El mito de Sísifo

17-A-2056981.jpg

 

Elda Sotti de González

Partamos de estas ideas: el mito es creación, fantasía. Un bien cultural. Y no es raro que sobre un mismo tema encontremos versiones, en ciertos aspectos diferentes. Además, son cuestiones que posibilitan la apertura de espacios de reflexión. Si nos guiamos por algunas fuentes de la Mitología, descubriremos que Sísifo fue un personaje no destacado precisamente por sus virtudes. Se cuenta que era astuto, codicioso y cruel, que su vida oscilaba entre saqueos y asesinatos. Estos hechos, sumados a su costumbre de divulgar los secretos de los dioses, ofendieron mucho a Zeus, dios padre, regulador de la armonía cósmica. Cuando este dios le envió a Thánatos (la Muerte), Sísifo la encadenó y, mediante artimañas, escapó del Tártaro (el Infierno). Pero Zeus no perdonaba. Y cuando Sísifo retornó al inframundo lo condenó a perder la vista y a empujar eternamente una roca hasta la cúspide de una montaña. Esa roca, una vez en la cima, se deslizaba hacia el valle y había que empujarla de nuevo. Un castigo que recibían todos aquellos que lograban fugarse de las sombras infernales. En el Canto Undécimo de la “Odisea”, Ulises narra sus aventuras en el Hades. Cuenta que vio a ese desdichado cuando forcejeaba con los pies y las manos, e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte; vio también, no sin asombro, que cuando ya le faltaba poco para llegar, una fuerza poderosa hacía retroceder la piedra, que caía rodando a la llanura.

El personaje de este mito se había entregado a la delincuencia y estaba pagando sus culpas. Sin embargo, creemos que cuando el hombre comprueba que su esfuerzo es inútil, la apatía en él va ganando terreno y, finalmente, se siente frustrado, vencido. La conciencia que como sujeto inteligente tiene de su propia identidad, poco a poco se va desvaneciendo; el “yo” oprimido, anulado por el amo, entra en un estado de alienación, de desconocimiento de sí mismo y sólo percibe la sinrazón de su existencia. Por esto, no olvidemos que quien cumple una condena necesita un incentivo que lo conduzca a pensar, por un lado, en un cambio que implique abandonar aquel sórdido camino elegido y, por otro lado, en el horizonte de infinitas posibilidades de crecimiento que le devolverían su valía como ser humano.

Sísifo no encontró en la cima de aquella montaña ningún aliciente para que su espíritu se abriera a la esperanza. Sabía que el drama que le generaba tanto sufrimiento, no tenía posibilidades de cambio. Muy oportunos resultan estos versos extraídos del poema “Sísifo”, del autor español Francisco Álvarez Hidalgo: “Sudor, y esfuerzo, y corazón sangrante,/ fruto estéril de inútiles intentos,/ perturban la razón como instrumentos/ de diabólico y fiero nigromante”.