En memoria de Henning Mankell

 
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El escritor sueco, autor de la célebre saga protagonizada por el detective Kurt Wallander.

Foto: EFE

 

Por María Luisa Miretti

Toda muerte es absurda y cruel, pero la bofetada recibida la semana pasada con la noticia del fallecimiento de Henning Mankell (Estocolmo, 1948) nos sacudió sin piedad.

Ya en el 2013, le habían diagnosticado cáncer de pulmón. Había asistido por una lumbalgia, debido a sus permanentes tortícolis y la revelación fue contundente, la metástasis le marcaba un tiempo limitado. El shock provocado que lo inmovilizó durante varios días, luego lo hizo reaccionar hasta permitirle escribir su obra Arenas movedizas (Tusquets), haciendo un recorrido de su vida a partir de los 9 años.

Creador del enigmático detective Wallander -posible de apreciar en sus tres versiones fílmicas, la primera con Rolf Lassgård (sueco, quien dejó la serie para no quedar “pegado” al personaje); la segunda Krister Henriksson (sueco, continuó hasta finalizar la saga y dejar la posta a su hija, en la ficción) y la tercera, con Kenneth Branagh (británico, versión de la BBC). Todas impecables, mostrando al detective en sus distintas facetas, luchando contra la mafia y el narcotráfico.

Pero sin duda -como siempre sucede- está en sus libros el mejor sitio para bucear y encontrar el verdadero espíritu de este “genio” de las letras, que ha demostrado que en Suecia y en los países nórdicos se padecen los mismos problemas sociales que en el resto del mundo. La serie sirvió como llamado de atención, pero allí estaban también otros títulos, como El cerebro de Kennedy o El chino, como también su compromiso con África donde había creado una editorial para los escritores del tercer mundo, su actividad teatral y la creación de personajes emblemáticos como Tea-Bag (joven africana que cruza el mar hasta llegar a España donde es recluida en un campo de refugiados, y que permite observar un verdadero contrapunto entre diferentes culturas), sin dejar de aludir a la problemática de los inmigrantes que hoy está asolando a Europa.

Numerosos títulos, todos inmejorables: Los perros de Riga, Zapatos italianos, Huesos en el jardín, Asesinos sin rostro (editados en castellanos por Tusquets), entre otros.

Capítulo aparte merecen sus narraciones infantiles, cuyas historias son excelentes. Desarrolladas en escenarios nórdicos, en el contexto del frío y la desolación podemos llegar a entender los mecanismos del joven y sus pasajes de iniciación, como El perro que corría hacia una estrella y las peripecias del adolescente Joel para salir de ese infierno de nieve, con un padre borracho, en un mundo autista que no comprendía sus inquietudes, para seguir luego con El niño que dormía con la nieve en la cama y Las sombras crecen en el atardecer, y compartir los primeros cosquilleos de Joel ante lo que cree que es el amor, sin poder compartirlo con nadie (con sesgos autobiográficos, que más tarde descubrimos en Arenas movedizas).

El contexto de sus ficciones es siempre conflictivo y estampa un firme compromiso por parte del autor. Declaraba Mankell sobre este tema y sobre la creación de su célebre detective: “Cuando empecé a escribir Asesinos sin rostro había decidido que la xenofobia y los comportamientos racistas eran actitudes criminales, y entonces me pareció obvio introducirlos en una trama policíaca. Caí en la cuenta que necesitaba entonces un agente de la policía. Wallander fue creado supeditado a esa historia sobre la xenofobia, y esto es muy importante para mí. No nació como un detective; nació con la historia y así ha continuado en todas las novelas que he escrito sobre él. Primero nació la historia, después llegó él”.

Había nacido en Estocolmo, en 1948. A los 22 años fue por primera vez a África. Su fama literaria comenzó en la década del 80. Estaba casado con Eva Bergman, directora e hija de Ingmar Bergman. Falleció a los 67 años el 5 de octubre ppdo.