La vuelta al mundo

Religión, guerra y diplomacia

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El drama de los refugiados esconde una complicadísima situación, en la que intervienen cuestiones políticas, militares, religiosas, históricas y diplomáticas. Foto: EFE

 

por Rogelio Alaniz

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Es relativamente previsible deducir que el camino más corto para concluir con el drama de los refugiados en Europa pasa por una creciente intervención militar contra el Estado Islámico (EI). El razonamiento es simple y de resolución rápida: si aniquilamos al EI se tranquiliza la región y desaparece el drama de los refugiados. ¿Es tan así? Lamentablemente no. Ojalá el drama en el Golfo o en Medio Oriente se pudiera resolver con una orden militar.

Por lo pronto, lo aconsejable sería saber que estos dramas no se resuelven de la mañana a la noche y, mucho menos apostando a iniciativas exclusivamente militares. Dicho sea de paso, la coalición armada para luchar contra el EI está actuando, sólo que atendiendo a algunas exigencias impuestas por la experiencia y la prudencia. Para empezar, EE.UU. ha designado al experto general John Allen al frente de una coalición de más de sesenta países para combatir al EI. Tan mal no les está yendo. Se estima que alrededor del treinta por ciento del territorio controlado por el emirato fue recuperado.

Ahora bien. Para esta guerra EE.UU. impuso algunas condiciones. La primera exigencia, es que los países de la región y, muy en particular los sunitas, son quienes deben participar en el terreno del combate. Hoy las presiones para que los yanquis envíen tropas a la región son cada vez más fuertes pero, lechuzas cascoteadas, se oponen a dar ese paso porque a esa película ya la conocen: a la semana de intervenir por pedido de los pueblos comienzan las movilizaciones bajo la consigna “Fuera yanquis”.

Más allá de que existan buenas o malas razones para justificar ese rechazo, lo cierto es que ahora Obama no quiere que determinados riesgos se repitan. La responsabilidad de la lucha para sacarse de encima la peste del EI recaerá en sunitas, chiítas, sufíes, es decir los enemigos reales y próximos del terrorismo islámico. Estados Unidos respaldará con su logística. Esto quiere decir que habrá aviones, comunicaciones, armas, pero hasta el momento la decisión es que ningún soldado norteamericano pisará la región.

Digamos que la estrategia de Obama apunta más a retirarse que a intervenir. El acuerdo con Irán se inscribe en ese contexto. El régimen chiíta se ha transformado en una potencia regional cuyos límites por el momento no serán los yanquis sino Arabia Saudita y los emiratos del Golfo, muy preocupados de la expansión de los ayatolás. La iniciativa de Obama no le gusta a Israel por supuesto, y todo hace suponer que los judíos tienen buenas razones para recelar de un acuerdo que permite la recuperación económica y seguramente militar de un régimen que promete, con machacona insistencia, arrojar a todos los judíos al mar.

Mientras tanto, la guerra civil, y algo más que civil, continúa. Siria de hecho ha dejado de ser un Estado nacional -como también ha perdido esa condición Irak- pero el señor Assad se mantiene en el poder apoyado por Rusia, un agradecimiento de Putin al régimen que le permitió disponer de un puerto y una base militar en la región. El drama sirio es que mientras Assad se mantenga en el poder no habrá posibilidades de paz, pero su derrocamiento implica la llegada al poder del Emirato Islámico o un creciente baño de sangre entre las diferentes facciones religiosas.

A todo esto, el drama humanitario crece a expensas de la continuación de la guerra. Millones de personas huyen despavoridas de una zona donde la única esperanza es morir en manos de algunas de las facciones. Muchos se han refugiado en Jordania, Turquía o Líbano, para alarma de las castas dirigentes de esa región, pero los países liderados por Arabia Saudita, esto es Barheim, Emiratos, Kuwait, Omán y Qatar, se oponen terminantemente a recibir refugiados.

