EL INCIDENTE LITERARIO

Nelson y Madame Bovary

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Madame Bovary sigue siendo un ejemplo de las grandes novelas eróticas.

Foto: Archivo El Litoral

 

Santiago De Luca

En el cuento La Intrusa, los hermanos Nelson comparten y, luego, celan a una misma mujer. El suburbio festeja la incipiente rivalidad entre los hermanos y prevé, antes que ellos, su desenlace. Los Nelson son colorados y probablemente desciendan de Irlanda, país del que nunca oyeron hablar. La tierra de los escritores y del talento de la palabra. El único libro que ellos tenían en el rancho era la Biblia. Perdieron la memoria consciente y la lengua de Irlanda en algunas generaciones de vida a cielo abierto en la Pampa. Pero no la sangre. Imaginemos un posible bisabuelo de los hermanos, Alexander Nelson, que abandona su pueblo, tal vez Donaghadee frente al mar, y que les dejó sólo en herencia la melena y la barba rojiza. Inventemos más detalles en la vida del menor de los Nelson, que tuvo un altercado con Juan Iberra y a quien prefería la mujer, “la intrusa”. Él ignora quién fue Alexander porque en él se cifra el compadrito hecho de presente feroz. ¿Qué es un bisabuelo? Cuenta el narrador que sus lujos eran el caballo, el apero, la daga de hoja corta, el atuendo rumboso de los sábados y el alcohol pendenciero. Sin embargo, Irlanda de la que desconocían todo, andaba por la sangre de esos dos criollos.

Acostumbrados a los amores de zaguán, se enamoraron de “la Juliana”. Y eso era una vergüenza. El tango “Malevaje” a su manera cuenta la misma historia. En el cuento se lee: “En el duro suburbio, un hombre no decía, ni se decía, que una mujer pudiera importarle, más allá del deseo y la posesión”. Luego vienen las burlas y el escarnio. Eduardo, el menor de los Nelson, se cruzó con Juan Iberra que lo felicitó por ese primor que se había agenciado. Nadie delante de él iba a hacer burla de Cristián, su hermano. Finalmente, de manera terrible matan a la mujer para “preservar” su amistad. La Intrusa es un cuento donde se muestra cómo el suburbio y su mitología de barro podía cosificar a la mujer. Por esta razón a Estela Canto no le había gustado el argumento.

Pero volvamos a Eduardo Nelson. ¿Cómo sería un encuentro entre el hermano menor de los Nelson y Madame Bovary? Uno viviendo en lo real, desesperadamente en lo real y sin el tiempo del sentimentalismo, un lujo imposible en el suburbio. En cambio, Madame Bovary vive nada cómoda en lo real, siempre confundida, con su deseo desplazándose porque lo que hay no se ajusta a lo que leyó en sus novelas. Madame Bovary sigue siendo un ejemplo de las grandes novelas eróticas (de la que nada aprendió Cincuenta sombras de Grey). Mario Vargas Llosa le dedicó un libro, La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary, donde escribe: “Me refiero al interminable recorrido por las calles de Rouen del fiacre en el que Emma se entrega a León por primera vez. Resulta notable que el más imaginativo episodio erótico de la literatura francesa no contenga una sola alusión al cuerpo femenino ni una palabra de amor, y sea sólo una enumeración de calles y lugares, la descripción de las vueltas y revueltas de un viejo coche de alquiler”. Sin embargo, Madame Bovary sentía la podredumbre de las cosas en que se apoyaba. En un caso tenemos una falta de literatura y en el otro, un “exceso”. A los dos lo desacomoda el deseo.

Inventemos el encuentro. Nelson logró escapar a la Partida. Y puesto al anacronismo y a las incongruencias deliberadas, imaginemos que también fue llevado a otro continente y a otro país, Francia. Entra en un bar porque quiere recordar la pulpería. Todo es demasiado lujoso e innecesario. ¿Para qué tantas luces y decorados si con su hermano y alguna china era suficiente para estar tranquilo y contento? A veces se siente un perro rabioso. En este nuevo mundo, se siente una cosa, como lo fue la Juliana para su hermano. Y también para él que aceptó las reglas del acuerdo. Un ligero sentimiento de culpa comienza a surgir en su mente que con el tiempo se complejiza un poco. De golpe se detiene en una mujer elegante, sentada frente a él y que parece estar en otra parte. A su vez Madame Bovary se despierta de su sueño y del recuerdo de una novela donde un amante le daba el paraíso que su esposo transformó en una rutina insufrible. Ella siente que está para algo intenso. Un extranjero que la mira sin reparo ni técnica despierta su curiosidad. Hay algo salvaje en ese rubio casi colorado. Lo demás sucede casi sin palabras. Ahora no es Irlanda sino la sangre criolla la que marca el ritmo de los hechos. Después Madame Bovary quiere alimentar esa curiosidad con ese mundo que intuye en los ojos de su amante, pero Nelson quiere escaparse porque extraña su suburbio. También quisiera contarle a su hermano sobre esta mujer extraña que no olvidará, pero en la que no se quiere detener. Ya pagó una vez por estos asuntos. No le importa la posibilidad de tener que arreglar sus cuentas pendientes con la autoridad. Ninguno de los dos insiste en lo que es imposible. Se alejan para siempre.

Nelson pudo regresar. Muchas tardes le contó a su hermano cómo era Madame Bovary, centímetro a centímetro recreó su cara con palabras torpes pero exactas. Por algo descendía de escritores. Ahora a los dos se le mezclan los rostros de la francesa y la Juliana. Es probable que Nelson sea lo peor del barrio. La familia de los Nelson puede dedicarse al alcohol pendenciero y a la arremetida violenta por unas pocas palabras. También merecen el castigo de la Partida. Pero pertenecen a una estirpe de poetas.