Una singular manifestación de fe

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Cada 15 de agosto, Casabindo celebra su fiesta patronal dedicada a Nuestra Señora de la Asunción en la cual se realiza el tradicional Toreo de la Vincha. Es la fiesta patronal más significativa de la Puna jujeña y se realiza en la época en que también celebran a la Pachamama.

TEXTO Y FOTOS. E. CARLOS BARRERA ([email protected]).

 

Casabindo es un pequeño pueblo de la provincia de Jujuy que se encuentra en la región de la Puna, a unos 3.700 metros sobre el nivel del mar.

Hay que entrar por la quebrada de Humahuaca hasta la localidad de Abra Pampa y luego internarse por un camino de ripio en dirección suroeste. Se puede llegar por otro camino, desde el sur, por Salinas Grandes y Rinconadillas, pero nos aconsejaron éste, que se desprende de la Ruta Nacional Nº 9, se mete en el departamento Cochinoca, cruza una llanura de altura, árida y desolada, donde sólo pueden distinguirse unos pocos rebaños de llamas, y cuando vas llegando puedes ver al pueblo con sus casas bajas, del mismo color que la tierra, donde llama la atención la iglesia, muy grande, muy blanca, aunque de diseño austero, que se recorta contra los cerros rojizos. Es la Iglesia de la Asunción y le dicen “la Catedral de la Puna”. A su frente está la plaza de toros, que lleva el nombre del Cacique Gobernador “Pedro Quipildor”, con un cerco de pircas de más de un metro y medio de altura en todo su alrededor, en la que se realiza el Toreo de la Vincha desde hace trescientos años.

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El día 15 de agosto desde muy temprano se inician las actividades. Antes de las seis de la mañana una intensa salva de bombas despierta a todo el mundo para celebrar el Alba y la Aurora. Luego empiezan a sonar las campanas de la iglesia. Más tarde habrá bautismos y casamientos y a media mañana se celebra la misa central. Para ese entonces ha llegado mucha gente, tanta que ya no puede ingresar más a la iglesia colmada. La nave principal parece más alta que ancha y la bóveda de medio cañón se apoya en paredes que tienen más de un metro de espesor. En su interior se conservan pinturas de la escuela cuzqueña, donde puede apreciarse una colección del siglo XVII, denominada Ángeles Arcabuceros, que también se encuentran en otras iglesias de la región y su originalidad ha motivado numerosos estudios.

LA PROCESIÓN

Después de la misa, la muchedumbre se reúne frente a la iglesia para iniciar la procesión portando la imagen de Nuestra Señora de la Asunción, “la madrecita”, como le dicen. La gente ha ido llegando desde ayer, lo ha hecho durante toda la noche, y hoy, desde la madrugada. Vienen desde todos los rincones de la Puna y la Quebrada. Pueden verse algunos pendones con los que se identifican distintas comunidades vecinas.

La procesión se inicia con una Banda de Sikuris, que es un grupo de ejecutantes de sikus acompañados por bombos y tambores. Les sigue El Torito, un hombre que porta sobre su cabeza un muñeco con forma de torito, con las astas en su frente, y simula embestidas a los concurrentes, mientras otros dos hombres que lo acompañan actúan como Caballitos, que tratan de arrearlo. Luego marchan Los Samilantes, hombres plumados, que van realizando la danza de los suríes, con lentos y sugerentes desplazamientos, al compás de un bombo y un erke, que se escucha profundo y ancestral. El suri es el ñandú y estos hombres, disfrazados con sus plumas y con cascabeles atados por debajo de sus rodillas, recrean una antigua danza indígena para atraer la lluvia.

Se suman varias imágenes de la Virgen traídas desde otras iglesias de la región y se avanza lentamente por las calles del pueblo alrededor de la plaza. El aire se carga de oraciones y plegarias y suenan las campanas y los sikus y el erke y la quena y los bombos, y la procesión se transforma en una notable demostración de fe, con sus más diversas expresiones.

EL TOREO DE LA VINCHA

A las dos de la tarde, cuando el sol alcanzaba su mejor brillo, se anunció el inicio del Toreo de la Vincha. Los espectadores, que a esta hora sumaban más de cinco mil, sentados sobre el cerco perimetral de la plaza, colmando las tribunas, trepados a los cerros, y subidos a todo lo que pudiera mejorar la visibilidad del espectáculo, esperaban desde temprano este momento.

El Toreo de la Vincha, donde el torero enfrenta al toro totalmente desarmado y sin intenciones de hacerle ningún daño, es un resabio cultural de la conquista. Cuentan en Casabindo que los españoles, para castigar a un cacique, luego de un intento de rebelión, lo condenaron a recuperar su vincha de plata, símbolo de su jerarquía, atada en los cuernos de un toro bravo, y en la lucha por alcanzarla fue herido de muerte por el toro. Sin embargo, logró recuperar la vincha y depositarla en el templo, a los pies de la Patrona del lugar. Por ello, algunos interpretan que esta tradición es una alegoría referida a la recuperación de lo propio, representado por la vincha, de las manos del español, representado por el toro. Para otros representa una lucha por la libertad, y están los que interpretan que es una ofrenda a la Virgen de la Asunción.

