Señal de ajuste

Sotanas calientes

Sotanas calientes

Mariano Martínez se inscribe en la generación de galancitos cuyo ego pertenece a una escala superior que no tiene relación proporcional con su talento.

Foto: Gentileza Artear

 

Roberto Maurer

Desde que Turquía y Brasil comenzaron a conquistar con sus ficciones el prime time de la televisión argentina, en una experiencia vivida casi como una ofensa al orgullo nacional, se buscaron explicaciones a veces grandilocuentes que eludieron los pequeños detalles. Por ejemplo, en nuestra tele, un ataque de narcisismo de un actor puede llegar a desviar el curso de la trama misma de una tira.

Mariano Martínez se inscribe en la generación de galancitos cuyo ego pertenece a una escala superior que no tiene relación proporcional con su talento, y entendió mal su papel en “Esperanza mía”. Fue convocado como edecán de Lali Espósito o, mejor dicho, para acompañar el lanzamiento triunfal de una nueva estrella juvenil de El Trece: se necesitaba una reemplazante de Natalia Oreiro, que había entrado en una etapa otoñal de la vida y que, de paso, cinco años antes, todavía en su primavera, justamente era la destinada para ese mismo papel. No es que Lali Espósito sea una gran actriz, pero en ella arde la llama de los winners, y le alcanza con repetir su Daniela de “Solamente vos” y la Mar de “Casi ángeles”. No se sabe de nadie que haya pedido más.

Es el momento de los jesuitas

Como se venía diciendo, Mariano Martínez no entendió que si bien integraba una pareja central, en el fondo era un escolta, y cuando llegó ese momento inevitable en todas las novelas que exige cierta oxigenación mediante la irrupción de nuevos personajes, el galán se puso mal. Michel Noher entró como vértice de un triángulo amoroso y como alguien con quien ahora debía dividir el monopolio de una historia romántica de dos.

Empezó su protesta con un simple pero ampliamente divulgado tweet que hizo temblar de furia a Pol-ka y terminó con una reunión donde rodó la cabeza de una guionista y el actor amenazó con su renuncia. A su vanidad lastimada la llamó “diferencias de criterios artísticos”, y para calmarlo, a la llegada de Michel Noher los productores la denominaron “la incorporación de un actor de reparto” que no le quitaría protagonismo. Puede suponerse que el pobre Michel Noher vio así postergada su aspiración a la fama. Debe admitirse que Martínez no exageró sus miedos: le habían introducido a un actor de cartel aún escaso, pero que busca con firmeza establecerse como galán o sea un rival temible a la hora de compartir los acaloramientos de la novicia que personifica Lali Espósito. Para colmo, en la ficción es un seminarista formado por los jesuitas.

Después de varias reuniones, “ahora caminamos para el lado que a todos nos gusta y todos felices”, declaró Martínez. Si leyera los comentarios de algunos televidentes en las redes, tal vez reflexionaría. “Que se vaya si quiere. Es muy aburrido. Lali se lleva toda la novela. Se le subieron los humos”. Algunos han llegado al insulto y afirman que “hasta el gigoló Bazterrica lo haría mejor”.

Dando por finalizado el incidente, Adrián Suar dijo que “son cosas que pasan en todos los programas de televisión”, como para que cualquiera se represente la imagen de un tacho de basura. Y añadió, por si no había sido claro, que “las cosas tienen que ser resueltas puertas para adentro” porque de otro modo no le “hace bien a la profesión”. Todo vale, pero siempre en el zaguán, entre nosotros. De no ser así, te convertís en el Terry Malloy de “Nido de ratas”.

PIDEN ACCIÓN

Las quejas del galán también se relacionaban con el protagonismo de Lali Espósito y un guión que se habría achatado, y que podía ser corregido con más “acción”.

Quiso decir que había que dar satisfacción a un público impaciente que no ve la hora de que el cura se empome a la monjita. Pero a la propia productora la detiene un horario demasiado familiar como para sentirse obligada a frenar los ardores de los protagonistas. Es una encrucijada, cierto. ¿Hasta dónde se llega con una pareja que viste hábitos?

El mes pasado, el padre Tomás (Martínez) fue ordenado obispo y la novicia Esperanza (Espósito), viendo que se alejaba su enamorado, intentó desbaratar su vocación con el beso que la audiencia esperaba. Ese día, el público crepitó como una tira de panceta recién arrojada al aceite hirviendo.

Fue cuando apareció el seminarista Nicolás (el intruso Noher) como secretario del flamante obispo, y rápidamente atraído por la seductora novicia. Jugando con lo escabroso, en uno de los últimos capítulos, el número 122, la novicia y el seminarista son descubiertos por el celoso monseñor en un hotel donde pasaron la noche. Fue una situación inocente y fruto de un malentendido, pero estamos caminando sobre brasas. Y se aprovechan de la tolerancia del Papa de Roma, cuya amplitud reformadora —deberían saberlo- hasta ahora no incluyó al celibato eclesiástico.