¿Por qué esa negativa? Por varios motivos. En primer lugar, porque temen que entre la multitud de refugiados lleguen terroristas del Estado islámico. A ese temor previsible, se le suma la desconfianza de regímenes monárquicos y conservadores contra una población conflictiva. Al respecto, los sauditas prefieren la mano de obra temporaria y mansa de asiáticos y africanos, que la de sirios que hoy llegan muy asustados pero mañana iniciarán sus reclamos sociales y políticos, reclamos que los jeques y emires no están dispuestos a soportar.

Como se podrá apreciar, los recelos de los sauditas no son muy diferentes a los rechazos que en Europa promueven los grupos racistas de extrema derecha. Lo que sucede es que en Europa las políticas humanitarias cuentan con un alto consenso y además existen compromisos firmados en el marco de la ONU, compromisos que no atan a los sauditas y a las monarquías del Golfo. Conclusión, los islámicos que huyen del horror no tienen cabida en la capital del mundo islámico, en el país donde están sus lugares sagrados: La Meca y la Medina. Su destino, dicho sea de paso, no es muy diferente al de los palestinos, condenados a vivir en campamentos y alejados de la esperanza de disponer de ciudadanía política. Es que para los países árabes e islámicos, los palestinos sólo importan como punta de lanza contra Israel.

EE.UU. en principio ha renunciado a la intervención militar, pero no a la diplomática. La negociación más compleja es la abierta con Rusia, el sostén más sólido de Assad. Los rusos saben que el dictador sirio es lo más parecido a un cadáver político, pero ese cadáver por el momento les permite una influencia decisiva en la región.

¿Cuáles son las negociaciones abiertas entre Rusia y EE.UU.? Lo poco que se sabe apunta a promover un desplazamiento de Assad -principal responsable de las masacres contra su pueblo- sosteniendo al mismo tiempo la estructura estatal siria. Esto quiere decir que se apunta a terminar con la dinastía alauita, pero no con el Estado sirio. El rechazo al salto al vacío está justificado. Los sucesos de Libia en ese sentido son ejemplificadores. O la dolorosa lección del Estado Islámico.

Un analista de la región comparaba estas guerras en el Golfo y Medio Oriente con las guerras religiosas libradas en el siglo XVII en Europa entre protestantes y católicos, guerras que se extendieron durante treinta años y que concluyeron con la célebre paz de Westfalia. ¿Es tan arbitraria la comparación? Más o menos. Lo que enseñan estas guerras religiosas es que los problemas no se resuelven de la noche a la mañana y que la complejidad de la crisis obliga a desplegar estrategias diplomáticas diversas y en algunos casos contradictorias. Al respecto, recuerdan los historiadores cómo los monarcas católicos franceses alentaban a los protestantes holandeses para guerrear contra los Habsburgos. Procesos contradictorios de esta naturaleza están presentes en la actualidad, más allá de las inevitables diferencias históricas.

Incluso, el drama del Estado Islámico es de resolución compleja. La hipótesis más optimista, la hipótesis que incluye el aniquilamiento de estos fanáticos, no asegura que de las cenizas de esa experiencia surja una nueva y agresiva tendencia fundamentalista. Recordemos que antes del EI estuvo Al Qaeda y que estos nacieron en el contexto de la invasión soviética de Afganistán y la posterior implantación del régimen fanático de los talibanes.

O sea, que el fundamentalismo no explica a todo el Islam, pero sería una ingenuidad o torpeza suponer que no tiene nada que ver con la religión de Mahoma. El EI, además del fanatismo religioso, suma a la estrategia de la recuperación del califato por el camino de la guerra, las campañas exterminadoras contra infieles, chiítas, sufíes y sunitas que no se sometan a su autoridad. Habría que señalar, por último, esa rara relación entre una concepción religiosa del siglo XVII con sistemas publicitarios típicos del siglo XXI.

Como se podrá apreciar, la única estrategia que se debe rechazar por principio es la de la simplificación. Suponer soluciones mágicas o intervenciones militares salvadoras es no conocer lo que está sucediendo y, en particular, el campo real de relaciones de fuerzas existentes.