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Las guerras de Internet

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Por César Celis

A más de veinticinco años de su difusión, Intenet ha conseguido ensalzarse como un instrumento casi sagrado. Hay por lo menos una generación globalizada para la cual resulta imposible imaginar un mundo en el que no existió o no existiera ese laberinto de redes conectadas por todo el mundo. Quizás ha llegado el momento de meditar en la sentencia que en 2012 expresó Christian Ferrer: “Es necesaria una mirada menos ingenua sobre las máquinas y los procesos técnicos, una mirada no ajena a la curiosidad pero también escéptica y alerta. ¿Qué ocultan, qué sostienen los aparatos?”.

En Guerras en Internet, Natalia Zuazo intenta descubrir los conflictos e intereses de quienes manejan esta tecnología y responder a preguntas como: ¿de quién son y por dónde pasan los hilos y caños que nos conectan? ¿Quién establece las leyes de Internet? ¿Cuál es el camino de los datos que subimos a la red? ¿Quién y cómo los maneja? En suma: ¿Quién escribe los códigos que manejan hoy nuestras vidas?

Para responder, Zuazo apela en principio a un poco de historia local, desde la instalación de los cables submarinos en Las Toninas (balneario a 300 km de Buenos Aires) que conectarían a la Argentina con el mundo a través de Internet, y también la historia de las telecomunicaciones en la Argentina (de Sarmiento a De Vido). La constatación final es que, como en el resto del mundo, en la Argentina las tecnologías siempre “avanzan, o se imponen, por necesidades de los usuarios o (más frecuentemente) del mercado. Las leyes pueden impulsarlas, reprimirlas o modificar su adaptación para dar más o menos ganancias a las empresas, pero el camino es hacia adelante. Por las guerras que aceleran los inventos, por el mercado y su necesidad de vender lo nuevo a la mayor cantidad de consumidores posible, o por la inevitable necesidad del ser humano de comunicar sus noticias. Pero también por la seducción esperanzadora de todo ‘progreso’”.

Pero el privilegio de llevar una computadora a todos lados se paga con que se sepa todo de cada uno de nosotros. “En 2025, además de los 4.700 millones de usuarios de Intenet, habrá 150 mil millones de objetos conectados a la red: computadoras, heladeras, televisores, autos, ropa, casas. De todos esos aparatos, los teléfonos celulares son los más universales”. Los celulares son en efecto, ya parte de nuestro cuerpo. “Los celulares son el dispositivo de control perfecto de nuestra era”.

La situación es un mundo donde la paranoia tiene razones para sustentarse como un estado natural: “Las revelaciones sobre espionaje masivo que dio a conocer Edward Snowden en 2013 hicieron más visible un tema que ya preocupaba a especialistas en derecho de Internet, académicos, gobiernos y activistas: quién controla nuestros datos y hasta dónde la privacidad puede existir en la era digital”. Una respuesta extrema radica en simplemente “dejar de usar Internet porque estar en ella nunca es privado. En el otro extremo, están quienes la usan sin ningún cuidado: son aquellos que sostienen el argumento de que no tienen nada que esconder y, por lo tanto, nadie va a espiarlos. La tercera opción, que es la intermedia y más compleja de concretar, requiere compromiso y trabajo por nuestra parte: partir de la base de que nuestros datos ya no son privados y tomar algunas medidas al respecto, no sólo como individuos aislados sino como parte de la sociedad”.

Es aquí donde la democracia puede dar la mejor respuesta: tomar la privacidad no como un fin en sí mismo sino como una opción. “Sin espacios privados, donde un algoritmo no decida por nosotros si quiere monitorearnos, o donde estemos obligados a vender nuestros datos como mal menor a que igual los recolecten, no seremos ciudadanos completos”. Debemos poder elegir y poder disentir; esa diferencia entre democracia y dictadura se hace vigente en estas Guerras de Intenet. Publicó Debate.