Crónicas de la historia

Las elecciones del 24 de febrero de 1946 III

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Perón y Apold. foto: archivo el litoral

 

por Rogelio Alaniz

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Uno de los problemas de los dirigentes de la Unión Democrática es que estaban ciegamente convencidos de que ganaban. Suponían que el “oscuro coronel” además de irresponsable y aventurero, era un reconocido agente nazi-fascista. Un veterano de aquellos años llegó a decirme que el coronel Perón era algo así como el almirante Massera del régimen militar. Conversé con un dirigente estudiantil de entonces y me explicó que un estudiante democrático, un obrero de izquierda, un ciudadano liberal de aquellos años jamás podía votar por el candidato de un régimen militar que había intervenido las universidades y apaleado a los estudiantes, que había establecido la censura, que había implantado las torturas, que había ilegalizado a los partidos políticos y había corrompido a los dirigentes sindicales. Por si esto fuera poco, sus simpatías con el nazi-fascismo derrotado seguían siendo evidentes. “¿Cómo un demócrata antifascista de aquellos años podía estar con Perón?”, concluía.

Pues bien, parece que a muchos. No sé si corresponde hablar de una Argentina invisible, pero lo cierto es que el año 1945 marcó un antes y un después en la política nacional: nuevos actores, nuevos liderazgos, nuevos ejes discursivos. El peronismo se terminó de forjar en estos meses al calor de las jornadas del 17 de octubre y la movilización para las elecciones de febrero. Luego, desde la presidencia, se fortalecerá el liderazgo carismático y se ampliará la celebración de la mitología gracias al rol de Evita y las técnicas publicitarias de Alejandro Apold.

¿Estaba condenada a perder la Unión Democrática? En política, nadie está condenado a perder de antemano. Es difícil y arriesgado especular sobre cosas que no ocurrieron, pero convengamos que no existió un mandato histórico o divino anunciando la llegada del peronismo. De todos modos, atendiendo a los acontecimientos de aquellos meses intensos, los desenlaces posibles podrían haber sido otros. ¿Qué hubiera pasado si Sabattini aceptaba la oferta del general Ávalos? ¿Y si los candidatos en lugar de veteranos almidonados hubieran sido los jóvenes de Intransigencia? ¿O si en lugar de vetar a los conservadores se les hubiera abierto las puertas?

Las cosas fueron como fueron. Perón, además, tuvo la habilidad de colocarse en el centro del escenario y obligar a sus adversarios actuar a la defensiva. Curiosamente, el militar que había apoyado a Uriburu en 1930, que estaba acompañado de militares y políticos que mantenían serias complicidades con el régimen conservador de los treinta, dispuso del talento de instalar a los radicales y a la izquierda en ese lugar. El simpatizante abierto de Mussolini logró transformar su complicidad con el fascismo en una gesta liberadora contra los yanquis.

El candidato de los militares, el candidato que dispuso de todos los recursos del Estado, el candidato que contó con el apoyo incondicional de las fuerzas armadas y la Iglesia Católica, es decir, el candidato del poder, se presentó como el candidato de los humildes mientras que los partidos democráticos quedaban colocados en la vereda de enfrente al lado de la Sociedad Rural y la UIA. Habilidad, talento para cabalgar sobre la coyuntura y ponerla a su favor, capacidad para construir un liderazgo nuevo, todas éstas son virtudes de Perón, virtudes políticas no muy diferentes a la de sus admirados líderes europeos.

Mientras tanto, la Unión Democrática languidecía entre la soberbia de que ganaban sí o sí, y la ceguera para entender lo que efectivamente estaba ocurriendo. Ocupados en saldar disidencias internas, entretenidos en probarse el traje que se iban a poner después de la victoria, no advirtieron que Perón los colocaba a la defensiva, los ponía abiertamente del lado de los grandes poderes económicos, es decir imponía él sus propias reglas de juego. En ese contexto, no debe llamar la atención que el peronismo haya ganado, sino que lo que debe sorprender es que la Unión Democrática haya obtenido -a pesar de todo- tantos votos.

