Sevicia y epifanía

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“Retrato de I.R.”, de Francis Bacon.

 

Por Carlos Roberto Morán

“Las varonesas”, de Carlos Catania. Editorial Las Cuarenta. Buenos Aires, 2015.

Remedando el título del cuento de Rodolfo Walsh, podríamos decir que con la reedición de Las varonesas asistimos a un límpido día de justicia. Y eso es así porque podemos leer, al fin, este trabajo impar de Carlos Catania. No sólo se trata de su mejor y más trascendente ficción, sino que estamos ante un verdadero acontecimiento literario.

Y eso es así porque la novela debió aguardar nada menos que casi cuatro décadas para volver a circular y porque, por otra parte, es la primera vez que puede leerse en la Argentina, porque su primera edición fue prohibida en aquel 1978 por la censura del régimen militar.

Estamos ante una gran novela. Puede argumentarse que la cercanía con el autor nos obnubila el juicio, pero no es la primera vez que hacemos tal afirmación, porque hace unos años pudimos leerla en el único ejemplar que conservaba el propio autor. Quedamos entonces golpeados, desasosegados, y ahora, luego de haberla releído conservamos la misma impresión, dado que no es frecuente un texto como éste, tan fuerte, tan dispuesto a acertarle al lector un verdadero cross a la mandíbula, sin anestesia y sin la menor concesión. La extensa novela prohíbe la indiferencia, le reclama que se mire, hasta el último detalle, en este espejo inmisericorde de la condición humana.

El incesto de Alfredo y Ana, la insoportable tortura que padece el Castor, los sueños surrealistas de Edith, la guerrilla en Guatemala, con muertos, con torturados, con seres desalmados, el asesinato a lo Raskólnikov- de un joven por unos celos desmedidos, el amor físico, la sevicia, las muertes gratuitas, la isla, la vejez, las reflexiones metafísicas, ¿cuánto no contiene esta novela que exige y vuelve a exigir atención constante y que obliga al lector a “discutir” todo el tiempo con el autor que lo lleva desde el primer momento y hasta el lejano final por terrenos resbaladizos, cubiertos de miasmas y exhibiendo sus entrañas? “Nada puede hacerse por el hombre”, dice Alfredo, un nihilista que busca ¿qué? Quizás La Respuesta, que por supuesto no es factible hallar en nuestro devenir humano.

Catania es descarnado. Sabe describir a sus personajes, al paisaje (pocas veces contado con una “paleta” tan amplia). Es llamativo además cómo en Las varonesas vive y vibra la ciudad esta ciudad-, cómo sabe recorrerla y exhibirla. Imposible volver a transitarla con tranquilidad, luego de recorrer los puentes, las rutas, el bulevar, el centro, el mismo cementerio...). Con suma ductilidad, el autor “salta” de la primera a la tercera persona, cuenta en “argentino” y en “centroamericano”, sabe cómo se expresa un hombre y cómo lo hace una mujer. Y puede, de pronto, tornarse epifánico: “Lloviznaba sobre las islas. Nadie sabe lo que significa el misterio ocultando las cosas, la vida ofreciendo y quitando, hasta ver lloviznar sobre las islas del Leyes. El mundo se escurre detrás del fantasma de agua y se penetra en el sueño”.

Así como no es concesivo, tampoco Catania se la hace fácil al lector con la lectura. Alfredo, el personaje central, reflexiona y maldice, se contradice, ama y odia y parodia, y muchas veces ese “decir” del protagonista exige paciencia al lector. Hay que atravesar desiertos para llegar a algún oasis, parece advertirnos el autor. Si es que hay algún oasis. La casona que es epicentro de la novela, Las varonesas del título, se encuentra perdida en las islas y es de difícil acceso. En ella se gestan las grandes pasiones, las controversias, los equívocos. Allí también hay enfermedad, muertes, profundos acuerdos y profundos disensos. De ese útero casi (¿o totalmente?) monstruoso saldrá el resto de la novela que como salto gigantesco llegará a Guatemala, a las desdichas de la guerrilla y de la represión infamante, territorio donde nadie concede y nadie perdona.

Habría que extenderse mucho más cuando se está ante un libro con su multiplicidad de escenarios, la complejidad de sus personajes, las diversas voces que lo componen, pero por limitaciones de espacio hago mención a las páginas dedicadas a una vieja rata y lo que ella produce. Son páginas terribles, contadas con una habilidad infrecuente y que no es dable descubrir aquí. Pero es sin duda una de las máximas muestras (inolvidable, además de insoportable) de la maestría de Catania para contarnos el horror.

Lectoras, lectores: la gran novela escrita por un santafesino en distintos lugares del mundo, que nos interpela y exige, está esperándolos.

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