De la poesía moderna como enemiga de sí misma

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“Orfeo trovador cansado” del pintor italiano Giorgio de Chirico.

Por Julio Anselmi

La revista de poesía Fénix, que Pablo Anadón dirige en Córdoba, ha llegado al Nº 27. En esta ocasión, la nota de apertura pertenece al poeta Alejandro Bekes (nacido en Santa Fe y residente en Entre Ríos), uno de los principales poetas argentinos actuales (su eventual ausencia en el canon se debe simplemente al resabido hecho de que el considerado canon de escritores argentinos es el mezquino -y lo que es peor, mediocre- canon de escritores porteños), excelente traductor además.

El ensayo de Bekes, en esta ocasión, versa sobre los orígenes de la poesía moderna (y de la poesía configurada como “enemiga de sí misma”). Para el caso, una parte sustancial del texto está dedicado a refutar una sentencia de Raúl Gustavo Aguirre, en el la que, para enaltecer el poema “Correspondencia”, de Baudelaire, habla de “los medios rudimentarios del Romanticismo” y de la supuesta “prosa versificada” de Víctor Hugo. La vindicación de Hugo y las diferencias entre Hugo y Baudelaire sirven para marcar un momento clave en que el poeta deja de ser (o sentirse) guía o vate, para crear una distancia infranqueable con respecto al lector medio. El poeta, con Baudelaire pasa a ser un “profeta de la desesperación”, como lo serán Nietzsche o Kafka. Ya no habrá ese público ávido de las palabras de un Tolstoi o de un Hugo. Bekes recuerda a Éric Gans, y su afirmación de que las sectas o “ismos” del siglo XX manifiestan como nunca el resentimiento de los poetas, “pues si el lector no comprende su críptico lenguaje, la falla está en el lector, nunca en el texto”. El texto se convierte en una final (y estéril) venganza. Como dice Octavio Paz, la “ruptura de la tradición” se convierte en una “tradición de la ruptura”. El poeta recurre a un lenguaje estético “privado”, y recurre a una poesía más difícil que la de los poetas barrocos, con todas sus alusiones eruditas y enrevesada sintaxis, a la que sin embargo el lector puede acceder con estudio y paciencia, mientras “ciertas formulaciones de la poesía hermética del último siglo y medio caen fuera de cualquier proyecto de exégesis que se proponga una interpretación segura. Desde luego, esto no es ajeno a las teorías interpretativas que en ese tiempo han proliferado; tanto, por lo menos, como esos textos”.

“No obstante, la paradoja principal no reside en que la poesía sobreviva en un mundo que la niega, sino en que los poetas hayan debido aceptar ese mundo y esa negación, incluso en contra de sí mismos. Nadie lo pensó de modo más lancinante que Kafka: ‘En la lucha entre el mundo y tú, toma partido por el mundo’”.

El poeta moderno, sigue Bekes, deliberadamente rompe los puentes con el lector, mera pose, gesto de desesperación, reclamo neurótico de atención o “paradojal pedido de rescato”. “Pero la poesía no se suicida, aunque a veces los poetas lo hagan... La poesía persiste, aun con la íntima contradicción a que nuestro tiempo la obliga, porque en el alma humana sobrevive, allá en su fondo, sobre el derrumbe de tantas ilusiones, ligera, alada y sagrada, la ilusión del canto” .

Se destaca también en este número de Fénix la introducción y traducción de “Artemis Prologizes” (1841), de Robert Browning, autor clave en la evolución y conformación del monólogo dramático, que tanta influencia tendrá en poetas posteriores (de Eliot a Ritsos y a Borges). El poema debía ser el prólogo a una continuación de la tragedia Hipólito, de Eurípides, pero Browning nunca terminó su proyecto.

Otra sección importante es la dedicada a la memoria de Rodolfo Godino, poeta nacido en San Francisco, en 1936, y recientemente fallecido.

En el apartado destinado a la reseña de libros pueden leerse, entre otras, las dos dedicadas a La estrella roja y otros poemas, el último libro del santafesino Roberto Malatesta.