La mitología peronista luego escribirá de la mano de Apold su propio relato alrededor del enfrentamiento de las grandes mayorías populares contra un puñado de oligarcas y vendepatrias (todavía no se había incorporado la palabra “gorila”). En realidad, los resultados del 24 de febrero dieron cuenta de la disputa de dos coaliciones políticas: una obtuvo 1.400.00 votos y la otra 1.200.000. La elección fue pareja en términos cuantitativos, aunque la distribución de integrantes del Colegio Electoral no lo fue, ya que el peronismo obtuvo 304 electores contra 72 de los opositores.

La Unión Democrática realizó el acto de clausura de la campaña electoral el sábado 9 de febrero. La concentración se llevó a cabo en las esquinas de Avenida de Mayo y 9 de Julio. El fastuoso escenario estaba precedido por su consigna central: “Por la libertad, contra el nazismo”. Allí estaban presentes las solemnes personalidades de una Argentina que empezaba a desaparecer. Regina Pacini, viuda de Alvear; también estaba Bernardo Houssay, el que fuera vicepresidente de Yrigoyen, Elpidio González y el presidente de la FUA, el radical Germán López.

El acto se inició a la hora dieciocho, cuando el maestro Juan José Castro dio la señal a los cuarenta músicos de la orquesta para que iniciaran los acordes. Hablaron esa tarde los candidatos Tamborini y Mosca y lo dirigentes Eduardo Laurencena, Luciano Molinas, Rodolfo Ghioldi y Alfredo Palacios. También habló Ricardo Rojas, en realidad leyó un discurso soporífero, aburrido y retórico, con lo que el bueno de don Ricardo probaba una vez más que sus buenas intenciones no alcanzaban a disimular sus pésimas condiciones de escritor. El acto concluyó con cánticos a favor de la democracia y en contra del fascismo y, por supuesto, con las estrofas de La Marsellesa.

Según Hugo Gambini, el domingo 10 de febrero, el seleccionado argentino de fútbol jugó en la cancha de River contra Brasil. Hubo escándalos en la cancha, el partido se suspendió por setenta minutos, el general Ávalos -el mismo del 17 de octubre y las conversaciones con Sabattini ahora devenido en presidente de la AFA- ordenó continuar el partido que lo ganó Argentina con dos goles de Tucho Méndez. El dato merece mencionarse, porque el lunes las peripecias del partido de fútbol eran más comentadas que el acto de cierre de campaña de la Unión Democrática.

El domingo 24 de febrero se votó normalmente después de más de quince años de irregularidades. Dirigentes como Dickmann y Repetto ponderaron la corrección de los comicios; Rodolfo Ghioldi saludó emocionado el comportamiento de las fuerzas armadas garantizando la pureza del sufragio. Perón votó en calle Juncal 2961, dicen que fue el primero de su mesa; Tamborini lo hizo en Cerrito 526; Mosca en Callao 628; Quijano lo hizo en Corrientes.

Efectivamente todo funcionó bien. Catorce mil conscriptos garantizaron la pureza del sufragio. El escrutinio fue lento pero inexorable. La certeza de que la Unión Democrática triunfaba dio lugar a que algunos diarios anticiparan los resultados ganándose para siempre la condición de ridículos. Entonces, los escrutinios eran lentos, pero para las primeras horas del miércoles ya se sabía que el peronismo había ganado y que había ganado bien, sin fraude y sin violencia, por lo menos ese día los muchachos se dieron el lujo de portarse bien.

La victoria de Perón fue reconocida hasta por sus enemigos más recalcitrantes. Su legitimidad política quedó fuera de discusión, aunque para la mitología peronista las elecciones no fueron más que un trámite formal. No deja de ser sintomático que a la hora de las celebraciones para el peronismo las jornadas mitológicas sean el 4 de junio o el 17 de octubre. El 24 de febrero no figura en los anales del peronismo. Las elecciones para el populismo, ya se sabe, son una engañifa de la democracia liberal y sinárquica, un trámite desagradable y menor que hay que cumplir para honra del movimiento nacional cuya fuente de legitimidad real nunca será el pueblo soberano sino el líder por la gracia de Dios o la gracia de él mismo.