Encíclica Laudato si’

Sobre el cuidado de la casa común

Por Fernando Ardura (*)

Hay que reconocerlo: a nivel nacional y mundial, las políticas ambientales son como un velero que cada día recibe vientos más débiles. Por eso, Francisco se ha propuesto reinstalar la cuestión ambiental en la agenda global y hacer soplar los vientos de su influencia moral para evitar el empantanamiento que están sufriendo las convenciones internacionales nacidas de los compromisos de Río en 1992, en particular, los convenios de diversidad biológica, de desertificación y de cambio climático. La última Conferencia de las Partes de la Convención de Cambio Climático, realizada en Perú en 2014, no sólo no arrojó resultados concretos (más allá de la retórica diplomática de buenas intenciones), sino que se caracterizó por el bajo nivel de representación que tuvo la mayoría de los países (segundas o terceras líneas gubernamentales, alejadas de cualquier centro de decisión en sus Estados nacionales).

Por supuesto que la Encíclica Laudato Si’ (el Alabado Seas de San Francisco de Asís) no tiene por objeto sólo sacudir a la próxima reunión de la Convención de Cambio Climático de diciembre en París, pero la oportunidad de su publicación sí. Esa oportunidad viene acompañada por una red de contactos y conversaciones que el Papa viene tejiendo personal y públicamente con los presidentes Obama y Putin, y en forma no tan pública, con los líderes de la República Popular China. Es el abanico de naciones donde es mayor la resistencia a avanzar en acuerdos concretos para dar respuesta en torno al cambio climático y son los tres principales generadores de gases de efecto invernadero del planeta. Y dentro de ese tejido papal, se encuentran los países de América Latina, mucho más seguidores de las orientaciones globales de Francisco.

Pero el Papa y la Iglesia, aunque se ocupen de lo inmediato, no trabajan para la inmediatez. Como cuando Francisco plantó tres árboles en los jardines del Vaticano, en conjunto con los presidentes de Israel y de la Autoridad Palestina. Todavía son tres retoños, y los retoños no dan frutos hasta su maduración. Por lo tanto, a diferencia de la Conferencia de las Partes de Perú, aunque un gran número de jefes de Estado se reúnan en París y se reinstale la agenda ambiental con fuerza en el plano internacional (que ya es muchísimo), no esperemos resultados milagrosos de esta cumbre, pero sí estemos seguros de que esa semilla germinará en el tiempo. Como madurarán los retoños plantados en el Vaticano. Porque lo central de esta Encíclica trasciende a su oportunidad de publicación. Es un mensaje universal, un gran llamado dirigido a la humanidad, a su presente y a su futuro, a sacudir la indiferencia y un enriquecimiento de la Doctrina Social de la Iglesia.

¿Cómo enriquece a la Doctrina Social de la Iglesia?

La Doctrina Social que guía la vida comunitaria de los católicos es un cuerpo doctrinal sujeto a renovaciones periódicas, a interpretaciones prácticas y a adaptaciones en el tiempo y en el espacio. Una gran renovación vivió en el último siglo, obra de los diferentes papados, y en cada región del mundo hay diversas aplicaciones que hacen a las diferentes culturas. Eso sí, adecuaciones y prácticas que requieren la mediación y resolución papal en caso de ser contradictorias con el espíritu doctrinal.

Esta Doctrina reconoce su esencia dogmática y fundante en los Evangelios, que son inconmovibles, porque constituyen el mensaje trascendente del cristianismo, la Palabra de Cristo. Por eso, la piedra basal de la Doctrina Social de la Iglesia es el Mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y la pregunta es casi obvia: ¿cuál es el lugar del prójimo en la Doctrina Social?, porque la mayoría de la humanidad no es católica. De este interrogante resulta su universalismo: es una guía para los católicos y una oferta de convivencia para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, incluso para los de mala voluntad.

Por eso, la plantación de los tres retoños en Roma la realizó el Papa con un judío y un musulmán. Lo hizo en un ejercicio doctrinario de universalidad. Reafirmando este espíritu, la Encíclica Laudato Si’ fue presentada al mundo en Roma por un obispo católico africano (del Tercer Mundo), el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Griega (enfrentada por mil años con Roma) y un científico laico (más de cuatro siglos de malas relaciones con la Iglesia). Y la firma de Francisco. El valor simbólico de los gestos es contundente. Y la riqueza conceptual que le aportan estos gestos y su texto específico a la Doctrina Social es cualitativa.

