Tribuna política

Carta abierta a Mauricio Macri

Enrique A. Escobar Cello

La libertad de elegir es el acto paradigmático de la democracia, pero sólo es el inicio y el final de un proceso. Será premio esperanzado para unos y castigo de decepción para aquellos que defraudaron nuestra confianza.

El voto no pertenece a nadie más que al ciudadano, ningún candidato triunfante debe sentirse dueño de los votos que lo ungieron, porque todo voto es tan solo un préstamo que puede ser retirado -o reiterado- en la elección siguiente, según sean o no cubiertas las esperanzas que movilizaron al votante en esa dirección.

Este argentino que hoy escribe ha cumplido 71 años, esa edad me aleja de las aspiraciones personales pero me impulsa a aspirar, y a insistir, con el propósito de que se construya un país mejor para mis hijos y una potencia desarrollada y plena para mis nietos, el primero de los cuales (¡casualidad!) ha de nacer precisamente para la fecha de las próximas elecciones generales.

Cuando aún no tenía edad de votar, fui testigo del único gobierno que inició una etapa de desarrollo económico con paz social y en democracia, único camino conducente a la soberanía nacional, porque ninguna nación, ni ningún ciudadano del mundo puede ser soberano si no es previamente autosuficiente. Fue el período 19581962, y Arturo Frondizi su artífice.

Desde entonces y hasta hoy, con pesar debo admitir, no hubo otra etapa de desarrollo en la Argentina. Ningún gobierno, ni de hecho ni de derecho, aplicó el tiempo que le tocó gobernar a construir una Nación desarrollada, con ciudadanos soberanos y agradecidos por un sistema que le diera las respuestas materiales que una democracia real debe conceder al ciudadano que la apoya con su voto.

Por esto es que, por primera vez en mi vida, haré público mi voto en esta carta que le escribo a un candidato a la presidencia de la Nación.

Apreciado Mauricio:

Cuando los ciudadanos vamos a emitir nuestro voto, de hecho optamos entre varias propuestas por la que consideramos más acorde con nuestras expectativas.

En lo personal, apostaré por el cambio que propones y que proponen las mujeres y hombres de tu espacio político.

Porque en Argentina muchas cosas deben cambiar. Debemos cambiar autoritarismo por vocación de diálogo y respeto al disenso; maniqueísmo por pluralismo; corrupción en el manejo de la cosa pública por la acrisolada honradez con que nuestros mayores gobernaron la Patria (así, con mayúscula); atraso, miseria y temor al futuro por puestos auténticos de trabajo, salarios dignos, seguridad, vivienda propia, educación y salud, para nosotros y nuestras familias; caos por orden democrático, porque no puede haber democracia real si no hay orden social y no habrá orden ni paz social si no se aplican políticas de desarrollo con absoluto respeto por la autonomía de los poderes de la República y un estricto cumplimiento de la Constitución Nacional y las leyes.

Has dicho que aspiras a ser un gobernante como fue Arturo Frondizi, en lo personal no te pido tanto, aunque espero que hagas prevalecer los intereses nacionales sobre cualquier opinión personal o compromiso político partidario, e insistas hasta la fatiga porque nunca se decline la soberanía de nuestra Nación frente a ninguna otra potencia del mundo.

Haciendo uso de un atributo muy propio de viejos y de necios, me tomaré la libertad de darte un par de consejos: 1) Sería bueno que fueras más docente en tus discursos, explicando con más detalle en qué radicarán los cambios que harás en puntos clave de nuestra economía y de nuestra política exterior. 2) No dejes que te lleven al pobre debate sobre “privatistas” o “estatistas”, porque ésa es una discusión falsa, una conversación de café. Los únicos “ismos” que deben prevalecer en un gobernante son realismo y patriotismo. Será privatizado lo que no le corresponda (o convenga a los intereses de la Nación) administrar al Estado, y permanecerá en la esfera estatal lo que por ley así corresponda. 3) Si, como afirmaste, emularás a Frondizi cuando seas presidente, debes cambiar tu continuo uso del término “crecimiento” por desarrollo, porque no es lo mismo una cosa que la otra. Desarrollo es “... un proceso de crecimiento de la renta real, que se caracteriza por el mejor empleo de los factores de producción, en las condiciones reales de la comunidad y de las ideas de la época... tiene el sentido de un perfeccionamiento de la economía a través de una mejor división social del trabajo, del empleo de una mejor tecnología y de una mejor utilización de los recursos naturales y del capital”. Crecimiento, en cambio, “... refiere al simple aumento cuantitativo de la riqueza o del producto per cápita...” (Helio Jaguaribe, “Desarrollo político y desarrollo político”).

Alexander Hamilton, durante la presidencia de Washington, fue quizás el fundador de esta estrategia económica que hoy denominamos desarrollo, consistente en la protección del Estado al trabajo nacional. De hecho, Hamilton se había basado en el libro de Adam Smith (“La riqueza de las naciones”), pero había ido un poco más lejos, y sugirió que el gobierno federal debía promover sistemática y deliberadamente la industrialización de Estados Unidos. “... En términos generales, Hamilton estaba de acuerdo con Smith, pero creía que ‘cebar la bomba' era necesario para una pequeña y flamante nación...” (Paul Johnson, “Estados Unidos. La historia”).

En la Argentina del siglo XIX, Vicente Fidel López, Pellegrini, Cané, José Hernández y muchos otros notables, sostenían idéntica estrategia para el desarrollo nacional.

En fin, y volviendo al presente, apreciado Mauricio, es en el entendimiento de que lo ya citado, con más el antecedente de 1958-1962, en lo que consiste el cambio que propones para tu futuro gobierno y por eso declaro que aportaré mi voto a tu candidatura.

Queda en ti tener en cuenta que las presentes y venideras generaciones serán -si llegas a la presidencia- el resultado de cómo resuelvas gestionar.

Es importante no dejarse llevar al pobre debate sobre “privatistas” o “estatistas”, porque ésa es una discusión falsa, una conversación de café. Los únicos “ismos” que deben prevalecer en un gobernante son realismo y patriotismo.

El voto no pertenece a nadie más que al ciudadano, ningún candidato triunfante debe sentirse dueño de los votos que lo ungieron, porque todo voto es tan sólo un préstamo que puede ser retirado -o reiterado- en la elección siguiente.

 

Debemos cambiar autoritarismo por vocación de diálogo; maniqueísmo por pluralismo; corrupción en el manejo de la cosa pública por la acrisolada honradez con que nuestros mayores gobernaron la Patria; atraso, miseria y temor al futuro por puestos auténticos de trabajo, salarios dignos, seguridad, vivienda propia, educación y salud...