De Domingo a Domingo

El ciclo de la política: Argentina cambia verticalismo, ideología y rabia por equipos, pragmatismo y modales

por Hugo Grimaldi

DyN

Dos fines de ciclo miserables y los dos están mostrando que la Argentina de la anormalidad se resiste a morir: con olor a trampa, la AFA no pudo llevar a cabo de modo eficiente una votación entre 75 personas y la República se ha quedado trabada en una pelea estéril por la organización de los actos de la sucesión presidencial, situación que ha generado de modo adolescente la presidente que se va, como un último manotón para probar que no ha perdido vigencia.

Bochorno tras bochorno, son éstas las tristes agonías que explotan a la vista cada vez que se terminan los procesos basados en liderazgos extremos. Miserias que, cuando existen fallas en el músculo democrático, ratifican de manera más que evidente cómo se van degradando las instituciones con el correr de los años, cuando pretenden ser reemplazadas por los personalismos.

Está claro que ambas son cuestiones muy distintas en cuanto a su importancia sobre la vida del común, pero más allá de su dimensión social, hay paralelismos que emparentan ambos procesos, todos frutos del populismo extremo y conservador que impusieron durante muchos años Julio Grondona y el matrimonio Kirchner: el poder centralizado alrededor de un sillón, las hegemonías autoritarias y sobre todo las ambiciones, la pasión por el dinero y su correlato de descontrol basado en la creencia de la impunidad eterna.

Tras tantos años de ejercer la Presidencia, probablemente, sean estas barreras de naturalización las que le impiden a Cristina Fernández comportarse por estas horas como un político democrático, pero sobre todo racional. En otra dimensión, es lo mismo que le pasa a un niño que vive con “privaciones severas”, cuando observa las carencias a su alrededor y cree que todo el mundo es así. La Universidad Católica dice que todavía hay 2,2 millones de pibes más que excluidos, atrapados por un entorno que ellos no crearon, que no es el caso de la actual presidente. Lo cierto es que no se sabe muy bien por qué, si es por cuestiones políticas o sicológicas, pero hoy, es Cristina misma quien segundo a segundo agrega tensión y se dispara tiros en sus propios pies con la elucubración de bajezas varias destinadas a restarle brillo a la asunción de Mauricio Macri, un presidente tan democráticamente elegido como ella lo fue en dos oportunidades.

Si bien no es lo más importante de todo lo grave que viene haciendo la presidente para activarle bombas y más bombas de tiempo a su sucesor (y luego echarle la culpa a él de la herencia envenenada que le está dejando), ha sido más que notoria la intención del gobierno saliente de decidir en relación con los actos protocolares que involucran el cambio de mando del próximo día 10, en los cuáles la entonces ex mandataria será sólo una invitada.

La banda y el bastón

Estas ceremonias, una obligatoria y otra tradicional, implican no sólo la jura de Macri “en manos del presidente del Senado y ante el Congreso reunido en Asamblea”, tal como lo prevé la Constitución Nacional (artículo 93), sino también la entrega de los atributos del mando (banda presidencial y bastón), sobre lo cual no hay nada reglado. Y esta última circunstancia, al parecer nimia, es lo que ha alterado más que otra cosa el curso de la transición.

Pese a que ella ya no estará en condiciones legales de decidir nada ese día, ni mucho menos sus ministros, por más que hoy se desgañiten, en Olivos están convencidos de que todavía el gobierno actual es capaz de instalar verdades bajo la forma de relatos. No toman en cuenta que eso ya fue y tal como le ocurre a la figura presidencial, la narrativa kirchnerista se está “adelgazando hasta el silencio”.

Cristina quiere que ese traspaso simbólico se haga en el Congreso y el nuevo presidente ha dispuesto que sea en la Casa Rosada, tal como tantas otras veces ha sucedido en la historia. Macri, a quien ya lo están asaltando las primeras paranoias del poder en otros temas, supone esta vez con razón que ceder en éste sería como empezar cero a uno el partido con la oposición.

El caso es que, para entorpecer más todo, la Cancillería de Héctor Timerman se prestó a hacer un último ridículo internacional y anunció a través de un comunicado de protocolo que las invitaciones a las delegaciones extranjeras habían sido cursadas con un único acto, a las 12, en el Congreso, mientras que los tuits oficiales y los medios afines se la pasaron bajando líneas sobre el mismo, brindando un servicio más a la causa de manipulación y en este caso, a la eventual resistencia a la democracia.

Decadencia pura

Todavía le preocupan a Cristina los titulares del día siguiente y, al menos, busca compartirlos. Si bien todo este culebrón parece folclórico, ya que el macrismo ha decidido hacer las cosas cómo le parece, por la tarde en la Casa Rosada y porque si no se hace la entrega de los atributos del mando en el Congreso parece improbable que la actual presidenta se retire ofendida, ya que pasaría un papelón internacional frente a tantos jefes de Estado, el síntoma más grave del descontrol por la pérdida del poder surge del decreto que firmó el gobierno saliente la semana pasada, que le suma a todas las provincias miles de millones de pesos mensuales de ahora en más, a costa de fondos que iban a la Anses para el pago a jubilados.