Una encíclica universal en la tradición cristiana

La nueva encíclica no sólo habla de la preocupación del Papa por el mundo que nos toca vivir, sino, fundamentalmente, de la obligación de la Iglesia en su necesaria fidelidad a Dios. Por eso, enmarca su mensaje en la más pura tradición cristiana, poniendo a la Creación como el centro de la cuestión en palabras consagradas: Laudato si’, mi’ Signore -“Alabado seas, mi Señor”-, cantaba San Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores e hierba”.

En el segundo párrafo, señala el Papa la relación de la humanidad con la Creación, de la que forma parte: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto”.

El texto remarca la preocupación y los antecedentes de la “cuestión ambiental” en la Doctrina de la Iglesia, que además de ser iluminada por los Evangelios, San Francisco y San Buenaventura, fue objeto de mensajes de los papas Pablo VI, San Juan Pablo II y Benedicto XVI. E imprime una valoración cristiana que va más allá de lo institucional, reivindicando los preceptos teológicos y doctrinarios sobre la temática de Bartolomé, actual patriarca de la Iglesia Ortodoxa Griega. En uno de sus capítulos más hermosos, El Evangelio de la Creación, el Papa revisa los textos bíblicos, las enseñanzas de Jesucristo y su armónica relación con lo Creado como ejemplo de vida para creyentes y no creyentes. En síntesis, se trata de una encíclica que se nutre de la tradición cristiana, trata un tema “obligatorio” para la Iglesia y está dirigida a todos los hombres y mujeres de las presentes y futuras generaciones. Cristiana y universal.

La Casa Común

En todo su texto, aporta un riguroso contenido científico, muy documentado, sobre el daño irreparable que el actual modelo de desarrollo le está haciendo al planeta y a la propia sustentabilidad de la vida humana en el mismo y critica duramente al sistema imperante de capitalismo salvaje, al antropocentrismo e individualismo que lo sustenta y al relativismo moral que niega a Dios, a la Creación y a la solidaridad entre los hombres.

Hace un fundado repaso, capítulo por capítulo, sobre los principales problemas ambientales que amenazan al mundo y la humanidad: “contaminación y cambio climático; la cuestión del agua; pérdida de biodiversidad; deterioro de la calidad de vida humana y degradación social; inequidad planetaria y las débiles respuestas a estos problemas”. Y relaciona el actual drama ambiental con el drama de la pobreza y de la injusticia social: “El ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta”.

La propuesta ecológica y social

En la Encíclica hay una propuesta clara, que desarrolla los conceptos de ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más amplia, donde la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada; de ecología social; de ecología cultural; de ecología de la vida cotidiana y el principio del bien común que debe ser la orientación general. Plantea, asimismo, los mecanismos que hay que poner en marcha con urgencia: 1) diálogo sobre medio ambiente en la política internacional; 2) diálogo hacia nuevas políticas nacionales y locales; 3) diálogo y transparencia en los procesos decisionales; 4) política y economía en diálogo para la plenitud humana; 5) diálogo entre las religiones y la ciencia.

En ese marco de acción, Francisco remarca la importancia de una educación para la alianza entre la humanidad y el ambiente y la necesaria conversión ecológica de la primera, con sus efectos materiales y espirituales.

A esta altura, podemos preguntarnos, creyentes y no creyentes, qué hacer desde nosotros mismos, desde nuestras familias y desde nuestros ámbitos sociales para esa conversión. Bueno, comencemos leyendo la Encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la casa común, que podemos encontrar en el sitio web de nuestra Fundación: www.habitatydesarrollo.org.ar

(*) Director ejecutivo de la Fundación Hábitat y Desarrollo.

"Alabado seas, mi Señor”-, cantaba San Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana.

Francisco se ha propuesto reinstalar la cuestión ambiental en la agenda global y hacer soplar los vientos de su influencia moral para evitar el empantanamiento que están sufriendo las convenciones internacionales sobre estas materias.