De domingo a domingo

Ambición vs. el bronce: Scioli agita la alianza de 1999 y la propia hace agua

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Campañas separadas, objetivos comunes. Uno quiere ganar y la otra necesita no perder, ya que no puede ser otra vez la mariscala de la derrota. Fotos: DPA

 

Hugo Grimaldi

DyN

Lo que ocurrió el domingo pasado en materia electoral resultó ser muy singular porque quien ganó por dos puntos y medio se quedó sin aire y desnudó sus miserias internas y quien perdió, paradójicamente, cayó mejor parado ante la opinión pública.

Terremoto, tsunami, groggy y colgada de la cuerdas, todo esto se ha dicho desde entonces de la coalición de compromiso formada por el sciolismo pejotista y el kirchnerismo gobernante. Sin embargo, es interesante observar cómo, tras el sacudón inicial que derivó en el habitual silencio que hace Cristina Fernández cuando las cosas no son cómo le gustaría y en los notorios balbuceos de Daniel Scioli, muy pocos días después de tan tremendo sacudón y con las placas tectónicas todavía reacomodándose, allí están otra vez los peronistas de pie y buscando reciclarse, con el peligro de hacerle padecer hacia el futuro al país una interna que puede llegar a ser ruinosa en materia de prioridades.

Lo que surge en el nuevo escenario de parte del oficialismo es que serán dos campañas en una. La presidente, reconfortada por la militancia juvenil que, en el masaje de su ego obra maravillas, se ha embarcado en una línea, mientras el candidato, serenado por la palabra de algunos gobernadores que lo han ayudado a salir del trance, ya transita otra. Ambas pretenden desembocar en lo mismo, aunque en el medio haya voces de los dos lados que siguen y que seguirán metiendo ruido.

En tamaño culebrón oficialista no se percibe aún muy bien si el amor-odio Pimpinela que se viene desparramando a raudales entre los supuestos socios, con gestos más que con palabras, es algo concertado como si fuese una brillante maniobra para conseguir el resultado que les interesa.

Aún con estas dudas, así están las cosas hoy entre ellos: uno quiere ganar y la otra necesita no perder, ya que no puede ser otra vez la mariscala de la derrota. La ambición versus el bronce.

Unidos por el espanto

Lo que sí está claro es que, unidos por el espanto, Scioli y Cristina parece que no se hablan, pero han marcado el mismo camino: ir casa por casa a convencer, siguiendo la táctica del timbre que le dio mucho arraigo a María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y la de meter miedo con todo lo que huela a Mauricio Macri. Ambos han decidido arrastrar el mismo carro hasta el 22 de noviembre porque saben que se necesitan. Después, cada uno tirará para su lado. Y lo harán de momento, sabiendo que un balotaje es como comenzar de nuevo, aunque queden expuestas anticipadamente las fracturas entre ambos socios por interés.

Por eso, han decidido acompañarse, con las distancias del caso, ya que a ninguno de los dos le seduce la idea de mostrarse tan pegados. Al gobernador porque casi todo lo que ha tocado la presidente en materia electoral le ha salido más que mal, debido a los lastres económicos que conlleva el modelo (Mendoza, Río Negro) y a Cristina porque, más allá de detestar las formas sciolistas, supone que él, como sucesor, nunca será un buen custodio de las rígidas “convicciones” del proyecto.

Papelón en punto

En aquella paradoja del perder, pero ganar (Macri) y del ganar, pero perder (Scioli) que tanto influyó en los ánimos, seguramente tuvieron que ver las supuestas bocas de urna triunfalistas que daban prematuramente ganador en primera vuelta al candidato del gobierno, difundidas todas ellas activamente por el sciolismo desde el mediodía del domingo, operaciones que fueron el combustible de algunos canales de televisión que hicieron anuncios desopilantes.

Aunque Cristina no lo debe haber dicho pensando en esa burda maniobra que ennegrece al periodismo, sino porque sinceramente ella cree que todo lo que le pasa a su gobierno no es por las malas políticas que lleva a cabo sino porque la prensa a la que responde el público no refleja los logros, cuando el jueves habló en los patios de la Casa Rosada, ella criticó las chicanas que se hacen a quienes van a los actos por “el choripán” y aseguró que “el problema es los que se comen el aparato de televisión y entonces los indigestan”.

En los búnkeres

Esa indigestión fue la que terminó dándole un impensado aire a Cambiemos y tanto fue así que, a primera hora, sus propios dirigentes también habían comprado la operación, tanto que hablaban de “gran elección”, pero admitían que el final entre Vidal y Fernández en la provincia era de bandera verde y que todo iba a tener que dirimirse en el escrutinio definitivo. Luego, cuando los fiscales les fueron arrimando la verdad, se dieron cuenta de que era tiempo de festejar, hasta que llegó la hora de corroborarlo con los números oficiales.

