de la pobreza será la nueva batalla que deberá enfrentar el gobierno esta misma semana. Claro está que cuando se vuelva a poner sobre el tapete que las cifras de tan cruda realidad casi cuadruplican a las que se dicen que son las oficiales y se tome conciencia de que se está hablando de cerca de 11 millones de personas (la cuarta parte de la población actual, al menos) son pobres e indigentes será un nuevo escándalo.

Si moverse ni un milímetro

A principios de junio, la presidente Cristina Fernández, en Roma tras ver al pontífice en el Vaticano, había dicho en un Foro de las Naciones Unidas que el índice de pobres estaba en 5% y el de indigencia en 1,27%, “si mal no recuerdo”, y que debido a las “políticas muy activas” del gobierno, la Argentina se ha “convertido en uno de los países más igualitarios”.

Sin embargo, oficialmente no se exhibe el número de pobres y según el ministro de Economía, Axel Kicillof se ha generado este dislate, que además impide atenderlos adecuadamente, con la excusa de no “estigmatizarlos”, aunque para mitigar el sablazo que se espera de la UCA, seguramente ya saldrá el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández a comparar a la Argentina con Alemania.

Sabido cómo es Cristina en cuanto a su rigurosidad, a veces cuesta creer que los funcionarios le permitan a la presidente de la Nación que tenga un tropezón tan feo como el que registró en la FAO. Si por “políticas activas” ella quiso decir que los planes sociales están para atender estos casos bien valía la pena resaltarlo aunque, si lo hacía, hubiese tenido que revelar el pecado: hace nada menos que doce años que esos programas crecen y crecen fuera de toda lógica, atención social que la oposición emparenta con el clientelismo. Seguramente, en aquella reunión romana, los representantes de más de cuatro países desarrollados, con índices similares a los exhibidos por la jefa del Estado, se le deben haber reído por detrás a la presidente.

Sin embargo, ella ha vuelto a país y sin que se sepa que ha salido a la calle para corroborarlo por sí misma y sin reconocer que la pobreza que surge de la inflación que se come los ingresos o que el empleo precario o el estancamiento de la economía es tan inherente a la estructura del actual modelo argentino, tal como dice el Papa que lo es a los regímenes consumistas que “idolatran el dinero”, no ha tomado ninguna resolución al respecto.

La necesidad de continuar con el modelo ha llevado a Cristina a decir el jueves en Tucumán, que “no nos vamos a mover ni un milímetro del lugar en el que estemos”, evidentemente en una sintonía de rigidez que no es la que aconseja la Iglesia.

A lo sumo, impulsó una fuerte acción catequizadora de sus seguidores fuera de las virulencias con un “no hay que enojarse con el que piensa diferente. Hay que argumentar las veces que sean necesarias para convencer”, aconsejó, esta vez más cerca de la confrontación amable que del diálogo. Mientras el gobierno seguía encerrado en este juego de ajedrez con la Iglesia y su actual jefe, los opositores poco hicieron para ir marcando diferencias, preocupados como están por llegar bien saludables a las elecciones, antes que mostrarse como mensajeros de malas noticias. Hasta ahora, ninguno de ellos, tomó la posta de los mensajes papales, ni siquiera con la picardía de subirse al discurso de Francisco.

Por Hugo E. Grimaldi

(DyN)