Destellos de genio

Destellos de genio

Creador intuitivo, Welles adquirió el dominio de la técnica cinematográfica e infundió a sus trabajos una marca particular. Aunque implica una mirada parcial, es dable indicar que influyó en su estilo su personalidad singular.

Hoy se cumplen 30 años desde la muerte de Orson Welles. La contribución que hizo al avance del cine moderno es equiparable a la que ejerció D.W. Griffith. Su filmografía errante conforma uno de los legados más significativos del siglo XX.

 

TEXTOS. JUAN IGNACIO NOVAK ([email protected]). FOTO. ARCHIVO EL LITORAL/AFP.

Afrontar a Orson Welles es difícil: la realidad y la leyenda se entrelazan y a menudo se confunden. Y la figura obesa de mirada penetrante, risa franca y frases embaucadoras se une a la del cineasta de creatividad arrolladora. Lo incontrastable es que, a 30 años de su muerte, sus películas son un legado que sigue siendo estudiado por cualquiera que aspire a acercarse con seriedad al medio fílmico. Como sostiene el crítico David Oubiña la del genio “errático e inspirado” y la del “farsante caprichoso y extravagante”, son deformaciones que no hacen justicia a “un realizador ciertamente dotado pero, a la vez, obstinado en construir laboriosamente una obra innovadora”.

Antes de llegar a la industria del cine, Welles había demostrado ya esa mixtura de porfía y originalidad. Lo hizo al menos en dos momentos que, en retrospectiva, son clave por distintas razones: uno es la emisión radiofónica de “La guerra de los mundos”, de H.G. Wells, que aterró a los estadounidenses que (hoy puede pensarse ingenuamente, no era así en 1938) creyeron que los marcianos habían invadido la Tierra, y cuyos efectos todavía se estudian en las Facultades de Ciencias de la Comunicación. El otro es la puesta teatral de “Julio César”, una mirada severa sobre el ascenso de los totalitarismos en el convulsionado panorama europeo de fines de los ‘30.

Pero el aporte más significativo de Welles es su primera incursión en el cine, la obra que desde 1962 fue ubicada por la revista Sigh & Sound en el primer lugar entre las mejores películas de la historia y que en 1998 fue ungida por el American Film Institute como “la película más grande de todos los tiempos”: “El ciudadano” (Citizen Kane, 1941). El flashback y el plano secuencia (del que extrajo todo su potencial) fueron recursos a los que echó mano. “El interés de ‘El ciudadano’ difícilmente puede ser sobrestimado”, asegura André Bazin. En efecto: no son muchas las películas de tal impacto, sobre todo por la forma en la que está vertebrada. Antonia del Rey Reguillo opina que “tanto su factura formal como su contenido temático se perciben desde el espesor de sus imágenes como un reto lanzado al espectador por una mirada poderosa y juguetona que persigue despertar con su inteligencia y su imaginación y lo convierte en un cómplice necesario”.

RELACIÓN RÍSPIDA

Un factor presente en la carrera de Welles, en parte por su personalidad conflictiva y también por el afán de control de una industria ambiciosa, es la relación tirante con los estudios. Por ejemplo, al rodar su segunda película “Soberbia” (The Magnificent Ambersons, 1942) el montaje original diseñado por Welles fue recortado. Pero esto se hizo mientras estaba en Brasil, sin atender las llamadas telefónicas. “Ese fue el primero de los muchos problemas que Welles mantendría después con la industria cinematográfica, no sólo en Hollywood sino en una nómade carrera como director e intérprete en Italia, Francia, Inglaterra y España”, señala el historiador y crítico uruguayo Homero Alsina Thevenet. Hay otra anécdota, relacionada con “La dama de Shanghai” (The Lady From Shanghai, 1948): el cineasta tomó una novela barata titulada “If I Die Before I Wake” de Sherwood King y la convirtió en algo, según el crítico Kim Newman, “valioso y extraño para fastidiar al presidente de la Columbia, Harry Cohn”.

INTÉRPRETE PERSPICAZ

Aunque su relevancia como realizador tiende a opacar el resto de su labor, Welles fue un actor de talento, que posiblemente desarrolló esa faceta por los conflictos con los estudios. Pocas veces las afiladas réplicas de William Shakespeare, por caso, estuvieron representadas con tanto ingenio como cuando encarnó a sus personajes. Welles se sintió hechizado por el dramaturgo inglés y ese influjo se observa sobre todo en “Campanadas a medianoche” (Falstaff, 1965).

Pero hay dos personajes que demuestran el carisma actoral de Welles. El Harry Lime de “El tercer hombre” (The Third Man, 1949), un siniestro hampón que no encuentra ningún dilema moral en comercializar penicilina en mal estado y el Hank Quinlan de “Sed de mal” (Touch of evil, 1958), uno de los grandes psicópatas del cine negro, interpretación en la que Welles se caracterizó para parecer más gordo y se puso una nariz falsa.

“El talento de Welles consiste en manejarse con la misma capacidad innovadora tanto en el plano secuencia como en el montaje, en el plano corto como en el plano largo, en decorados artificiales como en locaciones naturales, en el vértigo cinético como en la morosidad teatral”, asegura Oubiña. De vuelta al principio: al abordar a Welles no es posible escindir la leyenda de la realidad. Pero ahí están sus películas que testimonian su genialidad y su capacidad de innovación.

PRECURSOR

No sólo la obra “wellesiana” puede considerarse renovadora en términos formales, sino también por las temáticas. En 1946 fue uno de los primeros en rodar una película centrada en la caza de criminales de guerra nazis. Obviamente con sello de autor, sintetizado en la elegancia formal y las influencias bien digeridas del cine negro. El crítico Kim Newman asevera incluso que en esta película “adelantándose varias décadas a David Lynch, Welles establece el ambiente de una pequeña y tranquila comunidad para subvertirlo, con filósofos de tienda de pueblo que engañan a las damas y reinas del baile que se casan con fascistas”.