En tanto, en un hotel céntrico, en el búnker separado de Aníbal F., a quien acompañaba en la calle unos 500 muchachos de La Cámpora que no estuvieron con el candidato presidencial porque definitivamente no les gusta, también se derrochaba euforia colocándose la cucarda de ganadores bonaerenses hasta que despertaron y dejaron que los militantes se fueran a casa con las banderas enrolladas y sin dirigirles la palabra.

Alianzas condenadas

Habida cuenta de todas estas comprobaciones, cuando Scioli y los lenguaraces del kirchnerismo dicen que Macri pertenece a una coalición que va a explotar, tal como ocurrió con la Alianza del fin de siglo pasado, porque no tendría el sustento que le proporcione gobernabilidad, más allá de lo “destituyente” del argumento, el propio gobernador debería revisar lo que dice porque su propia alianza es la que ya explotó y eso sucedió antes de todos los presagios.

En tren de echarle la culpa a Macri de todos los males del mundo, que las dos facciones del oficialismo han adoptado, tampoco es muy feliz la comparación que se hace para pegar al jefe de gobierno porteño con Carlos Menem, ya que los datos que surgen de los archivos son los que muestran a Scioli -y a los Kirchner también- como noventistas neoliberales de la primera hora.

Lo cierto es que los contendores tienen mucho en común, más allá de que quieren dialogar siempre, aunque ahora Scioli toque otra cuerda por necesidad electoral. Macri es un desarrollista declarado en lo económico y un socialcristiano en lo político, humanista y republicano, que bien podría haber sido un peronista renovador de fines de los ‘80, lo que potencia su alianza con los socialdemócratas radicales. En tanto, el gobernador bonaerense es un peronista pragmático que, si bien no pudo hacer un buen gobierno en la provincia fue por los innumerables palos en la rueda que le metió el gobierno central, que lo llevó a generar impuestazos fenomenales.

Estado y mercado

Cuando se inicie el traspaso a Vidal, se descubrirán en La Plata cosas de la gestión que bien podrían usarse en la campaña, de allí que se trata de demorar todo lo que se pueda ese trámite. Si bien, por su pasado empresario, el jefe de Gobierno está seguramente más cerca del mercado (o al menos lo comprende mejor), no parece que tenga demasiado asidero que, como ha dicho la presidente, lo que se debatirá es si en el futuro se le va a quitar al Estado algún rol, más allá de todo aquello que ha exacerbado el kirchnerismo en su afán hegemónico.

En verdad, por su pasado empresario y por sus vínculos con los ‘90, Scioli también comparte con Macri la comprensión sobre el mercado y es esto quizás algo sobre lo que el presente no acuerda. Es casi seguro que ninguno de los dos van a cometer el mismo error de los años ‘90 (mercado sí, Estado no) o de los últimos años (Estado sí, mercado no) y que transiten por dosis más cercanas al miti y miti.

Campaña final

La picante campaña que viene tendrá un molto vivace final en el debate que se hará esta vez a pedido de Scioli, quien parece que comprobó que no haber aceptado el primero, porque le calentaron la oreja, le jugó en contra. Así y todo, el desafío para Macri no está cerrado, ya que muchos de quienes lo votaron, sobre todo en el Gran Buenos Aires, que lo hicieron porque no sabían cómo hacer para desbancar a Aníbal Fernández y no se animaban a cortar boletas, podrían volver al redil peronista. En tanto, Scioli deberá luchar contra la ola amarilla que incluye el triunfalismo que arrastra el 25/10 y contra muchos intendentes, aún propios, que saben que la próxima chequera será de Vidal.

En este toma y daca que desde este lunes tendrá ribetes cada vez de mayor dinámica, lo que acrecienta la posibilidad de errores para ambos, hay elementos que ya han jugado, como las definiciones que partieron en contra de Scioli desde el Frente Renovador, sobre todo, pero también desde Margarita Stolbizer, Adolfo Rodríguez Saá y de la izquierda. Hay allí, 7 millones de votos (y hubo unos 800 mil más entre blancos e impugnados) que son de los ciudadanos y no de los dirigentes, que deberán repartirse en la nueva elección.

Los dos van ahora por quedarse con la mayor proporción de la torta y, suponiendo que cada uno retenga lo que ya conquistó, a Scioli para ganar le bastará con conseguir 46% mientras que Macri necesita contar con 54% de toda esa masa. En cuanto a los votos en blanco, siempre su no cómputo le dará más chances al que va primero. Eso dicen las matemáticas que, aún sin las asquerosas manipulaciones vividas, es algo que la política finge no entender hasta que se topa contra el conteo de las papeletas.