Tribuna de opinión

Juventudes: entre el llano y el Estado

Por Damián Toschi (*)

En el decenio kirchnerista el debate sobre los 70 fue central. Desde el prisma oficial, se reinterpretó la violencia política y el rol de la juventud en aquellos años. Al mismo tiempo, el gobierno buscó ligar su matriz política con la experiencia alfonsinista de 1983. Desde este doble sistema de identificación, la experiencia de la Junta Coordinadora Nacional y la irrupción de “La Cámpora” permiten un enfoque comparativo.

La organización radical surgió en Setúbal, Santa Fe, el 1º de noviembre de 1968. Bajo una conducción colegiada, el grupo nació como respuesta a la dictadura de Juan Carlos Onganía, que el 28 de junio de 1966 derrocó al gobierno de Arturo Illia. La fuerza peronista, en tanto, alumbró a la vida política en diciembre de 2006, al amparo del sistema democrático, desde las entrañas oficiales, y bajo las órdenes directas de Máximo Kirchner.

El marco ideológico es un parteaguas. Los coordinadores fueron un homogéneo núcleo partidario: afiliados a la UCR que, ya desde 1972, se identificaron con Raúl Alfonsín. Por su parte, los declarados herederos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández conforman una estructura heterogénea y contradictoria: en el seno de la agrupación conviven hijos de militantes desaparecidos, peronistas de antaño cercanos a Eduardo Duhalde, ex radicales, antiguos dirigentes de la izquierda universitaria, etc. En este caso, el elemento aglutinador fue y es el apellido presidencial.

Por otra parte, el principio de autoridad determina las formas. Desde el centralismo democrático, la Coordinadora desestimó los esquemas stalinistas que signaron a las organizaciones político-militares. Como contrapartida, pese a contar con una mesa directiva nacional, los jóvenes K cultivan el decisionismo extremo. Así lo demuestra Laura Di Marco en el libro La Cámpora, al destacar el secretismo y la desconfianza como valores distintivos del grupo.

El lenguaje también marca contrastes notorios. En los cánticos de entonces, los escuderos alfonsinistas ligaban su fuerza con la vida y la paz, en abierta oposición a la lucha armada; los jóvenes oficialistas se rotulan “soldados del pingüino” o “soldados de Cristina”, según sea el estribillo. De este modo, repiten la sacralizada liturgia militarista de la guerrilla peronista. Por otra parte está el nombre: Coordinadora supone un sistema organizativo frente a la dictadura; Cámpora remite al verticalismo y la obediencia de quien fuera delegado de Juan Domingo Perón y presidente democrático por 49 días en 1973.

Sin negar la visible labor militante, cada experiencia se explica en torno al poder. Los herederos de Alfonsín, así bautizados por Alfredo Leuco y José Antonio Díaz, alcanzaron protagonismo antes de 1983, desde el anonimato, ajenos a cualquier armazón de gobierno. Para Oscar Muiño, fueron la otra juventud; la expresión de un partido en el llano. Los popes neosetentistas, en tanto, crecen desde la estructura pública, para el manejo de resortes estatales. Son el ejército burocrático de un proyecto sin matices.

El tiempo es un ordenador político. Con errores y aciertos, algunos jóvenes radicales de ayer son dirigentes partidarios actuales. Tras el fracaso del Tercer Movimiento Histórico, la disolución de 1987 y el final anticipado de Alfonsín en 1989, los coordinadores lograron trascender más allá de los cargos de ocasión. Aún hoy, inciden en la escena nacional. Para La Cámpora, en cambio, el futuro pone una bisagra. Ya sea con el oficialismo derrotado en las urnas, o aún con un eventual gobierno de Daniel Scioli, el grupo enfrentará algo que desconoce: hacer política sin ejercer el poder. En este escenario ineludible, la juventud kirchnerista tiene dos caminos: mutar y fundirse dentro del PJ o desaparecer sin pena ni gloria.

(*) Lic. Comunicación Social (UNLP)

Miembro del Club Político Argentino

Ya sea con el oficialismo derrotado en las urnas, o aún con un eventual gobierno de Daniel Scioli, La Cámpora enfrentará algo que desconoce: hacer política sin ejercer el poder.