Editorial

  • Daniel Scioli no termina de confirmar su presencia en el debate previsto para el 4 de octubre.

El debate y las dudas

Cuando todo indicaba que la Argentina tendría al fin sus primeros debates de candidatos a la presidencia -uno organizado por una ONG y, el otro, desde un canal de televisión-, uno de los postulantes a la primera magistratura puso en duda su participación.

Y no se trata de un candidato más. Es nada menos que el representante del oficialismo en los próximos comicios: Daniel Scioli.

La situación sorprendió a muchos. Sobre todo, a la organización apartidaria Argentina Debate, cuyos integrantes vienen trabajando desde hace tiempo detrás de este objetivo. Según ellos mismos relatan, colaboradores de Scioli participaron activamente -junto a representantes del resto de los candidatos- en la planificación de este encuentro previsto para el próximo 4 de octubre.

Ante la falta de una explicación clara acerca de cuál es la postura de Scioli, tomó fuerza la versión de que fue Cristina Fernández quien le pidió que no debatiera. Son sólo rumores. Pero, al menos hasta el momento, es todo lo que hay.

El hecho de que uno de los candidatos analice la posibilidad de no debatir públicamente con el resto de los contendientes, pone de manifiesto el escaso peso de la opinión pública argentina frente a este tipo de dilemas. En cualquier país con profundas convicciones democráticas y republicanas, una situación semejante condenaría al destierro político a quien se mostrara dubitativo, ya que tal actitud se consideraría una afrenta a los electores.

En nuestro caso, es precisamente esta falta de compromiso cívico de gran parte de la sociedad argentina lo que permitió, a lo largo de la historia política del país, que los candidatos que lideran las encuestas decidieran no participar en debates públicos. En definitiva, prefieren no arriesgar y, entonces, evitan cuanto se pueda expresar sus ideas y propuestas ante la ciudadanía. El hecho de no decir lo que piensan, no tiene consecuencias negativas para ellos. Esto sólo puede darse en un escenario de generalizada apatía ciudadana.

El caso más recordado es el de aquel encuentro trunco entre los candidatos Carlos Menem y Eduardo Angeloz en 1989, durante el programa que conducía el desaparecido Bernardo Neustadt.

El cordobés, que no se veía favorecido por las encuestas, se presentó en los estudios. Pero el riojano optó por no hacerlo. Su presencia fue reemplazada por una silla vacía, que se convirtió desde entonces en un verdadero ícono en la política argentina.

El desenlace de aquellas elecciones es conocido por todos: Menem se convirtió en presidente y gobernó a la Argentina durante una década.

Según los más escépticos, este tipo de cruces no sirven de mucho pues, en general, los candidatos se limitan a reproducir monólogos formateados por sus equipos de campaña, y a satisfacer lo que los votantes esperan escuchar.

Quizá estén en lo cierto los que así piensan. Sin embargo, se trata de un proceso de aprendizaje. En otros países con una larga historia de debates; candidatos, ciudadanos y organizadores han atravesado tiempos de maduración cívica. Y hoy, quienes no dicen toda la verdad a la hora de debatir, suelen pagar las consecuencias en caso de llegar al poder y no cumplir con su palabra.

En la Argentina, por ahora reina la incertidumbre; y sólo los candidatos opositores han confirmado su presencia el próximo 4 de octubre.

Si finalmente estos debates se concretan, representarán un hito para la historia política nacional. Y no será un logro de los candidatos, sino de una sociedad que habrá sido capaz de hacer escuchar su voz para impulsar lo que constituiría una mayor exigencia para los candidatos y un significativo avance institucional y democrático.

Esto sólo puede ocurrir en un escenario de generalizada apatía ciudadana.