Por los parlantes llaman a los toreros y a los dueños del ganado al Corral de Toros para realizar la Corpachada. La Corpachada es uno de los ritos consagrados a la Pachamama. Y el culto consiste en “corpacharla”, darle de comer, para lo cual se cava un pozo en el cual se entierran distintos productos tales como alimentos, bebidas, lanas, hojas de coca y cigarros, acompañados de invocaciones. Es un rito milenario en el que se ofrenda parte de lo recibido y a la vez se formula una petición para la próxima estación. Implica una relación profunda del hombre con La Madre Tierra, con el universo y con el tiempo y se celebra en toda la provincia de Jujuy durante el mes de agosto, cuando termina el período seco y viene el tiempo de siembra.

La expectativa por el toreo había ido creciendo con la espera. Cuando salió el primer toro a la plaza la gente lo recibió con una aclamación. Era un torito blanco, de cuernos apenas curvos y muy afilados, debajo de los cuales lucía la vincha roja, adornada con monedas de plata. Los toreros esperan en grupo dentro de la plaza, en un refugio construido en el centro o subidos a los escalones de un mástil que tiene una base de piedra. Eran unos muchachos lugareños que durante la corrida se muestran muy solidarios y se socorren en las dificultades. Se visten como cualquiera de los demás y si hay alguna diferencia puedes encontrarla en el coraje para enfrentar un toro de a pie y con las manos limpias, y, tal vez, en su destreza para quitarle la vincha y ofrendársela a la Virgen con la fe de un promesante.

Cuando anunciaron el nombre del primer torero, un muchacho, calzado de zapatillas, de jogging y con una gorrita colorada, se desprendió del grupo y fue en busca del toro, provisto solamente de una pequeña manta roja.

Rápidamente el toro lo ubicó, enderezó el cuerpo y se preparó para la carga. Mientras el torero se le acercaba, para acortar la embestida, el toro agachó la cabeza, pegó el hocico contra el suelo y empezó a escarbar con una mano, tirando arena hacia atrás. El enojo del toro, que aumenta sus fuerzas, no lo ciega. Se dirige al torero que lo provoca y lo cita. El espectáculo visual era intenso y la gente se involucraba cada vez más. En la arena el único que corre peligro es el torero que, sólo provisto de una manta, enfrenta al toro para quitarle la vincha roja que cruza su frente, por debajo de los cuernos. La mayor tensión se alcanza cuando el toro inicia su embestida y se hace un silencio de oración. El torero se prepara para recibirlo, separa un tanto sus piernas, flexiona sus rodillas, se inclina un poco hacia adelante y sosteniendo la manta con ambas manos la mueve a un lado y a otro, buscando atraer la atención del toro, para engañarlo, y -cuando llegue- darle salida por un costado.

Durante la tarde se lidiaron más de veinte toros y la suerte fue variada: a veces ganó el toro, revolcando al torero, a veces ganó el torero, quitándole la vincha al toro. Los toritos son domésticos y en general chicos. Había algunos medianos y uno solo era muy grande -tal vez demasiado para esta fiesta- de pelaje gris, con unos cuernos inmensos que apuntaban hacia arriba y con una joroba en el lomo, que metía miedo con solo mirarlo.

Se pueden hacer muchas consideraciones, desde los más variados puntos de vista, pero lo cierto es que en Casabindo ha quedado localizada esta singular costumbre que viene de los antiguos pobladores, y cada 15 de agosto se manifiesta con renovado empeño.

Nada hemos dicho del frío, del viento, del polvo, de la altura, de las distancias, que pueden ocasionar algunos inconvenientes, porque, si las compensaciones existen, esta es una buena oportunidad para beneficiarse con ellas.

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La Iglesia de la Asunción se recorta contra los cerros rojizos.

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La mayor tensión se alcanza cuando el toro inicia su embestida y se hace un silencio de oración.

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EN EL CINE

En el cine, Jorge Prelorán filmó el documental “Casabindo” donde muestra la festividad del 15 de agosto. Es una película del Relevamiento Cinematográfico de Expresiones Folklóricas Argentinas realizado con el apoyo del Fondo Nacional de las Artes y la Universidad Nacional de Tucumán.

EN LA LITERATURA

Héctor Tizón escribió una novela corta, “Fuego en Casabindo”, que tiene como escenario la puna jujeña y las luchas de sus pobladores, y narra la historia de un hombre muerto en el Combate de Quera, de 1875.