La gravedad de este tema tiene varias aristas y no todas son económicas, ya que al fin de la carrera esos pagos se van a hacer igual con emisión inflacionaria, que seguramente el kirchnerismo criticará, sino también varias implicancias institucionales y políticas, para adentro y para afuera del PJ.

Tras la sentencia de la Corte que reconoció el reclamo de Santa Fe, San Luis y Córdoba y dio un plazo de 120 días para negociar la restitución de fondos, fallo del que Macri recela porque cree que busca marcarle la cancha, Cristina amplió a todas las provincias la devolución. En la misma tarde de ese decretazo que obliga al nuevo gobierno a recalcular algunos parámetros macroeconómicos y a negociar con las provincias, Cristina se pavoneó por un rato ante los gobernadores peronistas (menos Juan Manuel Urtubey, quien no asistió) y hasta impuso un par de designaciones (Ricardo Echegaray y no Eduardo Fellner en la AGN y Héctor Recalde y no José Luis Gioja al frente de la bancada en Diputados, aunque no Juliana Di Tullio), hasta que los mandatarios provinciales empezaron a recriminarle cosas y hubo berrinches y fuertes discusiones.

Ese malestar se plasmó en la Cámara Alta un par de días después, ya que los senadores no quisieron mostrarse avalando las más de 90 leyes que había sacado con fórceps la semana anterior el FPV en Diputados y luego mostraron independencia y ganas de salirse del cepo de rabia que es la marca registrada del kirchnerismo extremo, a la hora de cederle al macrista Federico Pinedo la presidencia provisional.

Fuentes del peronismo dicen ahora que la reconstrucción del partido se hará con Cristina adentro, pero sin que maneje los tiempos y que dependerá de ella si quiere estar todavía cuando se sumen activamente Sergio Massa, José Manuel de la Sota y Florencio Randazzo, en una línea institucional que recuerda la Renovación Peronista de los años '80 que poco tiene que ver con La Cámpora.

Otro estilo

Todos estos culebrones, derivados del rencor kirchnerista, contrastaron notoriamente con los pasos hasta ahora sólo efectistas que viene dando Macri en esta cortísima transición, que auguran mucha menos improvisación que lo que han sido los últimos meses del gobierno saliente.

La presentación del gabinete nacional fue todo un show de marketing basado en la cuestión de los equipos de trabajo, pero con la novedad que se mostró a los nuevos ministros de un modo mucho más transparente que muchos oscuros personajes del cristinismo, a quienes los periodistas no militantes apenas han podido conocer.

Luego, llegó la sorpresa de haber elegido a la empresaria Isela Costantini al frente de Aerolíneas Argentinas (aunque los gremios ya están diciendo que por haber nacido en Brasil no puede ser presidenta de la compañía) y sobre todo haberle ofrecido a Martín Lousteau la embajada argentina en los Estados Unidos.

Estas dos designaciones complementaron el soplo de aire fresco que mezcla caras nuevas, pero además jóvenes, aunque con experiencias mucho más adecuadas al mundo actual que los funcionarios actuales. Y por último, se registró el impactante viaje que Macri hizo para conversar con las presidentes de Brasil y de Chile, dejando en claro que la política exterior que viene será una pragmática suma de socios y no seguir emperrados en una concepción cerrada de la vida. “Desideologizar”, resumió el presidente electo.

Con él estuvo la nueva canciller, Susana Malcorra, que fue quien a instancias del presidente electo le puso la frutilla del postre a lo que será la nueva política internacional. Salió del atolladero en el que por inexperiencia se metió su jefe con la “cláusula democrática” de Venezuela y explicó diplomáticamente que con Dilma habrán de “observar” las elecciones de este fin de semana para “evaluar” el caso. Es que los empresarios brasileños reciben muchos dólares provenientes de sus negocios en aquel país y no es bueno embretar públicamente a Brasil en ese tema.

Como se observa, lo que separa a Macri y a Cristina, más que estilos, son cuestiones de fondo. El presidente nuevo tiene todo el crédito a favor y aparentemente, la que se va no parece tener espíritu para intentar siquiera un acting final que la muestre contemporizadora, para salir de la escena con gloria. Le quedan menos de 96 horas para reciclarse y aunque quizás en su cabeza no se da cuenta, cada bala que gasta no es de plomo, sino que se lleva un poco del mismo bronce que ella busca retener.

Es Cristina misma quien segundo a segundo agrega tensión y se dispara tiros en sus propios pies con la elucubración de bajezas varias destinadas a restarle brillo a la asunción de Mauricio Macri.